El problema no son los extranjeros sino la impunidad

Alejandro Gómez
Cuarto lugar, Concurso Internacional de Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento (1810-2010).
Seguramente la mayoría de los que lean esta columna
tienen en su árbol familiar algún antepasado que emigró al país en búsqueda de
un futuro mejor. Es sorprendente que en un país de inmigrantes se los quiera
estigmatizar como causantes de la ola de delitos que presenciamos a diario en
los últimos años. Más aún: si miramos más detenidamente el origen de la gran
inmigración en Argentina veremos que la misma fue producto de la necesidad de
mano de obra para construirla en sus años fundacionales.
Desde la máxima alberdiana “gobernar es poblar”, nuestro
país se ha beneficiado con el sacrificio y el espíritu emprendedor de millones
de inmigrantes que llegaron al país desde el último cuarto del siglo XIX en
adelante. Alberdi desarrolló la idea del “transplante migratorio” por el cual
la llegada de habitantes de países desarrollados de Europa aportarían sus
conocimientos y transformarían a un país atrasado y desértico en una nación
desarrollada con el transcurrir del tiempo. Así, la apertura a los inmigrantes
quedó explicitada en los artículos de la Constitución de 1853 (todavía
presentes en la actual). En el artículo 20 dice: “Los extranjeros gozan en el
territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer
su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y
enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y
casarse conforme a las leyes…”; y en el artículo 25 agrega: “El Gobierno
federal fomentará la inmigración europea…”. Luego en 1876, la flamante Ley de
Inmigración dispuso el estímulo de la
inmigración subsidiando pasajes, proveyendo estipendio para su
permanencia en tránsito hasta su destino finalmente (años más tarde se
construiría el Hotel de Inmigrantes en el puerto de Buenos Aires) y asistencia
en caso de que se enfermaran al momento de ingresar al país.
Esta política inmigratoria fue muy exitosa, ya que
millones de inmigrantes de Europa y el Cercano Oriente (sobre todo de la región
que ocupaba en Imperio Turco hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX)
llegaron al país. Así la población argentina evolucionó de 1,8 millones de
habitantes de acuerdo al censo de 1869 a 2,4 millones en 1880; 3,6 millones en
1890; 4,6 millones en 1900 hasta llegar a los 8,9 millones de habitantes en
1920. El impacto de semejante oleada migratoria provocó que en muchas regiones
del país más del 50% de la población fueran inmigrantes o descendientes
directos de los mismos. Estas personas son las que construyeron el país que,
para la época del Centenario, llegó a estar entre los 10 países más ricos del
mundo. Y si bien Alberdi pensaba en la población anglosajona de países
industrializados que aportarían sus conocimientos y educación, el grueso de los
inmigrantes que llegó a nuestro país provenía de Italia y España, la mayoría de
ellos eran analfabetos y no poseían muchos conocimientos, pero sí traían sus
ganas de trabajar y progresar. No esperaban nada del Estado, salvo libertad y
seguridad para poder ganarse el pan con el sudor de su frente.
El problema no son los extranjeros, diría más bien que
los inmigrantes fueron la solución y lo siguen siendo. Éstos se encuentran
entre las comunidades más trabajadoras y emprendedoras, que aportan un mayor
nivel de emprendimiento y sacrificio en aquellos países que les abren las
puertas para trabajar. El problema es la impunidad con que cuentan los
delincuentes gracias a las leyes garantistas que favorecen, o al menos no
castiga como debería, las conductas delictivas. Si hubiera controles efectivos
en las fronteras para conocer si los que ingresan al país tienen cuentas
pendientes con la justicia en sus respectivos países entonces nos evitaríamos
tener que lidiar con estos delincuentes. Finalmente, si una vez que se detiene
a una persona que haya delinquido, sea ésta nacida en Argentina o en el
exterior, se la juzga y se le impone una pena de cumplimiento efectivo,
entonces no deberíamos estar discutiendo si expulsar a los extranjeros que
delinquen es la solución. Esto nos es más que desviar el foco de atención del
punto principal. Cuál debe ser el castigo para el delincuente y cómo debe ser
el cumplimiento del mismo es lo que hay que discutir, sin estigmatizar a los
extranjeros que, en la mayoría de los casos, quieren vivir bajo el imperio de
una ley que parece no existir en el presente.
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