Macri en los tiempos del populismo
Alvaro Vargas Llosa
Director del Center for Global Prosperity, Independent Institute. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


La visita de Mauricio Macri a España, que me ha tocado ver de cerca estos días, tiene un aire a retorno del hijo pródigo. Hubo algo en el abrazo desproporcionado del Estado, los medios y el pueblo español a este jefe de Estado extranjero que desbordó las normas rutinarias de la relación diplomática. ¿Qué es ese “algo”? Quizá una forma de describirlo sea decir que España está abrazando el fin del populismo latinoamericano en el preciso instante en que el populismo arrecia con furia en el mundo desarrollado (pero está contenido en la propia España, donde la versión izquierdista del fenómeno, encarnada en Podemos y el ala del PSOE acaudillada por Pedro Sánchez, parece razonablemente contrarrestada por la mayoría).
Esto no tiene sólo que ver con las relaciones entre Argentina y España, que durante los 12 años del kirchnerismo fueron incendiarias y que ahora recobran una normalidad (aunque quizá sea más acertado decir una “carnalidad”). No: tiene que ver con el papel que la comunidad internacional no populista quisiera asignarle a Macri.
En tiempos normales (¿existe tal cosa?), lo lógico sería que ese papel lo jugara Brasil. Pero, como explicaba José María Aznar en una cena esta semana, aquel país pasa por una crisis triple -política, moral, institucional- que aún debe resolver antes de asumir el rol de liderazgo regional que su tamaño le exige. Mientras tanto, sólo Argentina, la Argentina que ha abandonado el populismo, puede ponerse a la cabeza de la región en el empeño de propugnar aquellos valores -la democracia liberal, la globalización, la integración comercial- que están vapuleados por la “tormenta perfecta” que se abate sobre ellos desde algunos de los países más poderosos del mundo.
México podría jugar ese liderazgo regional en otras circunstancias, pero está demasiado absorbido por su traumática relación bilateral con los Estados Unidos del Presidente Trump; además, desde los tiempos del TLC, hoy cuestionado, con sus socios del norte, la percepción general, justa o no, es que el corazón mexicano no está del todo en América Latina. Por si fuera poco, el populismo arrecia también hoy en México, donde López Obrador ha pasado a encabezar las encuestas por encima de la ex primera dama Margarita Zavala, en parte gracias a la reacción nacionalista que ha provocado en ese país la reciente hostilidad de la Casa Blanca.
Macri parece interesado en asumir ese liderazgo. Ha impulsado -como él mismo lo ha recordado en Madrid- la negociación entre el Mercosur y la Unión Europea que estuvo mucho tiempo estancada, y está propiciando un acercamiento del Mercosur y la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) con miras, sin así decirlo, a que se produzca una integración de ambos bloques para que el eventual entendimiento se convierta en una Alianza ampliada, es decir para que prevalezca la visión moderna sobre la proteccionista (que arruinó las posibilidades que alguna vez tuvo el Mercosur de ser el gran eje integrador sudamericano). Se ha hablado insistentemente de una cumbre exploratoria para esto.
En España -que se ha ofrecido discretamente a secundar este empeño de Macri- se ve con interés que el Perú de Kuczynski sea un respaldo importante a esta iniciativa, a la espera de que Chile cambie de gobierno y se sume a ello (dependiendo, claro, del desenlace de una campaña en la que por ahora Sebastián Piñera viene punteando las encuestas pero a la que aún le faltan muchos meses de desarrollo).
Macri tiene un interés especial en robustecer el perfil internacional de su Presidencia; entiende, además, que la situación interna no le permite avanzar tan rápido como él y algunos de sus colaboradores quisieran dentro de la Argentina. Como es ampliamente conocido, hubo desde el inicio de su gobierno un debate interno -también externo- entre “shock” y “gradualismo”. Prevaleció en ciertas cosas la política expeditiva -el “shock”- pero en otras, como el gasto público, el gradualismo. El crecimiento económico de este año será por fin positivo después de un largo tiempo recesivo, pero no está claro que ello se vaya a traducir en una ampliación muy significativa de su bancada parlamentaria en las próximas elecciones legislativas, algo indispensable para acelerar las reformas.
Esa limitación coloca al Presidente ante la tentación, muy antigua en política, de dar al rol internacional de la Presidencia una dimensión capaz de compensar la situación interna y hacer que los vasos comunicantes entre una cosa y otra permitan dinamizar el frente interno desde el ejercicio del liderazgo externo.
Trump le brinda a Macri (a quien dicho se de paso conoce desde los tiempos de empresario de bienes raíces) la gran oportunidad. En la medida en que la nueva Casa Blanca ha hecho del cuestionamiento del orden mundial basado en la globalización y la integración comercial una causa explícita, queda un vacío de liderazgo que alguien debe llenar. Como también Europa está bajo la presión de nacionalismos de distinto pelaje -el populismo de derecha encabeza las encuestas en Holanda y Francia, por ejemplo-, y como China es vista con demasiada desconfianza por sus propios vecinos (además de que practica su propio nacionalismo), una América Latina cohesionada en torno a los valores liberales tiene un campo para pisar con fuerza.
