La norma de Cecilia Bartoli
Carlos Goedder
Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue alumbrado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos Kleiber).


La más reciente grabación de la popular mezzosoprano Cecilia Bartoli es una provocadora lectura de la ópera Norma, la cual fue el mejor papel de la soprano Maria Callas

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El compositor italiano Vincenzo Bellini tuvo una corta vida, entre 1801 y 1835. Su legado en el mundo de la ópera es imperecedero, dejándonos títulos como “I Puritani”, “Il Pirata”, “La Sonnambula”  y “Norma”. Todos ellos tuvieron como titánica intérprete a la soprano greco-estadounidense Maria Callas (1923-1977) y sus grabaciones siguen siendo la referencia fundamental. Indudablemente Joan Sutherland y Monserrat Caballé han dado también interpretaciones memorables de estas óperas, mas Callas fue quien las trajo de vuelta al mundo lírico en los años cincuenta y sigue siendo el patrón oro. Ahora, en mayo 2013, una mezzosoprano, Cecilia Bartoli, publica una grabación de Norma con el sello discográfico Decca que es una propuesta innovadora y sugiere que la ópera aún tiene mucho para darnos en el Siglo XXI.

Una primera ruptura de Cecilia Bartoli es plantearnos el papel de Norma en manos de una mezzosoprano. Su llegada a esta decisión y a Norma es la consecuencia de una investigación en la cual ha actuado tanto como cantante como musicóloga. En esta doble perspectiva tiene mucho en común con Callas, quien siempre sabía rodearse de un equipo dispuesto a estudiar a profundidad la partitura y redescubrirla. Bartoli nos trajo en 2008 un disco que tuvo afortunada resonancia en España, si bien debió celebrarse con más publicidad. Se trató de un trabajo homenajeando a la mezzosoprano española María Malibrán en el bicentenario de su nacimiento. Malibrán fue una figura descollante del mundo lírico europeo en su breve vida, entre 1808 y 1836. Venía de una familia con abolengo musical y la cual también participaba en las celebraciones del cante popular y gitano. Siguiendo a Bartoli en sus notas para el disco (“¿Una norma para Norma?”, p. 9):

“Durante la investigación para el bicentenario de la mezzosoprano María Malibrán (1808-36), exploré el repertorio de esta cantante legendaria. Sorprendentemente, había un número considerable de papeles que son hoy en día asignados sin mucha reflexión a la voz de soprano lírica o ligera. Las dos óperas de Bellini, La Sonnambula y Norma fueron ejemplos particularmente reveladores”.

Luego, Bartoli plantea que en el Siglo XIX habías menos rigor en diferencias las voces de soprano y mezzo como se hace hoy. Citándola de nuevo (p. 9-10):

“Incluso en la primera mitad del siglo XIX, las categorías vocales no estaban cercanas a su estricta definición actual. Los roles eran asignados de acuerdo al carácter (serio, cómico, etc.), o de acuerdo al status de la cantante en el teatro (prima donna assoluta, prima donna di prima sfera, seconda donna, etc.). El término «mezzosoprano» sólo emergió más tarde y más probablemente descrito inicialmente como una calidad vocal y un color. Cuando uno investiga la partitura, uno se da cuenta de que numerosos puntos en la tesitura del papel protagónico tanto en Sonnambula como en Norma se adaptan más confortablemente a una mezzosoprano que a una soprano.”

Malibrán y otra célebre cantante, la italiana Giuditta Pasta (1797-1865), pudieron apropiarse de estos papeles del bel canto en el Siglo XIX teniendo rangos vocales que bien podrían enmarcarse en nuestra definición contemporánea de mezzo. Y si algo llama la atención es que la lírica española guarda íntima relación con estos grandes papeles de Bellini. Maria Callas, cuyo rango vocal y potencia teatral le permitían hacer papeles de bel canto, soprano dramática y soprano ligera por igual, aprendió las técnicas vocales de coloratura necesarias para el bel canto con Elvira de Hidalgo (1891-1980), una soprano española que se había quedado varada en Grecia durante la Segunda Guerra Mundial. Si algo me entusiasma en esta reseña es mostrar como España ha sido una cantera de grandes voces protagónicas en la Historia de la Ópera. Lamentablemente los nombres de Malibrán e Hidalgo se olvidan en muchas apologías de la lírica española y hacen falta Bartolis o Callas que nos las traigan a un merecido primer plano.

Cecilia Bartoli ya nos había propuesto arias de Sonnambula y Norma en el disco de Malibrán. Luego grabó una espléndida Sonnambula completa con el tenor peruano Juan Diego Florez (ya listado entre los grandes tenores de todos los tiempos por BBC Music Magazine). Y ahora, dando curso coherente a su trabajo sobre Malibrán – interrumpido por un álbum dedicado a los castrati, Sacrificium-, nos propone esta sensacional Norma.

