El llanero solitario
Víctor Hugo Becerra
Víctor Hugo Becerra es Coordinador Proyecto México en Fundación Friedrich Naumann para la Libertad, México.


Para mi amigo Martín Simonetta, con toda mi solidaridad.


Una escena inicial del estreno reciente de “El Llanero Solitario” puede ayudarnos a entender algunas cosas del liberalismo y hasta de la política mexicana actual. En la película, John Reid (Armie Hammer), el futuro Llanero Solitario, es invitado por un grupo de peregrinos evangélicos a unirse a su plegaria, Reid rechaza la invitación y les contesta: “Esta es mi Biblia”, mostrando un ejemplar del Segundo Tratado sobre el gobierno civil, de John Locke, el padre del liberalismo, donde Locke plantea temas como la limitación del gobierno, el respeto irrestricto a la propiedad privada y el contrato social como base de la organización social y de las funciones del Estado, y que fue el modelo precisamente para la elaboración de la propia Constitución norteamericana.
¿El salvaje oeste en 1869 es el lugar más idóneo para un lector de Locke? En apariencia sí: El próspero villano de la película, Latham Cole, que construye un ferrocarril en Texas para unir ambas costas del país, hasta cita al autor inglés de memoria. Sin embargo, a lo largo de la película a Reid le llegará el momento de plantearse si la sola aplicación de la ley es el camino que quiere seguir, o si su decepción ante la traición, la corrupción y la perversión del estado le brindan una nueva visión del rumbo que debe tomar su vida; esa es precisamente la disyuntiva que sirve de hilo conductor a la película.
En los hechos, Reid abandona su anterior identidad haciendo creer el haber sido muerto por los cómplices de Cole, quien captura al estado y hace uso de su monopolio de la fuerza para sus fines delincuenciales. Así, Reid en compañía del indígena Toro (Johnny Depp), sigue buscando la verdad y la justicia, pero siendo conciente de que la ley puede ser inmoral, al haber sido hecha por quienes piensan expresamente beneficiarse de ella, expoliando, y que el estado no encarna un interés público común, sino que es un mero agregado de intereses personales de sus dirigentes para sus fines exclusivos. En tal sentido, ¿es plausible hablar de que al igual que les sucede a muchísimos liberales, el ávido lector de Locke al enfrentarse a las indignidades de la política, se reconvierte en un liberal con más desilusiones pero instrumentos más afilados, una especie de Fréderic Bastiat en el Lejano Oeste? Plausiblemente sí, ya que después de todo, “El Llanero Solitario” regresa de la muerte. ¿O Toro es una especie de Bastiat que modera el legalismo de Locke? Quizá también.
En cualquier caso, la película hace un buen retrato de lo ladrón y autoritario que puede llegar a ser un estado, a manos de empresarios y políticos que se aprovechan de sus prebendas. En tal sentido, algunos comentarios que he leído, afirmando que “El Llanero Solitario” es “una crítica feroz a la sociedad gringa” o “una crítica al capitalismo entre los logos corporativos de la poderosa empresa Walt Disney Pictures” me parecen desencaminados. Si una crítica hay en la película es hacia el estatismo, su intervención en la economía y los parásitos que ello prohíja: empresarios mercantilistas, monopolios, políticos expropiadores para su beneficio, legisladores que legislan para el bien propio y de sus favoritos, sindicatos que sólo representan a los líderes del gremio…
Ahora que el Congreso mexicano se apresta a legislar sobre PEMEX y las llamada Reforma Fiscal, sería bueno recordar que tal ha sido el papel tradicional del estado mexicano: Legislar para los amigos, enriquecer a sus funcionarios y que el partido en el poder lo conserve todo lo que pueda, por más que los políticos y tecnócratas nos citen sus nobles propósitos reformistas a cada rato (o repitan que no legislaran, supuestamente para proteger el “interés nacional”, cuando en realidad lo único que defienden son a grupos de interés y a “líderes” vetustos). Desconfiar del poder y de sus propósitos debiera ser una actitud prudente de los ciudadanos mexicanos, tan crédulos que hemos sido en el pasado. O mejor dicho: cómplices en que nos hemos convertido, al buscar recoger algunas migajas del banquete que políticos y tecnócratas se han dado, sin reparar que ha sido a nuestras costillas. No por nada hoy nos enteramos en México que a pesar de que cada vez se cobran más impuestos y se destinan más recursos a la lucha contra la pobreza, ésta ha aumentado en los últimos años. Importantes cosas aún dichas por una vieja serie radial originada en Detroit en 1933, y que emigró en las décadas siguientes a las tiras cómicas, los libros, la televisión y el cine, gracias a las lecciones que daba de forma tan elemental y que nunca debiéramos olvidar.
No tocaré otros temas de la película, por ejemplo, como a ratos ésta parece ser “Piratas del Caribe” recreada en el Viejo Oeste (no por nada Gore Verbinski es el director de ambas películas), o como Toro es una especie de recreación de Jack Sparrow en las arenas de Nuevo México, o el inexplicable protagonismo de Toro, sólo fundado en que Johnny Depp es también productor de la película, o los guiños cinematográficos a Buster Keaton y John Ford, o su papel en el reciente revival del western, o tantos otros temas… A mí sólo me interesaba destacar lo apuntado en los párrafos precedentes. Para lo otro, le invito a ver la película, con un paquete jumbo de palomitas y refrescos (la peli es larga), y formarse su propia y muy valiosa opinión.

 

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