España lo ve así. El gobierno de Mariano Rajoy piensa que Macri puede ser un líder clave en ese empeño. Un empeño en el que la propia España está interesada en poner lo suyo, en vista de que sus vecinos no definen su propio papel en esta película. Así, la vieja conexión atlántica entre España y América Latina, antaño centrada en viejos lazos históricos y flujos de inversión española allende los mares, hoy puede tomar un cariz de política internacional novedoso. Se trataría de que ambas orillas se constituyeran en algo así como un bastión en favor de la globalización, un muro de contención, hasta donde sus limitadas posibilidades lo permitan, frente al avance, desde las capitales del poder mundial, del nacionalismo populista.
La cuestión más delicada es cómo emprender esta iniciativa sin declarar una confrontación abierta con Estados Unidos, que a nadie conviene (y que por lo demás podría tener la nefasta consecuencia de alentar un antiamericanismo populista, lo contrario de lo que se pretende). Ese delicado juego de poleas todavía requiere un diseño, una estrategia, más definida. Por lo pronto, hace falta ver quiénes estarán dispuestos a secundar a Macri, si resulta Macri el líder del empeño por parte latinoamericana, en su propia región.
El Presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, que ya ha expresado una visión semejante -la idea de convertir a América Latina en estos tiempos de viento en contra en un frente a favor de las ideas de la globalización- puede ser un aliado importante. Da la casualidad de que al ser Macri un mandatario del Mercosur y PPK de la Alianza del Pacífico, se produce casi una afinidad natural, pues existe, al mismo tiempo, la pretensión de acercar al Mercosur a la Alianza y, más exactamente, a las ideas-fuerza que sustentan esta iniciativa integradora de cuatro países.
El papel de España -observador, por cierto, en la Alianza del Pacífico- cobra aquí relieve. El contexto europeo se le ha complicado al gobierno español con una Alemania limitada por los fuertes cuestionamientos internos relacionados en parte con la crisis migratoria y un proceso electoral incierto y una Francia en la que el populismo nacionalista de Le Pen encabeza los sondeos. Para no hablar del Reino Unido, al que el Brexit ya ha distanciado del proyecto europeo común. ¿Qué plataforma puede emplear España para defender su visión más bien liberal de las relaciones políticas y comerciales entre países? Evidentemente, América Latina surge como una opción. Dada la obvia limitación que tiene América Latina como actor mundial de peso, no puede circunscribirse España a actuar con los países latinoamericanos para propugnar su visión internacional. Pero si uno invierte la proposición, es decir si uno piensa en la posibilidad de que España prescinda de esta región en dicho empeño, también resulta muy obvia la limitación que enfrenta España.
Por tanto: a españoles y latinoamericanos les interesa recuperar su intensa relación de otros tiempos para encontrar una forma de contrarrestar el proteccionismo nacionalista de Estados Unidos y parte de Europa sin declarar confrontaciones ni dar pretextos a los exaltados locales para el antiamericanismo infantil.
Macri, a pesar de las importantes resistencias internas a las que hace frente su gobierno, es un actor principalísimo en este esquema. La relación que ha restablecido esta semana con España por todo lo alto y la clara deferencia que el Estado español ha tenido para con él implican que está abierto el camino para que tomen iniciativas conjuntas en favor de sus ideas y animen a otros países a sumarse.
Macri fue bastante explícito en ello durante su presentación en la Casa de América el jueves pasado, cuando defendió sin tapujos la idea de que es pernicioso que en el mundo contemporáneo se opte por el proteccionismo, por la confrontación y por debilitar los mecanismos occidentales de defensa del mundo libre. Sin atacar a Trump ni a corrientes europeas afines, opuso a las propuestas que emanan de allí su credo globalizador con firmeza.
Todo esto es por ahora una insinuación, una promesa. Falta encontrar mecanismos institucionalizados y permanentes, y por supuesto sumar a otros países con los cuales puede establecerse algo así como un núcleo duro favorable a las ideas modernas ante esta adversa coyuntura internacional.
Brasil empezará pronto su campaña electoral de cara a los comicios de 2018. Así como el Brasil del “petalulismo” fue eje central del populismo latinoamericano en la década pasada, el Brasil de signo contrario puede ser también un bastión de las ideas criticadas y deslegitimadas hoy desde algunos grandes centros de Occidente. Tendrá primero que poner su casa política en orden, desde luego, pero todo apunta a que es improbabilísimo un regreso de ese país al populismo. El gobierno de Temer es débil y claramente cumple un papel limitado, pero no tiene que ser el caso del que lo reemplace tras los comicios del próximo año.
Al proyecto y a la estrategia de Macri les conviene sobremanera que su principal socio comercial, su gran interlocutor sudamericano, sea parte del eje globalizador de esta región del mundo en consonancia con los países que sumen su voz desde otras partes, como España.
Así, lo que era hasta hace poco un mayúsculo problema se puede convertir en una fascinante oportunidad. Siempre y cuando estos gobiernos sobrevivan, se fortalezcan internamente con éxitos palpables y sepan alzar de manera unísona su voz en favor de la sensatez ahora que arrecia desde lugares insólitos tanta insensatez.
 

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