Las máquinas no sueñan
Alejandro A. Tagliavini
Senior Advisor, The Cedar Portfolio. Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California). Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.




Alejandro A. Tagliavini considera que la inteligencia artificial, lejos de constituir una amenaza para la civilización, ayuda a crear empleos y nunca podría suplantar a la inteligencia emocional.
Durante la reciente reunión de la Asociación Nacional de Gobernadores en Rhode Island, el multimillonario de Silicon Valley, Elon Musk, advirtió sobre las supuestas consecuencias de la tecnología apalancada en la inteligencia artificial. El sudafricano radicado en EE.UU., cabeza de la firma de vehículos eléctricos Tesla Motors y de la startup de viajes al espacio SpaceX, insistió en el impacto negativo sobre los puestos de trabajo y en que hasta podría generarse una guerra.
Dijo el cofundador de PayPal: "Tengo acceso a la inteligencia artificial más vanguardista… es un riesgo para la civilización humana". Por cierto, fue criticado por alentar la desaceleración de la innovación al proponer un organismo regulatorio para “guiar el desarrollo” de la tecnología. A ver, en contra de lo que dice Musk, la tecnología ayuda a crear empleos: la mayoría de las personas trabaja en firmas surgidas del avance tecnológico, como las fábricas de autos, móviles, etc.  
Musk está desarrollando Neuralink, que busca conectar el cerebro con dispositivos electrónicos, y sus vehículos eléctricos cuentan con tecnología de inteligencia artificial facilitando un manejo independiente del conductor. Pero, aun estas máquinas necesitan, en última instancia, de la persona que las maneja.
Daniel Goleman pondría la acción de Valerio Catoia como ejemplo de “inteligencia emocional”, esa capacidad casi instintiva de resolver problemas importantes. Estaba en la playa junto a su padre cuando escucharon los gritos de dos niñas desde el mar y corrieron a rescatarlas. El joven, de 17 años, se ocupó de la más pequeña a quien salvó de ahogarse.
Valerio fue ovacionado por los presentes incluidos los salvavidas que llegaron tarde. Y se sorprendieron cuando notaron que tenía Síndrome de Down. La noticia llegó a los principales canales de TV. La historia de Valerio es una de superación. Sus padres lo enviaron a una escuela de natación a los tres años. Desde entonces no ha dejado de nadar y se inscribió en un curso de rescatista en el mar.
Tiene razón, pues, Aexia Rattazzi, psiquiatra Infanto-juvenil especialista en niños con autismo, cuando dice que cada persona tiene unas fortalezas y desafíos. A la vez, cualquiera puede estar en situación de “discapacidad” si existen barreras que le impiden realizar una acción, por caso, un bebe es tan “discapacitado” para subir a un bus como un adulto en silla de ruedas.
Pero las peores no son las barreras físicas, como la falta de rampa o ascensor, sino las “invisibles” como suponer anticipadamente que un niño con síndrome de Down no puede ser salvavidas. “En nuestras creencias… está la posibilidad de… habilitar sueños”. Creamos en las capacidades de las personas, dice Alexia y “descreamos de los techos impuestos por otros…” como las regulaciones que imponen los burócratas.
Los robots jamás podrán soñar porque necesariamente deben basarse en datos conocidos, no como los sueños que, precisamente, por ser desconocidos las máquinas no pueden incorporar. Aún, cuando un robot pueda proyectar un modelo más avanzado, nunca podrá “crear desde la nada” porque no tiene manera de elaborar datos desconocidos.  
De hecho, la mayor parte de los inventos han surgido “por casualidad” cuando se estaba buscando otra cosa. Por caso, Alexander Fleming descubrió la penicilina al cometer el error de dejar descubierto un plato con bacterias. Error que una máquina jamás hubiera cometido.

Publicado en Cato Institute.
 

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