En nombre de la política
Agustín Sánchez
Ha desarrollado el Programa de Jóvenes Investigadores 2017, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Cuánta gente que habla de política, ¿verdad? Cuánto individuo que habla en nombre del pueblo, la sociedad o los 40 millones de argentinos y argentinas, ¿no? Cuánto individuo que se calza - aunque la mayoría de las veces no le quepa - el traje de mesías y sólo sabe esbozar alguna que otra frase trillada de altruismo, bien común sin que nadie chiste y moleste en preguntarle: Pero señor, ¿qué quiere decir con eso?; ¿Cómo es que van a bajar los precios?; Sí, necesitamos seguridad, pero ¿cuál es su plan? Sí, necesitamos que se baje la inflación, pero ¿puede explicarnos qué es, ¿Por qué existe?, ¿cómo se produce y cuáles son las herramientas económicas que propicien su baja? Sí, necesitamos que se deje de lucrar con el estado y que lleguen las inversiones que produzcan empleo verdadero y reduzca la pobreza, pero ¿su plan es mayor control estatal, mayor responsabilidad del estado en la vida de la gente? ¿Estado ausente? ¿Estado presente? ¿Qué es eso?
 
Espere un segundo, no se vaya. ¿Qué es la política?
 
Las definiciones son un elemento crucial. Nos diferenciamos del animal especialmente por el uso de la razón que entre otras cosas nos brinda la facultad de poder entender que una mesa es una mesa y no una aeronave equipada para salir al espacio. 
Cuando nacemos, vamos reuniendo información dada por la realidad y vamos entendiendo a los conceptos: los clasificamos y diferenciamos. El animal no tiene esta posibilidad solo se mueve por instinto y percepciones inmediatas. 
 
El hombre estudia la naturaleza, modifica a su parecer el ambiente. El animal se adapta o perece. 
 
Este proceso, aunque parece automático, no lo es. Es volitivo. 
 
Creo que está de más, pero si las cosas no poseen una definición no sabremos nunca lo que son y no podríamos utilizarlas para poder explicarnos. 
 
En definitiva, podemos explicar qué nos pasa o lo que nos pasó en el verano pasado porque logramos comprender las definiciones de las palabras que usamos. 
 
Volviendo al primer párrafo y a la pregunta: ¿Qué es la política? 
 
Apuesto que varios que leen hablan de política, de estado, de gobierno, de leyes y derechos, pero pocas veces se cuestionaron vez alguna qué es lo que significan ¿no? 
 
Muy bien, la política es “la rama de la Filosofía que define los principios de un sistema social apropiado para el hombre”. [1]
 
En este caso, lo apropiado para el hombre es lo apropiado basado en su naturaleza. Y como dijimos líneas atrás, el hombre es un ser racional, por ende, necesita de un sistema racional que permita el desarrollo de la vida en sociedad.
 
 
¿Y ahora qué? ¿Con qué me quedo?
 
Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto sacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.”
 
Ayn Rand, Atlas Shrugged
 
La historia de la humanidad ha conocido diversos sistemas económicos-sociales. Pero ha habido un punto donde se puso el foco entre los dos ismos más icónicos, el Capitalismo y el Socialismo (o Comunismo), cuya diferencia, como dijo la filósofa rusa Ayn Rand, es la misma que existe entre el suicidio y la muerte. La primera, es una elección, la segunda una imposición. Esta polarización, sucedió en la Guerra Fría. 
 
Tal vez el ejemplo científico-histórico más grande que hayamos visto en el siglo XX se lo lleva Alemania, un país dividido por ideologías. 
 
Por un lado, teníamos a la oriental socialista - la República Democrática Alemana -, gobernada por una economía central planificada donde todo era guiado por el Estado. Un Estado que le quería demostrar al mundo occidental capitalista que ellos podían lograr el desarrollo de un hombre nuevo que no accionaba por el egoísmo individualista, sino que el amor al prójimo, el bien común, el altruismo y la igualdad económica los iban a llevar al paraíso en la Tierra. La vida, iba a ser de los proletarios quienes romperían las cadenas de la explotación burguesa para autogestionarse y allí, ya sin amos ni jefes, ser felices para siempre.
 
