Los planes sociales argentinos y el ejemplo alemán
Edgardo Zablotsky
Ph.D. en Economía en la
Universidad de Chicago, 1992. Rector de UCEMA. En Noviembre 2015 fue electo Miembro de la Academia
Nacional de Educación. Miembro del Consejo Académico de la
Fundación Atlas para una Sociedad Libre. Consultor y conferencista en políticas públicas en el
área educativa, centra su interés en dos campos de research: filantropía no
asistencialista y los problemas asociados a la educación en nuestro país.
El presidente Mauricio Macri declaró a fines de julio
pasado que “la gente tiene que estar tranquila porque todo el que tenga un plan
lo va a seguir teniendo”. En realidad esta no era la primera vez que abordaba
el tema. Macri pronunció una declaración similar en octubre de 2014, cuando aún
no había comenzado el actual proceso electoral: “El que tiene un plan lo va a
seguir teniendo, no tengan miedo”, señalaba frente a la estrategia del gobierno
que ya intentaba asustar a la población frente a la posibilidad de un cambio.
A principios de abril publiqué en estas mismas páginas
una nota titulada: “Planes sociales: ¿Para qué sirvieron?” La motivaban los
datos aportados por Daniel Arroyo, viceministro de Desarrollo Social de Néstor
Kirchner, según los cuales 8 millones de personas recibían algún tipo de plan
social.
Muchos de los planes deben ser mantenidos, de eso no hay
duda, pero como subrayé en dicha nota, citando la opinión de Juan Pablo II en
una alocución de 1987: “El trabajo estable y justamente remunerado posee, más
que ningún otro subsidio, la posibilidad intrínseca de revertir aquel proceso
circular que habéis llamado repetición de la pobreza y de la marginalidad”.
¿Cómo incentivar a los beneficiarios de los planes a
reinsertarse en la sociedad? El mismo Juan Pablo lo sugiere en aquella
exposición al advertir que “esta posibilidad se realiza sólo si el trabajador
alcanza cierto grado de educación, cultura y capacitación laboral”.
Este es nuestro problema. Muchos beneficiarios no cuentan
con capital humano para insertarse exitosamente en la sociedad, por más que se
otorguen incentivos fiscales o previsionales a las empresas dispuestas a
contratarlos. Considero al sistema de educación dual alemán como una forma
ideal de capacitarlos, a la vez que les provee incentivos para incorporarse a
la sociedad productiva.
¿En qué consiste el sistema dual? Sintéticamente, combina
clases en una institución educativa con entrenamiento en una empresa. En
Alemania existen alrededor de 350 profesiones con una duración de 2 a 3,5 años.
Conforme va transcurriendo el proceso de aprendizaje, el estudiante incrementa
el tiempo de entrenamiento en la empresa y reduce el tiempo de aprendizaje en la
institución educativa, logrando de esa forma incorporarse, provisto de capital
humano, al proceso productivo. Usualmente los participantes perciben durante
este período un salario próximo a un tercio del que percibe un trabajador al
inicio de su vida laboral. Por supuesto las empresas participantes cuentan con
incentivos financieros del gobierno alemán.
¿Por qué no pensar en una adaptación del sistema dual
adecuada a nuestra realidad para incentivar a beneficiarios de planes sociales,
ya no tan sólo a incorporarse a la sociedad productiva, como se podría lograr
mediante incentivos fiscales y previsionales para las empresas contratantes,
sino para que también adquieran el capital humano que les permita acceder a
otra calidad de vida? Creo que vale la pena evaluarlo.
Publicado en Clarín.
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