Argentina: 80 años de decadencia
Nicolás Turdo
Estudiante de Relaciones Internacionales. Músico. Y, principalmente, admirador, pensador y difusor de las ideas liberales.
Argentina es hoy un país turbulento, aunque a los ojos de
las personas comunes en el mundo pueda parecer seducir con la imagen de una
nación de gente pudiente y prospera. Por lo menos, esa era la imagen que más de
una vez transmitió. Pero, ¿de dónde viene, precisamente, ese retrato de
prosperidad?
En las siguientes líneas voy a tratar de develar de donde
proviene esa concepción, relacionada con una historia interesante y atrapante,
pero con un presente y un futuro más que inciertos.
Argentina no hizo su prosperidad, claro, de la noche a la
mañana, sino hasta luego de una larga guerra civil, como resultado de la cual
hacia 1850 el país se consolida como una nación organizada y, más aun, con la
sanción en 1853 de un constitución redactada por Juan Bautista Alberdi, muy
similar a la de EE.UU., en la que se establecen los marcos institucionales,
republicanos y federales para el progreso del país. Que la Argentina, para esa
época un enorme y deshabitado desierto, pudiera darse una constitución 100%
liberal fue un enorme paso, necesario pero no suficiente para el milagro. Y el
milagro se dio.
A partir de ese entonces, los logros obtenidos fueron más
que notables. Tan solo por citar algunos, la población pasó de un millón de
habitantes en 1850 a ocho millones en 1914. El área sembrada, de 500.000 a 24
millones de hectáreas. Las exportaciones subieron de 30 millones de pesos oro
en 1870 a 389 millones en 1910. La red ferroviaria creció de 732 kilómetros en
1870 a 28.000 kilómetros en 1910, junto con una avanzadísima red de carreteras,
integrando los desiertos espacios argentinos. El crecimiento por habitante
entre 1875 y 1913 fue de más del tres por ciento anual. La inmigración, atraída
por ese ilimitado progreso, fue casi explosiva: unos seis millones de
extranjeros llegaron al país.
En lo que respecta al progreso en calidad humana, la tasa
de mortalidad por mil habitantes había bajado del 22,98 en 1889-1898 a 16,5 en
1899-1907. A título comparativo, podemos decir que la tasa en 1908, que era de
15,2, podía medirse favorablemente contra las de Berlín (14,8), Londres (15,1)
y Nueva York (18,6).
En 1869, el país tenía un 70% de analfabetos. En 1930, se
habían reducido al 22%. La tasa de escolaridad primaria, que en 1870 era del
20%, en 1920 llegaba al 64% (En Italia, para los mismos años, había subido del
33 al 55%).
Se construyeron enormes edificios y obras que aún hoy
perduran: el Teatro Colón, las estaciones de Retiro y Constitución, el Correo
Central, el Congreso (réplica del Capitolio americano), el subterráneo (primero
de América del sur y 13° del mundo), o la red telefónica (apenas un par de años
después que en Nueva York). Resumiendo, el sentido liberal de su constitución,
y el respeto irrestricto de la misma, permitieron que la Argentina, entre 1880
y 1920, creciera ¡¡42 veces!! Su economía era mayor a todo el resto de América
del sur sumado (incluyendo Brasil, Colombia, Venezuela y demás países).
Todo indicaba que el progreso no tendría límites. En
definitiva, un país que no solo era potencia y faro en América, sino también en
el mundo.
Lo que paso luego no es más que una serie de medidas y
políticas populistas erróneas adoptadas por los sucesivos gobiernos de la
época, con escasas y honrosas excepciones. El comienzo de la decadencia bien
puede fijarse hacia 1935, cuando se creó el Banco Central de la República
Argentina, y desde entonces, sin casi interrupción, se adoptó una política
monetaria expansiva, la base de una siempre presente inflación para solventar
el gasto público del gobierno. Se estatizaron las empresas ferroviarias, el
petróleo y toda la energía, las comunicaciones. Obviamente, la corrupción que
implican esas prácticas se extendió a lo largo y a lo ancho del país. En fin,
el agrandamiento del Leviatán nacional, rompió todo tipo de federalismo y ha
hecho a las provincias totalmente dependientes del gobierno central.
Lo anterior se dio junto con una política comercial
mercantilista, con principios de protección nacional y aranceles a las
importaciones que, por supuesto, pulverizaron el progreso y el desarrollo,
hasta ese momento notables. Se destruyó la cultura del trabajo, el esfuerzo
individual en aras de un difuso colectivismo, se puso en duda la propiedad
privada, se difundió la idea que se puede vivir a costa del estado. Por
supuesto, ha habido en estos 100 años períodos cortos de lucidez, pero
lamentablemente las ideas estatistas primaron por sobre la libertad. La
decadencia entonces fue inevitable. Hoy en dia Argentina se encuentra en el
puesto 137 (de un total de 152) del índice de libertad económica que publica
todos los años el Instituto Fraser de Canadá, junto con el Instituto Cato de
EE.UU. El desánimo y la declinación son perceptibles en todo el país.
De esa Argentina que parecía que fuese a dominar el
mundo, ya no queda nada. Lamentable ejemplo de involución. La Argentina tiene
reservas morales, pero la tarea por delante es titánica.
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