Apertura comercial: ¿Un temible enemigo?

Ignacio Clancy
Ignacio Clancy es Investigador de Fundación Atlas para una Sociedad Libre, especializado en Políticas Públicas para una Sociedad Abierta.
La
apertura económica -en general- y de las importaciones -en particular- se asocian desde hace años en nuestro país al cierre de empresas y a la pérdida de puestos
de trabajo. El temor a que los productos provenientes del extranjero compitan y
eventualmente desbanquen a los nacionales ha tomado cada vez más fuerza. A tal
punto se ha cerrado el país que en el ranking elaborado por la fundación
Heritage: para el corriente año la Argentina figura en la posición 157 del mismo,
entre Irán e Islas Maldivas. Y si consideramos solamente Latinoamérica, nos
posicionamos en el puesto 23, apenas superando a Haití. A pesar de que se ponga
en tela de juicio a la mencionada fundación, es innegable que los argentinos en
general disfrutamos del proteccionismo y denostamos el libre comercio y la
competencia abierta.
A
pesar de que el mundo parece estar virando hacia una nueva era proteccionismo y
nacionalismos, la Argentina está entrando en una nueva y muy leve etapa de
apertura económica. Por supuesto, las uniones que nuclean a los diferentes
sectores industriales ya están comenzando a hacerse oír y tal vez tengan razón.
En la historia económica argentina está muy presente lo ocurrido en el último
intento de apertura comercial, aunque muy leve y fallido, que indica que muchas
empresas nacionales fueron a la quiebra y con ello miles de trabajadores
argentinos perdieron sus puestos. Los números son irrefutables, en la segunda
mitad de los 90’ el sector industrial se contrajo, el PBI se desmorono y el
desempleo se disparó. Pero fue realmente culpa de la apertura económica?
Una
primera lectura indica que sí. Es cierto que ingresaron una gran cantidad de
productos extranjeros al país y también lo es que la industria nacional no pudo
competir con ellos llevándola a la quiebra. Así, el inconsciente colectivo
nacional asocia a los productos provenientes del exterior con un mal que llega
para arrasar con el empleo nacional. Pero una segunda lectura, un poco más
profunda, intenta entender por qué nuestra industria protegida y subsidiada por
alrededor de setentaaños no pudo hacer frente a una apertura de comercial de
poco más de cinco años. La conclusión es simple, falta de competitividad. Esta
simple respuesta lleva a una tercera pregunta, ¿Por qué no fue competitiva?
La
misma respuesta que explica esta pregunta en los 90’ podría anticipar los
ocurrirá nuevamente en este nuevo periodo de leve apertura.Carga impositiva,
carga laboral, libertad para hacer negocios, inversiones y gasto público. La
carga tributaria y laboral que tienen que afrontar las empresas argentinas es
muy superior al del promedio de Sudamérica y mucho más al del resto del mundo.
También es cierto que en los 90 el tipo cambio fijo restó competitividad
cambiaria al sector. Hoy si bien el mismo se considera retrasado, es aún más
favorable para competir con el mundo que en aquel entonces. No obstante la
carga tributaria actual se encuentra en sus niveles máximos históricos,como así
también elnivel de gasto público.
Es
de esperarse entonces que las industrias nacionales protegidas no tengan
la mejor de las suertes ante una
apertura comercial con la situación impositiva y laboral que deben afrontar. Lo
cual lleva a la conclusión de que el problema no es la apertura económica, sino
la competitividad cercenada por el creciente gasto público. Lo mismo que
ocurrió en la última década del siglo XX.
Por
lo tanto, una reducción del gasto aparejado a una disminución del peso
tributario y laboralpermitiríaa los sectores industriales la libertad de competir en términos de precios
(y por ende costos) con los productos extranjeros. Pero la cuestión no termina
allí, ya que de todas maneras habrá empresas que cierren sus puertas. Serán
aquellas que efectivamente no sean los suficientemente eficientes para producir
en sus respectivos mercados. Pero esto no necesariamente sería malo, ya que
liberará recursos para invertirlos en aquellos rubros donde se es más
eficiente. De esta manera nuestra sociedad se verá beneficiada con mayor
cantidad de productos disponibles, de mejor calidad y por supuesto más baratos.
Los beneficios económicos están a la vista. Los argentinos tendríamos precios
más bajos, saldos monetarios extras para invertir o consumir en otros rubros,
aumento de los salarios reales y demás… Pero la realidad no es tan simple.
Trabajar
sobre el gasto público, las cargas tributarias y laborales generará mayor
competitividad, pero no necesariamente permitirá a las empresas que cierren reubicarse
rápidamente en otros rubros. En otras
palabras, los puestos de trabajo que se pierdan, no se recuperarán tan
rápidamente, excepto claro que además se trabaje sobre la libertad para hacer
negocios y las inversiones. Para esto último se necesita básicamente,
desburocratizar la apertura de sociedades, flexibilización laboral y por
supuesto créditos para poner en marcha los nuevos proyectos.
En
resumen, estos cinco puntos mencionados permiten a la industria local afrontar
competitivamente una apertura comercial a la vez que otorga facilidades para la
rápida creación de nuevas empresas y la generación de puestos de trabajo. Pero una
apertura al mundo sin acompañamiento con lasmedidas necesarias podría resultar
fatal para el mercado laboral.El sector industrial no tendrá posibilidad de
hacer frente ni de reubicarse en otros rubros. No obstante, habría varios otros
beneficios económicos pero no necesariamente para el empleo en el corto plazo.
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