Cine argentino: Lo que el colectivismo se llevó
Gabriel Gasave
Director, Economía de Mercado, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Este artículo fue publicado el 7 de julio de 2004. Casi trece años después, los hechos de corrupción denunciados en el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) vuelven a otorgarle una lamentable vigencia.

 
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OAKLAND. - Las crónicas periodísticas dan cuenta de una nueva resolución del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales o INCAA (si desconocía la existencia del mismo, despabílese porque es “su” instituto) mediante la cual se impone, en el marco de la Ley 17.741 y del Decreto 1405/73, una cuota de pantalla para las películas de origen argentino.
Según lo manifestado por las máximas autoridades del ente, la intención es la de defender al cine nacional estableciendo la obligación de que todas las salas cinematográficas del país exhiban filmes argentinos, disponiéndose a tal fin un mínimo de estrenos y de tiempo en cartel para los mismos.
Los colectivistas puede que sean muchos, lo que no son en absoluto es originales. No solo las normativas en las que se funda la nueva disposición datan respectivamente de los años 40 y 70, sino que también en muchos otros ordenes de la sociedad, aquí y en distintas partes, se han buscado soluciones similares con las mismas atroces consecuencias. Se trata de "películas" respecto de las cuales todos sabemos que si por algo se caracterizan es por la ausencia de un final feliz.
Por caso, desde mediados del siglo pasado se ha venido protegiendo a la industria automotriz nacional, lográndose artificialmente que se produzcan vehículos “argentinos”. Lo que esa intervención en el mercado no ha logrado es generar argentinos con vehículos dados los precios siderales que se deben abonar por los mismos en un mercado cautivo. El grueso de la gente continua viajando hacinada en los medios de transporte publico o matándose en las rutas debido a lo obsoleto de sus unidades.
Tampoco la medida del INCAA es totalmente autóctona. En realidad  no es otra cosa que una versión criolla y en celuloide de lo que se conoce como la Acción Afirmativa, una fenomenal cruzada de ingeniería social basada en la raza y en el género, que obliga a los particulares a través de la ley a preferir a las mujeres y a las minorías, e instrumentada por la Ley de los Derechos Civiles que John F. Kennedy enviara al Congreso estadounidense y que este sancionara al año siguiente de su muerte. Aquella tenía por finalidad el combatir la discriminación racial y garantizar las practicas laborales “justas”, estableciendo políticas de admisiones a los empleos y a las universidades mediante la asignación automática de cupos a determinados individuos en base al color de la piel y a los órganos reproductores. Pretendía alcanzar la igualdad y la tolerancia mediante el favoritismo y la exclusión.
Al igual que la Acción Afirmativa, la resolución del INCAA opera en base a aspectos colectivos y no en razón de las virtudes individuales. No importa en la primera si la persona es capaz o no, sólo si es negro o mujer. No interesa aquí tampoco si la película es buena o mala (y en ese caso ¿para quién?), lo relevante es que sea “argentina”.
Si la medida en cuestión terminará o no finalmente favoreciendo a las películas argentinas es algo de lo que no sólo dudo, confieso tampoco me interesa. Así como me resulta irrelevante el lugar de origen de las personas que se cruzan por mi vida, idéntico criterio aplico a mis relaciones contractuales en el mercado, no importándome el origen de un bien o servicio mientras satisfaga mis necesidades. Al decidir qué película he de ver, lo que menos me cuestiono es la localidad que aparece en la partida de nacimiento de quienes participan en la misma o si el set de filmación se encontraba en un galpón sito en La Quiaca o en el sur de California.
En realidad, así es como nos comportamos todos los consumidores en el mercado, juzgando y valorando la satisfacción que nos brindan los resultados, no los medios. Si un filme o cualquier otra cosa precisa de una acto de fuerza para existir, lo mejor será que no exista pues se esta partiendo de la premisa de que la gente no lo va a apreciar en una cuantía tal que le permita existir por sí misma.
Por otra parte, supongo que ha de ser bastante patético para un realizador cinematográfico tomar conciencia de que su obra aparece en las carteleras no por sus propias cualidades sino por la imposición del garrote legislativo. Aunque advierto que, posiblemente lo que no le resulte tan desagradable sea el subsidio o préstamo de apoyo a las artes que recibiera para su concreción, el que probablemente reembolsará tarde, mal y nunca, trasladándole su costo a los contribuyentes.
Cuando el país se regía por el guión de la Constitución del 53 y las libertades individuales eran respetadas, la Argentina logró alcanzar un puesto de relevancia en el mundo y convertirse en una tierra que atraía a todos aquellos que buscaban una vida mejor, escapando de las distintas formas de totalitarismo.
Lamentablemente, de manera paulatina los ciudadanos nos hemos ido convirtiendo en forzados espectadores de un colectivismo que toma la forma de una película dirigida por individuos que, como los dirigentes del INCAA, no conformes con guionar su propia existencia intentan al mismo tiempo escribirle sus roles a los demás.
Hasta ahora, han primado la tragedia, el drama y la ciencia ficción. Esperemos que en algún momento llegue la hora de la comedia así también nosotros nos podemos divertir.
 

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