México: Palabra de honor
Ricardo Valenzuela


Son tantas las causas de los graves problemas que México vive, ha vivido y si no llevamos a cabo cirugías mayores para extirpar los tumores que amenazan nuestra supervivencia, deberemos aceptar que el diagnóstico del infalible médico mayor, la sociedad civil, es de pronóstico reservado y, lo más alarmante, no tenemos a la vista tratamientos, ni los buscamos. En diferentes ocasiones hemos tocado este espinoso tema tratando de identificar, no solo el lugar, tamaño y gravedad de estos tumores, sino las causas que han provocado se desparramen y estacionen en toda la anatomía nacional.
 
Hemos hablado de religión, educación, del DNA de los países, herencias. Yo, inclusive, he llegado a citar patéticos ejemplos de “exitosos y admirados empresarios” que, ya vistos en cortito, ante situaciones que pudieran ser la gran oportunidad para demostrar el material de su virilidad suprema, su carácter, y su integridad, reaccionan y actúan peor que asaltantes de caminos en tiempos de la cordada. Mi reciente experiencia con un cura demente en la ciudad de Nogales, me da una clara advertencia de que no es donde debemos acudir  buscando ejemplos e inspiración.
 
En su excelente libro, Subdesarrollo es un Estado Mental, Larry Harrison nos da un tour del oscuro laberinto que ha provocado países como México, mantengan residencia permanente en las salas de emergencia donde, cual sacos de papas, se les jondea para entregar el futuro de nuestros sueños a una serie de doctorcitos, que parecen haberse graduado en la Universidad de Bacadehuachi. Proceden luego a darle al enfermo cafiaspirinas untadas con demagogia, mentiras y promesas, mientras registran sus pantalones para ver qué es lo que se pueden manotear, pasar a la siguiente sala afilando, no sus bisturís, sino sus uñas.
 
El enfermo es despachado a su casa para su convalecencia. De inmediato saca una tecate de su refrigerador acompañada de su bolsa de papitas, prende su televisor y ¿Qué es lo que encuentra? La profundidad de las novelas de Televisa que solo con sus títulos están estampando su firma y sus intenciones: “El Capo, El Señor de los Cielos, El Chema, El Chapo, La Querida del Centauro”. Más tarde, después de sus 6 tecates y una larga y reconfortante siesta, ahora acude al radio para escuchar al Chapo de Sinaloa, El Comander, Julión Alvarez y otros por el estilo que, no solo cantan alabanzas a los peores criminales del país, en sus entrevistas proceden a dar cátedras con mensajes subliminales de, “Viva Villa hijos de la chingada”. En las salas de cine todavía las cintas más populares son las de Tony Aguilar; “Valente Quintero, Juan Colorado”, o las de Pedro Infante; “Nosotros los Pobres, Ustedes los Ricos”, sazonadas con canciones como, “Yo conocí la pobreza y allá entre los pobres jamás lloré”.
 
No nos debería de extrañar que los jóvenes desarrollen una admiración enfermiza por los narcos y, más grave, todos quisieran ser narcos para, insultando la nobleza de los verdaderos vaqueros, como yo, se sueñen calzando botas vaqueras de piel de lagarto, sombreros Stetson 1000 X, conduciendo un amenazante Hoomer, con una colt 45 en la cintura, sin faltar su cuerno de chivo. Ah, en la cajuela del Hoomer, una larga lista de los políticos bajo su nómina.
 
Es muy triste darnos cuenta que hombres que deberían de servir como verdaderos modelos de honestidad, integridad, hayan quedado olvidados, especialmente, por los libros de historia revolucionaria. Pero, quienes tuvieron la oportunidad de conocer sus historias, asumieron una tarea para, a pesar de la basura reinante, no sean totalmente olvidados mientras que, aun cuando sus nombres sean totalmente desconocidos, mientras que cada día se inauguran calles con nombres de los bandidos.
 
Aquí le rindo homenaje a uno de esos verdaderos hombres de honor.
 
 
A la caída de Querétaro, quedó prisionero de los Juaristas, el General don Severo del Castillo, Jefe del Estado Mayor de Maximiliano. Fue condenado a muerte, y su custodia se encomendó al Coronel Carlos Fuero. La víspera de la ejecución, dormía el Coronel cuando su asistente lo despertó. El General Del Castillo, le dijo, deseaba hablar con él. 

Fuero se vistió de prisa y acudió de inmediato a la celda del condenado a muerte. No olvidaba que don Severo había sido amigo de su padre.– Carlos – le dijo el General, perdona que te haya hecho despertar. Como tú sabes me quedan unas cuantas horas de vida, y necesito que me hagas un favor. Quiero confesarme y hacer mi testamento. Por favor manda llamar al padre Montes y al licenciado José María Vázquez.

Mi General, respondió Fuero, no creo que sea necesario vengan esos señores. ¿Cómo? se irritó el General Del Castillo. Deseo arreglar las cosas de mi alma y de mi familia ¿Cómo dices que no es necesario que vengan el sacerdote y el notario? En efecto, mi General, repitió serio el Coronel republicano. No hay necesidad de mandarlos llamar. Usted irá personalmente para arreglar todos sus asuntos y yo me quedaré en su lugar hasta que regrese.

Don Severo se quedó estupefacto. La muestra de confianza que le daba el joven Coronel era extraordinaria. Pero, Carlos – le respondió emocionado – ¿Qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?
Su Palabra de Honor, mi General –contestó Fuero. Ya la tienes — dijo don Severo abrazando al joven Coronel.

Salieron los dos y dijo Fuero al encargado de la guardia:
 
El señor General Del Castillo va a su casa a arreglar unos asuntos. Yo quedaré en su lugar como prisionero. Cuando él regrese me manda usted a despertar.

A la mañana siguiente, cuando el superior de Fuero, el General Sóstenes Rocha, llegó al cuartel, el encargado de la guardia le informó lo sucedido. Corriendo fue Rocha a la celda en donde estaba Fuero y lo encontró durmiendo tranquilamente. Lo despertó moviéndolo.– ¿Qué hiciste Carlos?, ¿Por qué dejaste ir al General? Ya volverá – le contestó Fuero – Y si no, entonces me fusilas a mí.

En ese preciso momento se escucharon pasos en el pasillo.– ¿Quién vive? — gritó el centinela.– ¡México! – respondió la vibrante voz del General Del Castillo – y un prisionero de guerra que si tiene palabra y viene a encontrar su destino con su alma en paz.

Cumpliendo su palabra de honor, volvía Don Severo para ser fusilado. El general Del Castillo no fue pasado por las armas. Rocha le contó a don Mariano Escobedo lo que había pasado, y éste, entre admiración y preocupación, le reportó el hecho a  don Benito Juárez. El Benemérito, conmovido por la magnanimidad de los dos militares, indultó al General y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra Fuero.

Ambos eran hijos del Colegio Militar de aquella época; ambos hicieron honor a la gloriosa Institución. Ambos hicieron honor a su palabra. De ahí deriva también la palabra “Fuero”. Tener “Fuero” es tener un privilegio, que debe sustentarse en la palabra de honor.

Ojalá que nuestros políticos que tienen fuero, supieran cumplirlo teniendo palabra de honor en su quehacer. Desgraciadamente ellos siguen la filosofía del Alazán Tostado que decía; “la moral, es un árbol que da moras” o “Competencia; entre menos burros mas olotes”.
 

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