¿Para qué sirve un peso en Marte?
Federico Perazzo
Financista.


Siempre la economía se encontró entre infinidad de conceptos que aún hoy siguen sobre el tapete, y el dinero es uno de ellos. En la Argentina actual, no está claro qué significa la moneda. Distorsionamos la naturaleza de aquella sin advertir que por esencia su función es la de oficiar como común denominador de los precios y, asimismo, como reserva de valor.

Lejano a ello, nos encontramos entre militantes que controlan precios, índices de dudosa veracidad y amenazas y retos a los distintos productores, a quienes se les atribuye la culpa por los procesos inflacionarios.

Difícilmente pueda entenderse por qué se nos hace más caro vivir si antes no exorcizamos algunas ideas que tornamos, injustificadamente, abstrusas. Lo cierto es que si partiéramos del más elemental de los razonamientos, esto se haría evidente. Cabe preguntarnos, entonces, el siguiente interrogante: ¿qué fue primero, la producción o el dinero? Posiblemente el segundo pueda fabricarse con mayor celeridad que el primero, lo que no implica que sea su antecesor.

De modo que no ha sido que los productos aparecieron porque se inventó el dinero sino que fue al revés. Desde que el dinero devino en una mercancía abstracta, sin ser sujeta a la convertibilidad con metales nobles, su valor comenzó a medirse en función del número de bienes que pueda adquirirse con él; se denomina poder adquisitivo.

En consecuencia, el dinero tiene mayor valor cuando es escaso (al igual que los demás bienes) y menor valor cuando abunda en relación con los demás bienes y servicios que se producen en el mercado.

De forma fácil y demagógica, los gobiernos se encandilan con la “mágica solución” que supone la emisión de moneda, pero no recaban en el hecho de que así atentan, precisamente, contra el valor del dinero; ergo, contra el poder adquisitivo de la gente. Lógicamente, la producción de bienes y servicios no crece en concordancia con el aumento de la base monetaria y el efecto se manifiesta por medio del aumento de los precios; de lo contrario habría escasez.

La “ley gravitatoria” de la economía marca, axiomáticamente, que inventar dinero de la nada no estimula un incremento en la producción, como sí sucederá en el sentido contrario. Pues emitir billete no significa generar riqueza.

Extrememos el ejemplo y supongamos por un minuto que enviamos a un grupo de tres aventuraros a Marte, a sabiendas que no volverán jamás. Como somos generosos, les brindamos un bolso con $ 100 millones a cada uno por las molestias. Una vez arribados, por lo que nos cuentan, pueden atestiguar un desértico planeta rojo. No tienen mayores elementos que la nave que les sirvió de medio, algunos víveres y unos jugosos millones.

La pregunta, entonces, es: ¿qué valor tiene ese dinero? Bajo la evidencia que muestra la relación “dinero-bienes”, que es de $ 300 millones contra 0 productos, bien podemos decir que su valor es equivalente a nada. Como el dinero abunda en demasía respecto de su contra cara, su existencia no tiene sentido. Se tornará evidente que si quieren subsistir, deberán comenzar a elaborar bienes que les brinden alguna utilidad. Sólo en ese caso sus millones recobrarán importancia.

Ahora bien, compliquemos un poco más el ejemplo y digamos que tienen algunos bienes para subsistir y que, por razones obvias, son escasos. Presumamos que se encuentran con 4 raciones de alimentos entre cada uno de ellos, que difieren unas de otras. Así es como aventurero 1 tendrá 4 raciones de comida salada, aventurero 2 tendrá 4 de comida dulce y aventurero 3 tendrá 4 de comida agridulce.

También imaginemos que a los tres les gustan todos los alimentos que hay en el planeta por igual y que, por ello, se sumergen en una lógica de intercambios. Se disponen a fijar los precios y cada cual concluye que cada una de las raciones- a sabiendas de los $ 100 millones per cápita-las venderá a $ 33.3 millones, de forma tal que puedan reservar una de las raciones hasta tanto encuentren la forma de generar más alimentos para poder seguir intercambiando. Al enterarse de esto, el secretario de comercio, que los rige desde la tierra, pone el grito en el cielo y encuentra disparatado que una ración equivalga semejante suma.

Con un fuerte escarmiento los obliga a bajar, inmediatamente, el precio a $ 25 millones porque de lo contrario se verá obligado de enviar a la “Cámpora intergaláctica” a fin de controlar este atropello de precios. Obsecuentes, cada uno de los aventureros, hace caso. El resultado es que se hacen transacciones por el total de las raciones, produciendo, así, una escasez de los mismos. Al cabo de algunas semanas, los alimentos se consumen más rápido de lo que pueden ser regenerados y los tres habitantes de Marte perecen a causa del hambre.

El secretario, por su parte, es condecorado por su eficaz aplicación de control de precios mientras que la ineficiencia de la medida se cobra tres vidas.

Si bien radical, el ejemplo sirve de muestra para comprender una realidad muy palpable en nuestro país. Pues si seguimos por este camino, el peso en Argentina terminará por tener un valor semejante al que tiene en Marte.

 

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