El castigo al exitoso nos hunde en la pobreza
Javier Milei
Es economista y coordinador de la Mesa de Economía de la Fundación Acordar.


En el sistema capitalista de organización económica de la sociedad, los empresarios determinan el nivel de producción orientados por las preferencias de los individuos. En el desempeño de esta función están sujetos a la soberanía de los consumidores, siendo la materialización de ganancias y pérdidas el mecanismo por el cual se logra encausar los recursos hacia el máximo bienestar.
Si se pudiera anticipar correctamente el estado futuro del mercado, los empresarios no tendrían ganancias ni pérdidas. Tendrían que comprar los factores de producción a precios que, en el momento de la compra, ya reflejarían totalmente los precios futuros de los productos. En este marco, las ganancias nunca son normales y solo aparecen cuando existe un desajuste entre la producción real y la producción que debería existir para utilizar los recursos de modo tal que permitan brindar la mejor satisfacción posible a los deseos del público. Así, las ganancias son el premio que reciben aquellos que terminan con el desajuste y las mismas desaparecen apenas deja de existir el desajuste. Naturalmente, cuanto más grande sean los desajustes precedentes, mayores serán las ganancias provenientes de dicha remoción.
Las ganancias aparecen por el hecho de que el empresario que juzga más correctamente que sus pares los precios futuros de los productos, compra alguno o todos los factores de producción a precios que, desde el punto de vista de la situación futura del mercado, son bajos. De esta manera, los costos totales de producción (incluido el interés sobre el capital invertido), quedan por debajo de los ingresos que recibe, lo cual constituye la ganancia empresaria. Por otro lado, cuando se equivoca en su juicio respecto de los precios futuros de sus productos, admite precios para los factores de producción que, desde el punto de vista de la situación futura del mercado, son demasiado altos. Así, sus costos totales de producción exceden a sus ingresos por ventas, donde dicha diferencia constituye la pérdida empresaria. Por lo tanto, las ganancias y las pérdidas son generadas por el éxito o el fracaso en ajustar la dirección de la producción a las más urgentes necesidades de los consumidores y asociado a ello una de las principales funciones de las ganancias es trasladar el control del capital a aquellos que saben emplearlo de la mejor forma posible para satisfacer las necesidades del público.
En este contexto, aquellas empresas que tienen ganancias crecen, mientras que las que tienen pérdidas se contraen. A su vez, si las ganancias se derivan de un aumento del ahorro, el total de las mismas supera a las pérdidas agregadas y con ello la economía crece, mientras que si el proceso deriva de un aumento del consumo, la cantidad de pérdidas superará a las ganancias, y con ello el capital y la economía se contraerán. Naturalmente, cuando este proceso se completa, tanto las ganancias como las pérdidas desaparecen y la economía queda en estado estacionario (stock de capital per-cápita constante) y los precios de los factores de producción alcanzan un nivel en el cual los costos totales de producción coinciden con los ingresos.
Finalmente, cuando aparece la sensiblera serenata progresista que se lamenta por la “desigual” distribución del ingreso fruto de la presencia de “ganancias excesivas” y que desde ahí pretende castigar a los exitosos con impuestos progresivos (discriminatorios), termina dañando a los más vulnerables. Así, un impuesto progresivo constituye un privilegio para los relativamente más ricos, puesto que obstaculiza el ascenso en la pirámide de riqueza y produce un sistema de inmovilidad y rigidez social. Al mismo tiempo, estos impuestos, al afectar de modo negativo el proceso de acumulación de capital impactan sobre los trabajadores marginales, no sólo hacen que el impuesto progresivo tienda a ser regresivo, sino que además reduce el bienestar por la vía de un menor ingreso y una peor distribución del ingreso.
En definitiva, tal como ocurre siempre, la intervención del Estado en la economía hace que los resultados alcanzados sean opuestos a los buscados. En este caso, la búsqueda de una mayor igualdad con movilidad social ascendente mediante la confiscación y cercenamiento de las ganancias termina conduciendo a una mayor desigualdad con una perpetuación de la estructura inicial, esto es, en el sistema de impuestos progresivos “perfecto”, no sólo implica la consagración de la envidia, sino que además ello asegura que quien haya nacido pobre muera pobre.
 

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