En defensa del avaro
Javier Milei
Es economista y coordinador de la Mesa de Economía de la Fundación Acordar.


Si bien la figura del avaro ha sido cuestionada desde tiempos inmemorables, no hubo mayor golpe que el asestado por Charles Dickens en ‘Un cuento de Navidad‘ llevándolo a la categoría de villano. Esta actitud prevalece incluso en libros de textos de economía, en los que se culpa constantemente al avaro del desempleo, de los cambios en el ciclo económico, de las depresiones y de las recesiones.

Acorde a la famosa –o más bien infame– ‘paradoja de la austeridad‘, el ahorro, pese a que es sensato en el nivel familiar e individual, puede tener efectos adversos sobre la macroeconomía. Así, el keynesianismo sostiene que, a mayor ahorro en una economía, menor consumo y a menor consumo, menor producción y empleo.

Sin embargo, todas esas ideas son falsas. El ahorro implica muchos y variados beneficios. Desde que el primer hombre de las cavernas ahorró maíz para futuras cosechas, el ser humano ha tenido una deuda de gratitud con ahorradores, acaparadores y avaros. Es a ellos que renunciaron a su consumo presente de bienes para utilizarlo en momentos de necesidad a los que se debe el desarrollo financiero que nos permite aspirar a un estilo de vida civilizado. A su vez, los que decidieron ahorrar, al enriquecerse más que sus congéneres, esta gente se ganó su enemistad y mala reputación. Pero esta enemistad no era ni es merecida, pues los salarios ganados por la gente dependen estrechamente del porcentaje de dinero que el ahorrador acumule.

Si bien son muchos los factores que permiten explicar el mayor nivel de remuneración en los países ricos respecto a los pobres, tales como la salud, la educación y la motivación, la mayor contribución para explicar los mayores salarios de los países ricos viene dado por la capacidad de ahorro. De hecho, la evidencia empírica internacional nos da cuenta que altos niveles de ahorro e inversión han jugado un rol clave en todos los casos de fuerte crecimiento. Es más, acorde a la teoría moderna del crecimiento endógeno, el ahorro juega un rol determinante, donde a mayor nivel de dicha variable, no sólo el producto per-cápita es más alto, sino que además la tasa de crecimiento permanente es más alta.

Quizás se pueda objetar que existe una diferencia entre ahorrar (que se sabe que es productivo en el proceso de acumulación de capital) y acaparar (retener dinero para que no invierta en consumo). Mientras que el ahorrador canaliza su dinero en industrias de bienes de capital, donde hacer algún bien, el avaro deja el dinero inutilizado generando un círculo depresivo de recesión y desempleo. Este argumento es plausible excepto por un punto crucial que los keynesianos no tienen en cuenta: la posibilidad de bajar los precios, algo que resulta mucho más normal que despedir empleados.

Esto es, al mantener dinero alejado del mercado de consumo, y no ponerlo a disposición del capital, el avaro provoca un descenso en la cantidad de dinero en circulación. De esta manera, cuantos menos dinero exista, mayor será el poder adquisitivo del mismo. Así, dado que podemos definir la avaricia como una reducción en la cantidad de dinero en circulación, la misma significa una reducción de precios. Además, bajar los precios no causa daño, más bien al contrario, uno de los grandes beneficios que supone es que los demás, esto es, los no avaros, se benefician de bienes y servicios más baratos.

Tampoco es cierto que bajar los precios provoca depresiones. De hecho, el nivel de precios de algunos de nuestros bienes más preciados y que detenta el mayor éxito desciende progresivamente. Cuando salen al mercado nuevos autos, televisores y computadoras, lo hacen a un precio mucho mayor del que puede permitirse el consumidor mediano, pero la tecnología acaba por hacer que los precios bajen hasta situarse al alcance de la gran mayoría de los consumidores.

Por último, afirmar que la reserva de efectivo del avaro es estéril porque no produce intereses, también carece de fundamento. Que haya gente que por su propia voluntad se abstenga de que su dinero genere intereses, y prefiera tenerlo en efectivo, puede parecer inútil desde nuestro punto de vista, pero no lo es para quien ha decidido retenerlo. ¿Puede un economista educado en la tradición de maximizar la utilidad considerar estéril el placer? Los gustos cambian de una persona a otra, y lo que es estéril para uno puede ser muy productivo para otro.

Por lo tanto, la acumulación de grandes cantidades de dinero por parte del avaro debe considerarse heroica, ya que genera mayor crecimiento y menores precios. Nuestro ingreso sube y el dinero que poseemos y queremos gastar aumenta de valor, lo que nos permite comprar más cosas por la misma cantidad de dinero. Así, muy lejos de perjudicar a la sociedad, el avaro es un benefactor cuyo afán por acumular dinero aumenta nuestro bienestar.



Publicado en El Cronista.
 

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