Terror, clanes, imágenes
Carlos Rodríguez Braun
Catedrático, Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Un aspecto destacado de la lucha contra el terrorismo es la debilidad intelectual e ideológica. Desde la educadora de Ripoll, consternada al comprobar que los jóvenes a los que había ayudado no solo no se integraban en nuestra sociedad, sino que anhelaban asesinar a niños pequeños que paseaban alegremente por las Ramblas, hasta los fanáticos de la CUP que seriamente afirmaron que los muertos los había provocado el capitalismo, hay muchas señales de ese desconcierto. Unas líneas maestras que las enlazan son el narcisismo, el rechazo a los valores liberales y la arrogancia de pretender que las matrices mentales y culturales de los terroristas coinciden con las nuestras.
Somos narcisistas si creemos que nuestros valores son tan obviamente superiores a los de los extremistas islámicos, que bastará con exponérselos para que entren en razón. Es el error de los que creen que todo se resuelve con más educación. Para colmo, en esa misma educación los supuestos educandos se encontrarán con educadores occidentales que les hablarán pestes de la democracia liberal y la economía de mercado. Paradójicamente, después dirán que el capitalismo asesina, cuando los criminales son tan anticapitalistas como muchos de los profesores que les enseñan y los periodistas que les informan.
En los atentados de Barcelona se ha puesto de manifiesto, una vez más, hasta qué punto los terroristas islámicos funcionan con la lógica del clan, una matriz cultural primitiva en donde los lazos fundamentales son familiares y la noción de responsabilidad está colectivizada: los del clan enemigo somos todos responsables, y por eso está justificado que nos maten (puede verse el capítulo 3 de The Rule of the Clan, de Mark S. Weiner, Nueva York 2013).
Los crímenes de Barcelona replantearon la discusión sobre si conviene enseñar las imágenes de las víctimas, para subrayar la maldad de los terroristas, o no enseñarlas, para no animarlos. Esto escribió el pasado jueves Irene Villa aquí en LA RAZÓN: “Las víctimas son las que verdaderamente hablan del terror. Y esas imágenes son las que hacen que el resto, además de sobrecogerse, se levante y actúe. Son las que nos mueven a donar sangre, a solidarizarnos con un colectivo trágicamente amplio en nuestro país, a decir Basta Ya, a condenar la violencia, a unirnos contra el terror. Del mismo modo en que lo que no se conoce, no se puede llegar a amar, la realidad terrorífica, dantesca y abominable, tampoco puede condenarse con la misma rotundidad si nos impiden acceder a ella. Siempre estaré en contra de maquillar la realidad, de suavizar la verdad, de lo que llaman mentiras piadosas”.
Creo que tiene razón. Alguien podrá objetar que, siguiendo la lógica del clan, eso no sirve para desanimar a los asesinos. Pero nótese que Irene se refiere a un aspecto crucial que no siempre es señalado: los que no tenemos que desanimarnos somos nosotros.


Este artículo fue originalmente publicado en La Razón (España) el 29 de agosto de 2017 y en Cato Institute.
 

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