Otra mirada sobre la Argentina
Guillermo Lascano Quintana
Abogado.


Constantemente muchos políticos, sociólogos, analistas políticos y desde luego, periodistas, describen la realidad argentina en tono apologético o apocalíptico según sus visiones y compromisos y asignan a ella carácter terminal. 
 
Esas reflexiones o comentarios adquieren características de catástrofe cuando se avecinan elecciones de gobernantes, sobre todo de parte de los opositores que describen la realidad de un modo absolutamente negativo. Los oficialistas, por su parte pronostican un futuro calamitoso si son derrotados y señalan supuestos logros de su gestión.
 
En cualquier caso estas visiones son incompletas, superficiales y sesgadas y omiten una mirada más profunda de nuestra realidad.
 
Hay, me parece, una superestructura elaborada por el discurso político que, generalmente exagera defectos y virtudes, pero que es ajena a la completa cotidianeidad, que incluye, como no puede ser de otra forma, claroscuros.
 
Gran parte de la ciudadanía recibe esa visión que cala en sus espíritus y nubla su entendimiento.
 
Pero la estructura profunda de la sociedad argentina tiene algunos rasgos cuya consideración se omite, deformando la percepción que se tiene de ella y por ende enviando señales incompletas o parciales y desalentadoras.
 
Algunas realidades argentinas son las siguientes.
 
La familia, a diferencia de lo que sucede en muchos países del mundo desarrollado y en especial en Europa, sigue siendo, en nuestra sociedad, un  núcleo importante de desarrollo y contención. En él se cuida a los niños y a los ancianos; con falencias, naturalmente, pero manteniéndose vigente, a diferencia de aquellos países en los que escasean los matrimonios y los nacimientos y se confina a los ancianos en albergues sin alma.
 
En épocas en que los conflictos religiosos crecen de manera alarmante, en este confín de la América del Sur, no hay discriminación alguna por motivos vinculados con las creencias trascendentes. Cada organización religiosa y todos los ciudadanos, expresan, con absoluta libertad, sus dogmas, normas y ritos y trabajan armoniosamente –en muchos casos- en obras destinadas al bien común.
 
A diferencia de lo que sucede en otras latitudes donde los migrantes son rechazados, en muchos casos con violencia, en la Argentina los recibimos casi sin cortapisas. En otros tiempos, iniciales de la nación, se integraban casi inmediatamente y se confundían con los criollos. Hoy esa integración es más lenta, pero las comunidades extranjeras (de todo el orbe) viven en libertad y sin condicionamiento alguno. Vale la pena recordar que cuando los argentinos éramos alrededor de 1.500.000 y durante casi 50 años, recibimos 6.000.000 de inmigrantes, de los cuales 3.000.000 se quedaron para siempre.
 
El arte, tanto popular, como sofisticado, tiene expresiones múltiples y de una magnitud inusitada en todos los confines de nuestra tierra. En grandes y pequeñas ciudades hay teatros, cantantes, guitarristas, violinistas, pianistas rockeros, pintores, galerías, novelistas, payasos, saltimbanquis, imitadores, bailarines, en algunos casos sobresalientes y varios con trascendencia internacional.
 
Si bien la enseñanza pública ha decaído, seguimos generando profesionales destacados y codiciados en todo el mundo. Las ciencias duras han permitido que en el espacio orbite un satélite fabricado aquí y puesto en el cielo por científicos locales. Un logro que tienen pocos países en el mundo.
 
Las individualidades pueden no ser representativas de una sociedad, pero, sin hacer nombres, varios argentinos han sido galardonados con el premio Nobel.
 
Estos rasgos son insuficientes para sobrevivir exitosamente en el mundo pero son una plataforma de lanzamiento formidable y una esperanza para todos. Y nada de lo descripto es obra de los gobiernos, sino de la sociedad, las más de las veces, con oposición o falta de incentivos de aquellos.
 

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