El canibalismo político se opone a la democracia
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.


Ningún político que se precie desconoce una regla básica sin la cual es imposible conseguir votos en un país democrático: saber tratar a la gente.
En el 2015 tendremos elecciones y la política en la Argentina se ha convertido en un reality de la peor especie. 
El matrimonio Kirchner desde que se afianzó en el poder, practicó un canibalismo político exacerbado. Pronto, como siempre pasa, éste fue la base de una, cada vez mayor, violencia política. Los  que piensan diferente, aún en lo más mínimo, se convierten en enemigos y no sólo los que pertenecen al ámbito político opositor sino también caen en la rodada los que integran el campo de los creyentes del kirchnerismo. Un solo ejemplo basta para atestiguarlo: el trato que recibe Daniel Scioli cada vez que, débilmente, intentó  dejar de estar sometido a las ordenes del matrimonio gobernante.
El país poco a poco fue dejando grados de democracia en el camino. Con los resortes del poder en sus manos el Gobierno acalló a políticos y a la prensa.  Con dádivas y subsidios puso también en una ajustada malla a la gente con menos recursos. Es así que pudieron vituperar, insultar  y despreciar no solo a políticos opositores sino .también a empresarios que no siguieran sus indicaciones. Guillermo Moreno fue uno de los más conocidos encargados de perseguir a quienes eran considerados traidores por no responder, con obsecuencia, a sus designios. 
La oposición encontró una formula eficaz de responder a las agresiones constantes  del gobierno. El primero que se rebeló al canibalismo político practicado con los resortes del Estado, fue Mauricio Macri, enfatizando en sus campañas los buenos modales y evitando juicios radicales sobre personas y situaciones incluidas las ligadas al gobierno. Esta actitud prendió y se convirtió en común a todo el marco opositor al gobierno. La sociedad agradeció el comportamiento democrático con su voto a los candidatos que demostraron mejor trato.
En las últimas semanas Lilita Carrió mostró, claramente, una actitud que por repetida merece un párrafo aparte. Utilizando el mismo método que la elite gobernante, mezcla verdades con mentiras con tanto éxito, que ha llegado a ser considerada como una espada contra la corrupción. Lus acusaciones constantes a casi todo el que se cruza en su camino le ha valido el aprecio de buena parte de la sociedad. Pero si se la analiza a fondo, deberíamos separar su moralidad intima de su moralidad política: con una pretendida indignación moral, justifica muchas veces acciones crueles que debilitan al sistema de partidos que líderes políticos democráticos intentan fortificar aceptándose entre sí.
 La atroz embestida sobre el ex vicepresidente Julio Cobos, y el Intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde y su mujer, embarra, una vez más, las reglas de convivencia política necesarias en un sistema democrático. 
Sus feroces críticas no se justifican ni siquiera con buenas intenciones: la Historia nos muestra que hasta criminales de la calaña de Castro o el Che Guevara nunca hacen un mea culpa porque creen que sus crímenes están bendecidos por la idea de”misión” 
.Como el gobierno actual, Lilita Carrió considera “enemigos” a quienes piensan diferente u obstruyen sus ambiciones políticas. Humilla, denigra o ironiza con evidente crueldad, segura de apoyar a los “buenos” contra los “malos”, por lo tanto sintiéndose relevada de toda responsabilidad moral. 
Debiera rechazarse todo tipo de comportamiento que destruya los sistemas de cooperación, competencia  y trabajo. Si queremos vivir en democracia los que gobiernan y los que aspiran a hacerlo en el futuro deben dar ejemplo de convivencia política, en vez de manejarse como  déspotas. Es necesario que se acostumbren a tratar los conflictos políticos en el ambiente pacífico que sólo ése sistema proporciona. 

 

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