No existe real ciudadanía en el marxismo
Rafael Marcano

Economista – Abogado. 



En el reciente asueto de Semana Santa, aprovechando la relativa paz de esos días, pasó ante mi vista un pequeño escrito, hecho con fina pluma, pero inquietante; en él su autor pretende describir lo que los diferentes sistemas socio-políticos pretenden hacer con los seres humanos.
 
Al referirse al socialismo marxista, sin nombrarlo, el articulista dice que “los regímenes autoritarios y burocráticos como los de China, Cuba, Venezuela etc., quieren producir ovejas sumisas, rebaños obedientes, espíritus vencidos, esclavos ideológicos, masas que aplaudan al caudillo corrupto de turno”. No hay manera de no estar en sintonía con tal aserto. Su enunciación es ¡impecable!
 
Pero cuando aborda al capitalismo como sistema (llamándolo por su nombre) afirma que éste “pretende transformarnos de ciudadanos a consumidores, de generadores de cultura a depósitos de basura comunicacional y publicitaria. De hijos de la poesía y la lectura a masas de iletrados que tragan incansablemente lo que se anuncia por los medios, de gente que ni lee ni observa”. A este respecto, el disenso del suscrito es tajante.
 
Es alarmante que a estas alturas, incluso entre gente culta, haya quienes no entiendan la muy evidente relación entre el capitalismo (economía de mercado sin planificación central) y la democracia occidental tal como la hemos conocido desde la Revolución Francesa (por lo menos) hasta nuestros días.
 
La democracia, así entendida, es el correlato jurídico-político de la economía de mercado, y viceversa. Una no puede vivir sin la otra. Se argumentará en contrario que en la historia se han dado casos en los que ha habido economía de marcado (capitalismo) sin libertad; ¡es cierto! pero ¿cuánto han durado? Sólo dos ejemplos: Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) y Augusto Pinochet (1973-1990).
 
Por el contrario, aquellos gobiernos de economías centralizadas seguidores de las erradas propuestas marxistas (por ejemplo: “Los regímenes autoritarios y burocráticos como los de China, Cuba, Venezuela, etc.”) sólo pueden subsistir si limitan las libertades públicas y los Derechos que les son inherentes, o sea, los Derechos Humanos, para así poder “producir ovejas sumisas…que aplaudan al caudillo corrupto de turno”.
 
En una economía de mercado, entonces, un ciudadano es justamente eso: un ciudadano con Derechos (y Deberes)y con garantías para ejercerlos. Es en dentro de este sistema que existe el Derecho a la Defensa, el Juicio Justo, el Juez Natural, Estado de Derecho en virtud del cual el Estado (gobierno) está sujeto al cumplimiento de la ley, lo que implica que está limitado y controlado mediante una real especialización institucional que permite la partición del Poder Público en ramas que se contrapesen y controlen entre sí.
 
En cuanto a la “conversión” de los ciudadanos en consumidores, hay que expresar que se trata de una falacia puesto que los ciudadanos somos seres humanos, y en cuanto tales, tenemos necesidades que debemos satisfacer en función de su naturaleza e intensidad y de los medios disponibles para ello. Así que ser consumidor no es un pecado ni una falencia. Se trata simplemente de una condición natural que se ejerce libre y catalácticamente sin problemas de conciencia, dentro de un ambiente “ganar-ganar”; de no ser así, ninguna sociedad sería exitosa. El ciudadano tiene un múltiple rol de consumidor, ahorrista, inversionista, emprendedor, etc. según sus aptitudes cuando así lo decida de manera libérrima.
 
Por eso los países socialistas han sido predominantemente unos fracasos emigratorios.
 
No se trata de que el Capitalismo sea perfecto, no lo es, pero no podemosadjudicarle defectos que no tiene.
 
También leí hace poco un texto de CEDICE-Libertad que lo he dejado a propósito como broche de oropara estos comentarios:
 
“El libre mercado es el sistema que promueve una sociedad basada en la libertad de elegir, comerciar y competir. Donde hay respeto a los derechos de propiedad y donde el consumidor tiene el poder para escoger aquello que satisfaga sus necesidades sin coacción ni privilegios, como base para la democracia”. 
 

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