No esperemos mucho de París
Ian Vásquez
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, Washington D.C. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Quienes se reúnen en París en estas fechas para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático sostienen nada menos que el futuro del planeta está en juego. Es casi seguro que anunciarán un acuerdo global para recortar la emisión de gases de efecto invernadero y que declararán una victoria en la lucha por salvar la humanidad.

Es seguro también que lo acordado en París tendrá un impacto mínimo en la temperatura global. Esto es porque se basa en promesas de políticos que deben cumplirse en un futuro lejano. Además, las prioridades de los países pobres —reducir la pobreza, eliminar enfermedades básicas, etc.— son muy distintas a las de los países que ya se volvieron ricos con el uso de combustibles fósiles.

Dado que las cumbres anteriores sobre el cambio climático hasta ahora han fracasado, se decidió en Lima el año pasado que cada país presentaría un plan que tiene la “intención” de cumplir. Cada país fija sus propias metas distintas de emisión de gases de efecto invernadero y usa su propio criterio al elaborar proyecciones. Si no se cumplen los planes, no pasa nada.

El experto en energía Oren Cass ha mostrado cómo este proceso tendrá poco impacto en las emisiones de los países. Por ejemplo, China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, propone reducir sus emisiones entre 60% y 65% en relación con su PBI para el 2030, fecha en la que planea mantener fija su emisión total. Pero dado que las emisiones tienden a nivelarse en la medida en que las economías se desarrollan, el “plan” de China es igual a lo que hubiera ocurrido sin un plan: hace años los expertos calcularon que las emisiones de China llegarían a su cenit alrededor del 2030.

Lo mismo ocurre con la India, el tercer mayor emisor del mundo. La revista The Economist reporta que, por su parte, Rusia dice que reducirá sus emisiones comparado a 1990, año anterior al colapso de sus industrias pesadas.

El Perú promete reducir sus emisiones en 30% para el 2030. Pero solo se responsabiliza por el 20%. El restante depende en gran medida de la ayuda internacional que prometerán los países ricos en París. Si la experiencia es guía, esas promesas tampoco se cumplirán del todo y lo que terminará chorreando al Perú no será usado de manera eficiente como proyectan los planificadores.

Más de la mitad de las emisiones peruanas resultan de la deforestación o la alteración del uso del suelo. Las proyecciones indican que estas aumentarán enormemente si no se toman medidas para reducirlas. Para que el Perú cumpla su plan, el 70% de los recortes en emisiones tendrá que resultar del control de la deforestación y el uso del suelo, según Climate Action Tracker, un consorcio de centros de investigación. ¿Alguien en verdad cree que eso es realista? Cabe recordar que en la conferencia de Copenhague en el 2009 el Perú prometió parar la deforestación para el 2021. Está ocurriendo exactamente lo contrario.

Hay que asumir que todos los países sí cumplirán las promesas que hacen en París. Aun así, la reducción en la temperatura global sería de un magro 0,17 grados centígrados, según Bjorn Lomborg del Copenhagen Consensus. El costo económico para lograr eso es enorme. Lomborg lo calcula en un millón de millones de dólares al año.

No deberíamos esperar mucho de París. Está quedando cada vez más claro que para enfrentar la adversidad, cosa que incluye el cambio climático, no hay que perjudicar el crecimiento económico.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 5 de diciembre de 2015.
 

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