Venezuela: otro populismo fracasado

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
El
presidente de Venezuela esta incitando a la gente a tomar las fábricas, que han
dejado de producir por la extraordinaria crisis política y económica que afecta
a ése país.
No es
casualidad que la continuidad del chavismo,
en versión del presidente Maduro, esté mostrando semejante fracaso.
El populismo
se basa en la noción de reparto: debe sacarse al rico para darle a los pobres. Es así como en nombre de la
popularidad necesaria para ganar
elecciones y retener el poder terminan con una economía en estado de
postración, por lo cual pierden el apoyo de la gente que habían acercado
mediante clientelismo con favores, dádivas, subsidios y propaganda. Es decir
utilizando los medios del Estado que da el poder.
No entienden
que un país para desarrollarse necesita de estabilidad política y crecimiento
económico. Creen que se puede repartir
desde el estado, obligando a los empresarios a bajar los precios aunque afecte
la producción y la productividad.
No valoran,
como tampoco los sindicalistas, una economía sana donde la moneda no se
deprecie por la inflación. Tampoco permiten que las personas sean las que
ejercen su autoridad sobre sus propios bienes. Creen que el estado lo hace
mejor. Es así como no funcionan los sistemas de precios porque no respetan la
propiedad. La lesionan mediante revoluciones, golpes de estado o políticas
económicas estatistas dirigistas e intervencionistas.
El populismo
apura el ingrediente nacionalista que lo caracteriza con discursos xenófobos
que demonizan al capital extranjero. Bajan
la tasa de inversión disparando al corazón del ahorro del país, por lo que no
se dispone de bienes de capital, baja la productividad y el crecimiento.
Cuando
necesitan del capital extranjero, éste no aparece porque teme que la inversión
directa o la financiación de recursos
para financiar emprendimientos del país termine con una intervención del
gobierno desfavorable a los derechos de
propiedad y hasta exista la posibilidad de la confiscación de algunas o todas
las empresas.
Las
declaraciones de Maduro como las del anterior gobierno argentino, dan a
entender que para ellos la prosperidad económica no depende de funcionarios
honrados ni de una constitución que sea respetada por un sistema judicial
eficiente.
Cuando funciona
mal la política y la economía, las personas que pueden hacerlo emigran a otros
países donde se les permite gozar de lo que producen. Es el caso de los países
latinoamericanos que han quebrado por ideas erróneas.
Como dice mi
amigo Armando Ribas, Miami se ha convertido en la Capital de Latinoamérica debido a las migraciones del capital
humano de varios países, entre ellos Cuba y Venezuela. Es así que Miami crece
con el esfuerzo de los inmigrantes que han abandonado sus países de origen,
donde la pobreza se va adueñando de los sueños y la vida de quienes por una
cosa u otra no pudieron escapar hacia la libertad.
Ya no hay
duda, que las políticas de acelerar el crecimiento económico con medidas que
pretendan evitar las libres interacciones con todo el mundo no sirven. Por
ello cualquier país que pretenda mejorar
su economía y su calidad de vida no debe escuchar a quienes breguen por protección
de la competencia extranjera exigiendo restricciones comerciales y aranceles
que los aislen del comercio internacional para evitar la competencia.
Eso nos
lleva a lo que fue Cuba desde la Revolución, a lo que es ahora Venezuela y a dónde hubiéramos ido si hubiera
continuado en el poder un gobierno salido de las oscuras entrañas kirchneristas.
La única
manera de salir del estado de postración económica y política es que el estado
deje de interferir en la mano invisible para fomentar el crecimiento económico.
El mercado no funciona bien si se lo controla e impulsa la limitación de la
propiedad privada. Está íntimamente ligado al estado de derecho, depende de un marco normativo común que a su
vez es el empañado espejo de valores universales que están más allá del
mercado.
El Estado
debe cumplir con la función de cuidar que se cumplan las reglas que hacen
posible el libre intercambio de bienes y servicios.
Los
gobiernos que pretenden planificar a la sociedad fracasan siempre. No se puede
dominar, es un fenómeno espontáneo, lo mismo que el mercado, cuyo método radica en la conexión
de iniciativas de productores y consumidores (personas) conectados en él. Contrariamente
a lo que piensan los enamorados del populismo el mercado distribuye imparcialmente
premios y castigos, porque es la persona autónoma, responsable, y libre, quien
opta ante una gama limitada de alternativas. Tiene el derecho de elegir y
también de equivocarse.
La penosa
situación que hoy atraviesan los venezolanos debiera hacernos anhelar, no
solo vivir en un país desarrollado sino, también, reflexionar sobre cuál es el sistema político
y económico más apropiado para alcanzar lo que deseamos.
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