El Papa, Trump y la inmigración
Ian Vásquez
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, Washington D.C. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El papa Francisco está en México, donde se acercará a la frontera con EE.UU. en un gesto de solidaridad con los mexicanos que migran al norte. Ya el candidato presidencial estadounidense Donald Trump, quien propone construir un muro entre los dos países, lo criticó al decir: “No creo que entiende el peligro de la frontera abierta que tenemos con México”.

No importa el hecho de que no hay una frontera abierta con México, o que el flujo neto de mexicanos hacia EE.UU. haya sido negativo desde el 2009. El mensaje xenófobo del magnate republicano explica en parte por qué lidera las encuestas y ganó la última primaria. Pero a quien le están dando la razón los nuevos estudios sobre inmigración es al Papa, cuyo mensaje de compasión implícitamente los endosa. Sucede que la inmigración beneficia no solo a los países que reciben a los migrantes, sino también al desarrollo mundial —y mucho más de lo que uno típicamente espera—.

Trump no desarrolla bien su rechazo a la inmigración. Culpa a los mexicanos de aumentar el crimen, de tomar los trabajos de los estadounidenses y de otras cosas que la evidencia desmiente. En el fondo, sin embargo, da la impresión de que una ola de inmigrantes está debilitando las instituciones y la cultura de EE.UU. Y algunos economistas, reconociendo que los inmigrantes traen consigo sus propios hábitos y cultura, han llegado a plantear que la inmigración de los países pobres puede reducir la productividad de los países ricos.

Un estudio nuevo de Michael Clemens y Lant Pritchett de la Universidad de Harvard desmonta este relato. No hay ninguna evidencia de que la productividad en países que han recibido inmigrantes se haya visto afectada. Al contrario, los países con más diversidad de inmigrantes tienden a mejorar su desempeño económico. Y los inmigrantes tienden a asimilarse a los nativos en cuanto a ingresos luego de un período. Además, el flujo migrante en el mundo no llega a una magnitud que pueda tener el efecto temido por los seguidores de Trump. Los investigadores concluyen que hay tanta restricción a la migración hoy en día que no tiene sentido argumentar en contra de las fronteras abiertas, pues lo que se requiere para incrementar la productividad mundial es más bien relajar las restricciones por mucho.

El mismo Clemens ha calculado el costo de las restricciones migratorias en los billones de dólares al año. El investigador sueco Fredrik Segerfeldt reúne esta y otra evidencia para mostrar que para los países ricos, la política más potente para mejorar el bienestar del mundo es la liberalización de las leyes migratorias.

Al migrar de un país pobre a uno rico, el trabajador no solo puede ver incrementado su ingreso por un factor de hasta 30 veces, sino que también envía remesas a su país de origen, reduciendo así la pobreza y mejorando la salud y la educación en los lugares que reciben los fondos.

Hay evidencia, además, de que la emigración fortalece la democracia en los países de donde provienen los migrantes. En México, por ejemplo, la emigración incrementó la competencia democrática y la participación política. Las remesas reducen la dependencia de las personas en el Estado y el patronazgo de ciertos partidos políticos, mientras que el migrante que vuelve a su país trae consigo otras expectativas de participación política. Eso es consistente con un estudio de Joshua Hall que encontró que la habilidad de emigrar está relacionada a un aumento de la libertad económica en los países que dan origen a tal éxodo.

La mayoría de estadounidenses felizmente no apoya más restricciones a la inmigración. Ojalá vayan más allá y presten mayor atención al Papa que a Trump esta semana.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 13 de febrero de 2016.
 

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