La enfermedad única de América Latina
José Verón

Se ha dedicado a investigar en las ciencias sociales, especialmente en el derecho, la economía, la administración, la psicología social y  el periodismo.  Su actividad principal es la docencia, en la que ejerce desde 1997, y la mediación, desde 2002.



      Es difundido en Psicología Social, el encuadre teórico conocido como “La Enfermedad Única”. Según este encuadre, este modelo de trabajo, que debe mucho al argentino  E. Pichon Riviere (1907-1977), todas las patologías o enfermedades mentales son variaciones de una enfermedad “única”, que es la melancolía.
         La melancolía, implica una pérdida de objeto afectivo, de la que nunca hubo “cura” efectiva y eficaz, o por lo menos suficiente, y por eso somatiza en distintas variantes, de acuerdo a las modalidades y a la historia de vida de ese sujeto; aquejado, en definitiva, de melancolía. La nostalgia, salvo cuando es muy pronunciada o acusada, no llega a ser melancolía, siendo, en cambio, un fenómeno “normal”, por así decirlo, no “patológico”.
 
            El contexto de esta teoría, aplicándolo a la Argentina, es muy revelador; Argentina es la tierra de las magnificas, riquísimas y bellísimas creaciones artísticas del tango, donde también el ensalzamiento de la melancolía raya niveles, a veces, increíbles. ¿Podemos pensar que la Argentina, en una visión más global, más macro, está aquejada, hace mucho tiempo, fundamentalmente de melancolía? ¿Y que este problema es también típico de la idiosincrasia de América Latina toda?
  
          Esta melancolía idiosincrática, cultural y estructural,  es como un saber que compartimos todos. El francés Pierre Bourdieu (1930-2002), controvertido y controversial, propuso muy audazmente que gran parte de las diferencias en la forma de pensar y de encarar la vida, de las personas, depende del distinto y diverso acceso de la gente a lo que él llamo los “bienes culturales”. El acceso de la gente, de la población, a los distintos bienes culturales, a la cultura y a los saberes, es diverso, variado y distinto; no necesariamente “mejor” ni “peor”, pero si “distinto”. Y esto, explica en buena medida las diferencias en la manera de pensar y de experienciar la vida y la existencia, la trayectoria vital.

          Pero esta melancolía estructural de la Argentina, el país del tango y de los “campeonatos morales”, que siempre ganamos en todo rubro y sector, y también de la inseguridad jurídica, es transversal a toda la población, en cualquier segmento y grupo etario, social o socio-profesional. Todos, en mayor o menor medida, compartimos algo de esta común manera de pensar, de sentir, y de querer y anhelar. Este saber melancólico nos informa y nos nutre a “todos” y a “cada uno”, en alguna medida. Es, quizá, en alguna medida identitario, para pensar nuestra identidad, es tanto típico como necesario, del argentino.
 
     Y claro que esta “melancolía estructural” del argentino y del habitante de América Latina constituye también un problema a afrontar y a abordar, y, en alguna medida, a enfrentar, tanto en el plano socio-cultural como, además, en el institucional-económico, al ser un “derrotismo” y un “fatalismo”, que se torna, muchas veces, en un severo e importante escollo, sobre todo actitudinal, para el crecimiento y el desarrollo, personal y social, del país, y su bienestar económico potencial.

       Por ejemplo, como aplicación, en lo económico, se puede tomar el conocido tópico del “crowding out”, o efecto “desplazamiento” del gasto público, muy operante en Argentina. El efecto desplazamiento postula, de manera general, que cuando el estado “gasta”, “seca” el mercado de fondos prestables, haciendo subir las tasas de interés, desplazando, de este modo, las posibilidades de inversión privada. El gasto “publico” desplaza al gasto “privado”. Y la inversa también es válida: si el estado se “retira” un poco del mercado, y gasta menos, libera fondos prestables que, potencialmente, pueden ir a las empresas, al bajar las tasas de interés y mejorar, de esta forma, la factibilidad de los proyectos de inversión.

       Esto, así planteado, es conceptualmente cierto, pero, según las circunstancias, puede no ser quizá tan ineluctablemente así, podría tener algunos matices. Por ejemplo, también podría postularse que,--o sería al menos hipotéticamente concebible-- si el estado propulsa adecuada y legalmente la economía, por lo menos hasta cierto punto, podría tal vez crear un clima de negocios y caldo de cultivo para la inversión privada; podría quizá haber a lo mejor externalidades en la inversión pública que percutan positivamente en el sector privado; este último pareciera ser el caso de Alemania, Italia, y, en su buena época, España.

      En Italia es conocido, en este sentido, el caso de los “Clusters” o distritos industriales, como ejemplo de buena sinergia privada-estatal. Todo esto, en Argentina parece impensable, pasamos de “temporadas” en las que el estado y solo el estado gasta y se desfinancia, al intentar abarcar tanto, y tantos sectores, a otras “temporadas” en las que se supone que solo el sector privado debe gastar, y a veces ni siquiera se brinda el marco mínimo e institucional para que este gasto privado pueda tener lugar, por lo que muchas y repetidas veces nos acecha el fenómeno inverso al efecto desplazamiento, la “trampa de liquidez”—liquidity tramp--, por la cual, ante la desconfianza y el marco inestable, inseguro y errático, las empresas no invierten, por mucho que bajaran las tasas de interés.

      Y esto es una pena, puesto que, como en Alemania o en Italia, si tanto el sector privado como el sector público, “andan” bien y se complementan y se sinergizan y aportan, es probable que también el sector externo tenga margen para desempeñarse también, de manera adecuada, tal como preveé el conocido modelo de las “tres brechas” de la macroeconomía.
 
    ¿Tendrá algo que ver con este comportamiento repetitivo y cíclico, en lo socio-cultural, nuestra posible “enfermedad única”? Una melancolía casi estructural por la cual aportamos solo en la medida de lo necesario, y cuando no hay más remedio. De otra manera, “trabajamos a reglamento”, aportando y sumando lo mínimo posible. Y esta manera de ser, sentir, pensar y querer esta también en las macro-estructuras.

    Para salir de esta otra “trampa del desarrollo”, tomar noción de ella es el primer paso y luego quizá deberemos también fomentar la confianza socio-dinámica (interpersonal) e institucional, en libertad. Dejar de aportar siempre “a reglamento”, en lo micro y en lo macro, en lo personal y en lo social, en lo social y en lo institucional,  deviene importante, también para la socio-economía y el clima emprendedor, y quizá, posiblemente, fundamental para los negocios. 

 

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