De relaciones carnales a sumisión absoluta
Guillermo Lascano Quintana
Abogado.
Abordaré,
en estas reflexiones, un tema extremadamente complejo, lleno de sutilezas de
lenguaje y de posiciones ideológicas, que excede el ámbito local, pero en el
que las decisiones domésticas cobran excepcional trascendencia.
Comencemos
por recordar que cuando la Argentina, organizada en el siglo 19, se ligó con el
mundo, lo hizo a sabiendas de lo que ello significaba. Porque, mal que les pese
muchos revisionistas y exaltadores de los “pueblos originarios” nuestro
nacimiento y nuestro destino estuvo ligado a Europa, sobre todo a Gran Bretaña
en materia económica, a Francia en lo cultural y a Italia y España, que nos
dieron a muchos de sus hijos para poblar nuestro extenso territorio.
El
comercio externo creció a tasas exponenciales, recibimos más de 6.000.000 de
inmigrantes, casi la mitad de los cuales se quedó para siempre. Se construyeron
puertos, caminos y fábricas, que dieron trabajo a muchos y se explotó la
agricultura y la ganadería como no se había hecho nunca.
La
misma procedencia europea de tantos inmigrantes y la española de la conquista y
colonización, fueron de la mano, para transformar un territorio remoto y
deshabitado en tierra de promisión, crecimiento y educación.
En
algunos aspectos hasta fuimos más avanzados que nuestros socios europeos que
siguieron siendo monarquías, en muchos casos absolutas, cuando la Argentina
optó por la república.
Ese
fue el nacimiento de una nación que despertó admiración y entusiasmo durante
muchos años. Aún después de la crisis de 1929 y del cuestionado
pacto Roca/ Runciman, nuestra posición era más próspera y estable que las de
otras naciones similares.
En
la misma época competíamos con los EE. UU. en muchos rubros y hasta tuvimos
severos enfrentamientos diplomáticos, con ellos, en las primeras reuniones
diplomáticas continentales.
Los
populismos que se instalaron después aislaron a nuestro país del mundo al que
pertenecemos y hasta coquetearon con quienes pretendieron cambiarlo y
fracasaron en el intento.
Otro
populismo menos severo que el actual, cambió el rumbo dramáticamente y nos
ligó, nuevamente a Occidente, por medio de las tan criticadas “relaciones
carnales” con EE. UU. y con la OTAN.
Quienes
ahora gobiernan, duros e hipócritas críticos de aquella alianza, nos están
llevando a otra, tan inconveniente como peligrosa; y tan oscura como siniestra.
De
la boca para afuera sus propulsores, gobernantes y legisladores indignos, dicen
que las relaciones con China responden a una nueva realidad que impone reconocer
el poderío económico de esa nación; y que el comercio con ella es altamente
beneficioso para la Argentina. Si esta acabara allí, se podría entender tal
política, pero hay otros aspectos que ponen en tela de juicio las nuevas
relaciones de sumisión.
Toda
la alharaca respecto de la relaciones con aquel gigante asiático se reduce a
las necesidades de divisas para paliar el déficit de nuestra reservas.
Pero
China no es Europa ni EE. UU.. Es otra cosa. En primer lugar no es una
república democrática y tiene
intenciones de expansión. En segundo lugar su sistema político, económico y
cultural no tiene empatía alguna con el nuestro y con su historia.
Son
tan cínicos estos supuestos defensores de la Nación, que entregan nuestro
dominio sobre grandes extensiones y aceptan condiciones de indigna pérdida de
soberanía mediante pactos secretos.
Algo
similar ocurrió en las postrimerías del gobierno de Perón, en 1954, cuando se
firmó el famoso convenio con la una poderosa petrolera norteamericana; lo que
puede ser premonitorio pues poco tiempo después es régimen nacional y popular
fue derrocado.
Todo
se ha hecho sin debate alguno, sin tener en cuenta las disidencias, con el apresuramiento
de quien está al borde de su extinción y no le importan las consecuencias para
las futuras generaciones. Y lo que es más grave, sin respeto por nuestra
posición en el mundo, por nuestra pertenencia histórica, colocándonos en una
situación de vulnerabilidad extrema al ponernos en medio de un eventual
enfrentamiento entre otras naciones.
Debemos
confiar en que el próximo gobierno enmendará este estropicio de intolerable
sumisión.
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