Conviene ya referir de qué va Norma. Quien se aventure en ópera sabe que los libretos pueden ser enrevesados, disparatados y carentes de brillo propio sin la música (Il Trovatore de S. Cammarano/L. Bardare y La Forza del Destino de Francesco Piave, ambos con música de Verdi, son claros ejemplos, sin por eso dejar de ser óperas sensacionales y curiosamente inspirados ambas por dramas españoles). En Norma el libreto narra una historia teatralmente sólida: Norma es una sacerdotisa gala (es una druida, mas la Real Academia de la Lengua no considera druida como femenino ni druidesa; los lectores de Astérix invocamos como druida a Panoramix). La Galia está ocupada por los romanos, liderados por el procónsul romano Pollione. La tensión entre romanos y galos está en un punto alto y en un rito religioso Norma aboga por la paz y que si se iniciasen hostilidades ella misma dará la señal. En ese ritual nocturno a la sombra de la luna llena, Norma entona el aria “Casta Diva”, que es la tarjeta de presentación de Maria Callas y nadie cantará mejor que ella por los siglos de los siglos – se puede oír mientras se lee el resto de esta nota en http://www.youtube.com/watch?v=7rjGwS20V94 Los motivos de Norma son personales más que patrióticos: ha roto sus votos para amar a Pollione, con quien ha tenido dos niños que mantiene ocultos. Una joven virgen del templo de Irminsul,  Adalgisa, es la nueva elegida por Pollione. Norma lo desconoce y se entera cuando Adalgisa le revela que piensa abandonar sus funciones por amor a un soldado romano, revelando a Norma el nombre de su amado. Norma cae en un estado de desolación en el cual incluso piensa asesinar a sus hijos, para evitar que sean llevados a Roma por Pollione y Adalgisa. En un bello dúo, “Mira, o Norma”, Adalgisa acude al llamado de Norma y promete romper con Pollione. No obstante, el romano persevera en su amor, lo cual genera en Norma un estallido catalizado por la tensión con el invasor romano. Se da la señal de guerra y los galos, al coro de “Guerra, Guerra!” se rebelan, capturando a Pollione y entregándolo a Norma. Ésta le ofrece perdón a Pollione si deja a Adalgisa, a lo cual él se niega e intenta imponerse a Norma. En un trágico final, Norma llama al pueblo, incluido a su padre Oroveso y denuncia que una virgen ha roto sus votos religiosos. En lugar de denunciar a Adalgisa, ella misma se entrega y pide a su padre que cuide de los nietos que hasta ese momento Oroveso desconoce. Pollione admira el gesto y acepta morir sacrificado con ella.

La historia tiene atractivo por los debates entre patria, religión y amor en la mujer, ya anticipados en la ópera “La Vestale” de Gaspare Spontini y prolongados en Aida de Giusseppe Verdi. En un seminario informal que hice en Venezuela, dedicado a Maria Callas, el expositor señalaba acertadamente que la diferencia entre Medea -personaje de drama griego y ópera de Cherubini-, quien abandonada por su amante decide sacrificar a sus hijos y Norma que los perdona, es que Medea se deja llevar por la ira y Norma por el dolor. Dos reacciones distintas ante el abandono amoroso, propias de mujeres y de hombres, las cuales se encuentran en las óperas de todos los tiempos.

La Norma de Bartoli incorpora una instrumentación alejada de los enfoques más veristas y grandilocuentes del Siglo XX. En la grabación de 2013 se nos ofrece una pequeña orquesta suiza,  La Scintilla, la cual trabaja con instrumentos originales del Siglo XIX bajo la dirección de Giovanni Antonini. El sonido se acerca más al de un ensamble que al de una gran orquesta, sin perder por ello dramatismo y elocuencia. Adalgisa ya no es una mezzo, como lo fueron Ebe Stignani y Christa Ludwig con Callas, sino una soprano espléndida, por demás la mayor sorpresa del disco, Sumi Jo. El papel del tenor es asumido por John Osborn, quien nos da un Pollione convincente, bien cantado y sin duda menos estentóreo que Franco Corelli y Mario del Monaco, los dos grandes socios de Callas en grabaciones o interpretaciones teatrales del papel.

Norma cuenta con una instrumentación deliciosa y la música cumple el papel que el maestro Tullio Serafin le destacaba a Callas en sus lecciones: transmitir el gesto dramático exacto que debe hacer el cantante. Bellini a ratos tiene tonos propios de un Chopin en sus piezas de piano, cuando orquesta la tristeza amorosa. Eso no impide que su coro de “Guerra”  suene siniestro y aterrador. La pérdida de este joven compositor se suma a los nombres que la muerte arrebató demasiado temprano del mundo musical, como Mozart, Arriaga, Bizet y Lili Boulanger, por nombrar apenas un puñado.

Propongo esta Norma como una revelación y promesa sobre las posibilidades operísticas en el Siglo XXI. El género dista de estar agotado u obsoleto y el amor en los tiempos del whatsapp y el twitter es capaz de sintonizar con las emociones de estas óperas.

En pleno bicentenario de Verdi y Wagner, un homenaje sonoro es esta Norma de Bartoli y su garantía de vigencia para la ópera. Wagner, por cierto, celebraba Norma como su ópera favorita y esto se entiende al ver los elementos de mitología en el culto de Norma y la sintonía que ofrece el texto con la música.

Callas trajo su Norma al Colón de Buenos Aires en 1949 y al Palacio de Bellas Artes en México a inicios de los cincuenta. Se anhela que Bartoli nos traiga su arte también a Hispanoamérica, donde el fervor por la Ópera es tan intenso como en Europa o EEUU.

 

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