El control forzoso de la natalidad
Ian Vásquez
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, Washington D.C. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El país más poblado del mundo acaba de abandonar la política que limitaba a las parejas a tener un solo hijo. El Partido Comunista de China la ha declarado un éxito, pero el cambio es un reconocimiento tácito de su fracaso. El control forzoso de la natalidad, además de haber generado violaciones de derechos humanos a escala masiva, ha causado graves problemas en el orden social, la estabilidad y el futuro económico del país.

Cuando China empezó a implementar la política del hijo único en 1980, el pensamiento que predominaba entre las élites mundiales era que la creciente población empobrecía a la gente y amenazaba al mundo. Desde los años sesenta, académicos como Paul Ehrlich pronosticaban que hambrunas y otras catástrofes afligirían a países ricos y pobres en el futuro cercano, pues el crecimiento estaba constreñido por una producción limitada de comida y los recursos naturales eran finitos. El Banco Mundial condicionaba sus préstamos a la India a programas de esterilización. La humanidad estaba condenada a un futuro oscuro si no se tomaban medidas extremas.

Felizmente, pocos países implementaron tales políticas al extremo que lo hizo la dictadura china. Lo que sucedió luego a nivel internacional probó el error olímpico de los pesimistas. La producción de alimentos más que triplicó desde los sesenta, y la población mundial más que duplicó. El mundo se volvió más rico y la fertilidad en los países en desarrollo cayó estrepitosamente. Sucede que el crecimiento económico y la riqueza estimulan a las parejas a tener menos hijos, dado que una vejez con mayores recursos implica menor dependencia de los hijos. El crecimiento económico implica también que vale la pena invertir mayores recursos en cada hijo —por ejemplo, en la educación— por lo que tiene sentido reducir el número de hijos.

Esa transición demográfica no requiere de políticas brutales como las esterilizaciones, los abortos y otros controles forzosos de natalidad que aplicó China a millones de personas. El resultado es que hay un desbalance drástico de géneros. Nacen 117 niños por cada 100 niñas. Por razones culturales y económicas, los chinos favorecen a los hijos más que a las hijas, y practican abortos selectivos y hasta infanticidio de mujeres dado que solo pueden tener un hijo.

El hecho de que hay decenas de millones más de hombres que mujeres quiere decir que muchos hombres no encuentran, ni encontrarán, pareja. Esa cantidad de hombres jóvenes frustrados —por no poder anclarse en la sociedad a través del matrimonio y la formación de familias como les gustaría— es una receta para la violencia y la inestabilidad, cosa que ya está ocurriendo según la experta Andrea den Boer. Además, está creando desigualdades sociales ya que los hombres más prósperos y en las áreas urbanas pueden competir por las novias, mientras que los hombres más pobres en las zonas rurales se casan cada vez menos. Donde hay minorías étnicas tal desbalance puede incrementar la inestabilidad social.

China ha aprendido tarde que la falta de personas en su sociedad, especialmente de mujeres jóvenes, le está perjudicando. Por miedo a la supuesta amenaza de la sobrepoblación, el bono demográfico chino —en que la población de edad productiva es mayor que la dependiente— es menor de lo que pudiera ser. En la medida que envejece una proporción creciente de su población, China corre el riesgo de envejecer antes de volverse rica.

La experiencia china ofrece lecciones a todo el mundo. La visión pesimista detrás de los esfuerzos para controlar la natalidad no tiene sentido y puede derivar fácilmente en la violación de los derechos humanos.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 31 de octubre de 2015.
 

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