Tolerancia, ¿pecado o virtud?
Rogelio López Guillemain

Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes, Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes (reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra historia" por radio sucesos, Córdoba.



¿Es posible que la tolerancia pueda ser algo malo? La primera respuesta que se nos viene a la cabeza es que esa idea es absurda.  Veamos si es tan así.
¿Alguna vez se les pasó por la cabeza, el pensar que la intolerancia existe desde antes que la tolerancia?  ¿Qué la intolerancia está más cerca de la animalidad y la tolerancia de la racionalidad?  Las relaciones entre las personas y entre los pueblos durante la edad antigua y la edad media eran signadas por la intransigencia; se imponían las ideas y las creencias por la fuerza y quien no estaba de acuerdo era sometido y castigado, incluso llegando a pagar sus diferencias con la propia vida.
Entonces, esta inversión en el orden de aparición cronológica, nos lleva a tener que definir la tolerancia a partir de la intolerancia, primero lo negativo.  Exactamente lo contrario de lo que hacemos con la mayoría de las definiciones, en las que primero definimos el concepto en positivo y luego en negativo (posible, imposible; capaz, incapaz).
Siguiendo este lineamiento, Karl Popper definió a la tolerancia como la “intolerancia de la intolerancia”.  Parece un trabalenguas innecesario, pero no es así.
La tolerancia aparece en la historia de la humanidad alrededor del siglo XVI, con el surgimiento del iluminismo en lo filosófico y de la república en lo político.  Las monarquías absolutistas, basadas en el poder divino, dejaron su lugar a la libertad individual y a la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, sin importar su posición social, credo o ideología.
Este fue un proceso turbulento, que necesitó para su consolidación, del respeto al otro, del respeto a las ideas diferentes, del respeto a la diversidad.  Ese respeto; en lo social, cultural y político, se llama tolerancia.
La tolerancia es una forma de ser indulgentes con nosotros mismos.  Si reconocemos que podemos equivocarnos y que nos gustaría que toleraran nuestro error; debemos por necesidad, tolerar el error del otro.  En una relación de hombres libres e iguales, que acuerdan voluntariamente sus actos, las relaciones son simétricas si ambas partes: respetan las reglas (la ley), respetan la verdad y la realidad (la honestidad intelectual) y respetan las diferencias (la tolerancia).
Ahora bien, ¿hasta dónde hay que tolerar?  ¿Cuándo la tolerancia deja de ser una virtud para transformarse en un pecado?
Ya nos advertía Edmund Burke cuando aseveraba que “Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud” y el propio Karl Popper definía esa demarcación “La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aún a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia…Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”.  Esto lo resumió brillantemente Thomas Mann cuando sentenció “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”.
En nuestro país hemos traspasado esa barrera.  Nuestra tolerancia nos ha vuelto esclavos de los intolerantes, de los violentos, de los irrespetuosos, de los ladrones, los asesinos y los corruptos.
Decía Ayn Rand “piedad al culpable es traición al inocente”.  Cuando se tiran bombas molotov a la gendarmería se traiciona a las instituciones; cuando se pintan las paredes del cabildo se traicionan nuestros símbolos; cuando se arruina una iglesia se traiciona la libertad de culto; cuando un ladrón o asesino no va preso se traicionan las leyes y a los hombres de bien; cuando se trata con desprecio los símbolos patrios (jugar con el bastón presidencial o quemar una bandera) se traiciona a nuestros próceres; cuando un político corrupto no es encarcelado se traiciona la Argentina; cuando se aprueban los alumnos sin que sepan o no se los sanciona cuando es debido se traiciona nuestro futuro.
No podemos seguir tolerando la intolerancia, estamos padeciendo el Imperio de la Decadencia Argentina y esta decadencia llegará a su fin, sólo cuando los argentinos de a pie nos pongamos los pantalones largos y llevemos adelante la Rebelión de los Mansos.
 

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