Piedrazos y algo más

Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
El episodio que ocurrió la semana pasada
en Mar del Plata en donde un grupo de manifestantes agredió al Presidente y a
la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, no debe tomarse a la ligera.
Desde ningún punto de vista.
En
primer lugar desde la idea misma de la protección que debe recibir el
Presidente de la República, se llame como se llame. En este terreno, la
Argentina vuelve a dar una imagen del país que es: desorganizado, sin
preparación, completamente entregado a un amateurismo espontáneo y sin ningún
tipo de profesionalismo.
El
presidente debe contar con una custodia que dé garantías de tranquilidad y, si
se quiere, de cierta pompa a la investidura. El espectáculo que se ofreció el
jueves, con Macri saliendo prácticamente por el medio de gente que intentaba
agredirlo, fue lamentable.
El hecho no tuvo consecuencias más
graves simplemente de casualidad, como suelen ocurrir las cosas en la
Argentina. Nadie sabe qué hubiera ocurrido si alguna de las piedras que impactó
en el techo o en los vidrios de la camioneta que transportaba al Presidente,
hubiera dado en la humanidad de Macri. ¿Qué estaría pasando en este momento con
un Presidente muerto de un piedrazo en la cabeza o gravemente herido?
Nadie lo sabe porque nadie se lo
pregunta. Ni siquiera los que lo agredieron que, probablemente, comulguen con
una revolución de cartón que, si fuera en serio, comenzaría por eliminarlos a
ellos mismos.
Los argentinos tienen la calcomanía de
amateur hasta para ser “revolucionarios”: creen que se puede jugar a la
revolución gozando solamente de sus costados líricos pero eludiendo su muerte y
su caos.
En segundo lugar, no se puede
descartar a los profesionales de la agitación, que de amateurs no tienen nada y
que están poniendo en práctica diferentes globos de ensayo para “medir” la
decisión y la fortaleza del gobierno. Allí hay una mezcla de fanáticos
kirchenristas, antiguos guerrilleros, agitadores de izquierda y gente que no
tiene otra opción que alcanzar el poder si no es por medio del terror.
El gobierno haría muy mal si
subestimara a esos personajes y si no hiciera un esfuerzo profesional de
identificación y seguimiento, como los organismos internacionales de lucha
contra el terrorismo hacen a nivel internacional para adelantarse a los planes
generalmente siniestros de estos delincuentes.
El aparente desdén con que las
autoridades encararon las horas posteriores al hecho francamente alarma. La
ministra de seguridad, confesó que recién ahora se está pensando en un vehículo
blindado para el Presidente. Mientras el jefe de la Policía Bonaerense (bajo
sospecha de actividades ilícitas según las denuncias de Elisa Carrió) niega que
haya habido piedrazos, con lo que habría que separarlo de la función, no por
corrupto, sino por ciego.
La sociedad, por lo demás, puede sacar
aun de esta salvajada algunas conclusiones positivas: de este modo se sigue
sabiendo quién no quiere la democracia, cómo actúan los que no quieren la
democracia, qué hacen los que no quieren la democracia y, fundamentalmente, como
sería la Argentina si ellos fueran el gobierno: claramente un país muy alejado
de la democracia.
Hechos
como éste, como el que tuvo a Hebe de Bonafini en el centro de la escena día
atrás, como los que protagoniza de tanto en tanto la impresentable señora
Fernández, demuestran quiénes necesitan del caos social para volver a ocupar el
centro de la escena.
Está claro que si el gobierno tiene
éxito en reencauzar la economía, generar crecimiento, trabajo genuino,
estabilidad en los empleos, nuevas inversiones y una integración global del
país al mundo, esa gente no tiene ninguna chance de retorno. Por eso necesitan
dinamitar los puentes que se intentan construir entre el descalabro y la
normalidad.
No hay dudas que la postura de cierto
peronismo respecto de las tarifas se entiende en el marco de impedirle al
gobierno lograr el principal éxito económico que busca: disminuir la inflación.
Si el gobierno no logra ese objetivo, no vendrán las inversiones, no se creará
riqueza nueva, la pobreza aumentará y el proyecto habrá fracasado.
Al contrario, si Macri logra evitar
que el BCRA deba emitir 80 mil millones de pesos para continuar pagando
subsidios a la energía, la inflación bajará, el horizonte económico se
aclarará, en ese marco los amagues de inversiones se concretaran y el círculo
virtuoso comenzará a funcionar.
El “revolucionismo” estatista (que de
estatista tiene nada más que aprovecharse del Estado para enriquecerse
personalmente) se juega la vida para que ese círculo virtuoso no se inicie.
Jugará esa ficha en todos los planos: tirando piedras, planteando recursos
dilatorios en la Justicia, lanzando consignas demagógicas y facilistas, en fin,
toda una batería de estrategias para que el programa de sinceramiento y
normalización fracase.
En ese sentido, habrá que ver qué
papel político juega la Corte Suprema con su fallo respecto de las tarifas: si
se suma a la fila de la demagogia o entiende el valor de la crucial decisión
que tiene entre manos y falla con el sentido común en la mano.
Los próximos días quizás marquen como
nunca hasta ahora la suerte del Presidente. Macri parece estar, en esta
instancia, como estuvo hace unos días en Mar del Plata: expuesto a la suerte o
a la casualidad de dónde quiera caer la piedra. Si cae mal, no poca será su
responsabilidad por no haber sabido explicar a tiempo cómo recibió el país y
cuál era su plan para arreglarlo.
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