¿Está Trump desinflándose?
Alvaro Vargas Llosa
Director del Center for Global Prosperity, Independent Institute. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Varias encuestas serias apuntan a una caída sonora de Donald Trump en las preferencias de los republicanos de cara a las primarias de ese partido. En algunas, Ben Carson, el neurocirujano negro que le disputa el aura de outsider, le saca ventaja y en otras le empata. En todas aparece ahora Marco Rubio, el joven senador de origen cubano, como el nuevo y expectante tercero en discordia.

Se viene pronosticando el “desinfle” del magnate inmobiliario Donald Trump desde el verano estadounidense, pero no había ocurrido hasta ahora nada que diera a entender que ello podía suceder. Esta vez, los ataques de sus rivales y esas metidas de pata que le habían dado un aire fresco y una imagen de retador insolente que insurge contra las vacas sagradas de la política parecen haberle infligido un desgaste. Un dato clave así lo indicaría: sus números negativos superan a los positivos en 19 puntos. Como sabe todo aquel que alguna vez haya participado en una campaña, los índices de rechazo o desaprobación son la clave de todo. El derrumbe de un candidato favorito siempre empieza por un aumento de las antipatías de los votantes hacia esa candidatura. Es, de hecho, la “ultima ratio” de toda campaña negativa contra un adversario. Lo demás, el desplome de las preferencias, viene por añadidura si el trabajo de demolición de las simpatías y fomento de las antipatías está bien hecho.

Hay, sin embargo, razones para creer que es demasiado prematuro sacar conclusiones sobre Trump a pesar de la batería de encuestas y titulares que anuncian que ahora, sí, por fin, se empieza a caer. Por lo pronto, ya sea como primero o como segundo, él y Carson están todavía considerablemente por delante de los políticos más tradicionales; en algunas preguntas, especialmente la del liderazgo, el empresario mantiene una ventaja muy alta. Además, después de cada debate republicano hemos visto a alguno de los demás candidatos colocarse en tercer lugar con ínfulas de alcanzar a Trump y Carson, pero el entusiasmo ha durado poco. La última fue Carly Fiorina, la ex CEO de Hewlett-Packard. Ahora le toca a Marco Rubio, pero es imposible saber si tendrá capacidad para ser algo más que flor de un día.

Lo que todo esto nos demuestra es que los votantes republicanos están respondiendo a impulsos contradictorios. Uno les dicta que hay que cargarse al elenco estable de la política tradicional. Otro les dice que eso mismo es peligroso porque puede comprometer la elección cuando el nominado se enfrente a la casi segura candidata demócrata, Hillary Clinton. Un tercer impulso les pide prudencia y tanteo porque abrazar a un candidato que comulga con sus posiciones sobre ciertos asuntos valóricos o sociales puede alejarlos de un liderazgo económico liberal (en el sentido original) o de una Presidencia con autoridad ante el mundo. Por último, un impulso de supervivencia les dice que las divisiones entre republicanos -que ya dieron al traste con el presidente de la Cámara de Representantes, al que han tenido que reemplazar improvisadamente porque le era imposible continuar gestionando la lucha de facciones- exige un líder capaz de unirlos.

Como no hay nadie que reúna las cuatro condiciones y ellas son, por el momento, aparentemente contradictorias, los votantes republicanos están dando tumbos y emitiendo señales confusas. Quizá eso explique el movimiento que ha habido en los números de los candidatos en las últimas dos semanas. Todo lo cual tiene al país -y a Hillary Clinton- desconcertados. Hasta que arranquen las primarias de Iowa y New Hampshire, la incertidumbre será la gran protagonista.
 

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