Reducir en un 1% la desnutrición baja en un 4% la pobreza
Gastón Vigo Gasparotti
Representante de CONIN en Buenos Aires y coordinador de la obra "Así se combate la desnutrición", escrita en conjunto con el Dr. Albino.


Un solo niño capturado por las garras de la desnutrición y la muerte prematura no sólo es víctima de un daño individual que habría que haberle evitado, sino que constituye también una herida social impactante que nos afecta a todos. Es entonces que la hora reclama que seamos virtuosos, proponiéndonos construir un territorio de hermanos en donde seamos capaces de unirnos en lo urgente.

La calidad del factor humano es lo que diferencia al desarrollo del subdesarrollo. En el primero pueden existir trastornos y destrucciones producidas por catástrofes u otras calamidades, pero su reserva humana queda indemne y de allí que puedan volver a renacer con más ímpetu y pujanza que antes. La realidad en nuestro continente es diferente, nuestro hombre está lesionado, sociogénicamente, con horizontes muy limitados y aplastado por la miseria.

¿Puede resolverse este drama profundo?

Por supuesto. Nadie es genéticamente inferior a ningún otro, y si existen algunas diferencias, ellas son sólo consecuencias de un medio ambiente adverso que perjudica sus capacidades intelectuales. Cada mujer embarazada nos aporta un ciudadano más; o lo formamos para que pueda valerse por sí mismo con un cerebro intacto, o dejaremos que sobreviva con un daño irreversible que lo limitará.

Para derrotar la pobreza se requiere prevenir el deterioro físico-mental de las personas, comenzando por protegerlas durante las edades de mayor vulnerabilidad, permitiéndoles posteriormente de este modo un acceso a los diferentes niveles del sistema educacional. Con ello, el desarrollo será una consecuencia. Lúcidamente, Harold Alderman, advierte: “reducir la desnutrición en un 1% baja la pobreza en un 4%. En cambio, reducir la pobreza en un 1% sólo logra reducir la desnutrición en un 0,25%”. ¿Qué puede revelarnos esa afirmación a los argentinos? Nuestro país depende de la salud absoluta de sus niños para poder romper el círculo vicioso imperante, donde el pobre de hoy es hijo del pobre de ayer. Alimentar y estimular cada criatura en el período de mayor velocidad del crecimiento cerebral -los primeros mil días de vida de un individuo contemplados desde su concepción-, es la estrategia nacional más rentable que podríamos apoyar.

Las ventajas de una buena nutrición pueden ser especialmente importantes para dos grupos de personas que no deciden lo que comen: los bebés que aún no han nacido y los niños pequeños. De hecho, puede producirse una relación en forma de S entre los ingresos de sus padres y los ingresos futuros de estos niños, causada por la nutrición durante la infancia. Esto se debe a que un niño que haya tenido los nutrientes adecuados en el útero o durante sus primeros años acabará ganando más dinero cada año de su vida, lo que se convierte en un rendimiento importante a lo largo de toda una vida. Por ejemplo, el estudio sobre los efectos a largo plazo de la desparasitación de niños en Kenia concluyó en que la desparasitación durante dos años, en vez de uno solo –y, por tanto, estar mejor nutrido durante dos años, en lugar de uno- conduciría a una mejora en los ingresos a lo largo de la vida estimados en 3.269 dólares.

¿Qué tenemos a nuestro alcance para involucrarnos y ayudar?

Una metodología científicamente probada y una fundación que ha dado pruebas suficientes de que su trabajo es serio, responsable y exitoso. El excepcional aporte de CONIN consiste en haber ideado un programa que da respuestas precisas para prevenir a la única debilidad mental generada por el hombre, que es la del desnutrido. Ya son más de 100 centros distribuidos en 18 provincias que sin tregua dan pelea todas las semanas para quebrar el flagelo. Su fundador, el Dr. Abel Albino, pide 19 años de trabajo mancomunados entre la sociedad civil y el estado para conseguirlo. Ni una ONG ni un gobierno lo concretará por su cuenta, sostiene. Se ha dado un gran paso: es la primera en 25 años de esfuerzo en soledad que lo convoca un Presidente de la República. No es un improvisado y lo afirma con la tranquilidad de haberse formado con Fernando Mönckeberg, la máxima eminencia mundial en la materia. Su colega le enseñó todo lo que sabe y por ello exportó el modelo de CONIN Chile, pilar fundamental para que hoy esa nación tenga la mortalidad infantil más baja de Latinoamérica.

¿Alcanzan los fundamentos morales para comprometerse? Si no es por humanidad, que sea por conveniencia. Aquí está la salida a 40 años en los que tuvimos un promedio de 30% de pobreza.

La gráfica muestra es el esclarecedor ejemplo de los chilenos, que, dando una lección de eficacia y profesionalidad, destruyeron la causa cardinal que les retardaba su despegue.  A medida que fue disminuyendo la desnutrición y la mortalidad infantil, el ingreso per cápita, entre otros beneficios socioeconómicos, alcanzó un volumen que hasta hace cincuenta años era allí impensado. El recurso humano recuperado a tiempo fue educado con éxito, y esas mismas personas, con sus conocimientos y capacidades cognitivas plenas, hicieron de su país un lugar más digno para vivir; no sólo para ellos, sino también para los que fueron naciendo con los años.
 
 

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