La utopía, que comenzó con los escritos de Marx y Engels quería imponerse sobre la realidad, pero amigos, como saben, la realidad siempre se impone ante las personas que creen que sus caprichos, emociones o pensamientos pueden funcionar en paralelo a ella. 
 
Si bien, intento darle una impronta de humor a las palabras, la realidad no es tan alegre. 
Se contabilizan aproximadamente 200 personas muertas intentando cruzar a la Alemania Occidental a través del muro buscando libertad y oportunidades. Un muro construido, irónicamente para evitar la fuga de capital humano. 
 
No solamente lo hacían para consumir los lujos que seguramente no encontraban en las cartas de racionamiento, sino para encontrar un trabajo que despliegue sus potencialidades y desarrollos con el fin de vivir su vida de acuerdo a sus propios valores y buscar su felicidad.
 
Del otro lado, encontraban educación, trabajo y una cultura unificada bajo los estándares del gobierno comunista. Lo que es bueno o malo no depende ya de una mente individual, sino lo que el Estado creía o consideraba aceptable para el “bien común” y la “causa socialista”. 
 
Es tan perverso el colectivismo, que los países tardan años en volver a crecer. La Alemania del este sigue teniendo diferencias económicas y sociales abismales con su par del oeste. 
 
El PIB del este, luego de la unificación, creció un 50%, sin embargo, el atraso que mantiene la ex Alemania Democrática es de 30 años. 
 
Según el Instituto Económico DIW de Berlín[2], los alemanes del este no poseen ni la mitad de riqueza que sus coterráneos del oeste siendo la diferencia media, hasta el 2013, de €79.400. 
 
A nivel social, el papel de la mujer en el ámbito empresarial es significativamente menor en el este que en el oeste, así como también existe un margen de €93 en las pensiones (o jubilaciones). 
 
En las antípodas tenemos al devastado, desfigurado, no entendido y bastardeado capitalismo. Esos adjetivos calificativos no son para decorar.
 
Si nos tomamos el mínimo trabajo de buscar la palabra Capitalismo en Google enseguida nos encontraremos con un sinfín de imágenes que no hacen más que seguir aturdiendo a todo aquel que sienta curiosidad por entender qué es y cómo funciona el sistema. Fácilmente nos vamos a ver vislumbrados por fotos de empresarios demagogos de galera y bien vestidos contando dinero con los pies arriba de un escritorio mientras sus empleados sumen en la pobreza por consecuencia de la explotación de las empresas hacia el trabajador. Perdón, compañeros, pero esto no es real y no sucede en la realidad. 
 
En el capitalismo la relación o el contrato se contrae entre personas o grupos y prima la voluntad. El concepto de voluntad, junto con el de respeto, tal vez sean los más importantes para entender y diferenciar al capitalismo del resto de los sistemas conocidos. Ellos, enlazados con el derecho inalienable a la vida con sus corolarios en la libertad y la propiedad privada. 
 
La voluntad, la ejerce tanto el empleado como el empleador. La persona que busca y encuentra un trabajo está en su plena capacidad volitiva de aceptar o rechazar las condiciones laborales. En el caso de aquellos empleados que consideren que las condiciones no son las mejores, ya sea por la relación costo/beneficio, podrán optar por puestos más fructíferos en dicha dicotomía y el mismo sistema hará reflexionar al empleador en generar mejores condiciones a futuro para mantener buenos empleados.
 
Dicho caso es más difícil en sistemas donde la competencia es inexistente o el sector se encuentra sobre regulado en materia laboral que juega en detrimento de la inversión y el progreso.
 
En el caso del empleador, y para seguir jugando con el concepto de voluntad, podemos decir que funciona de la misma manera. Él – por el empleador -  está en plena libertad de contratar - o no - a alguien que pueda generar valor alguno para el negocio o la organización. Este elemento es esencial ya que está comprobado que las leyes “que parecen buenas” para la opinión pública no lo son tanto para la economía como leyes anti-despidos u obligatoriedad en la contratación. Ante estas regulaciones la empresa pierde moralmente su potestad de ejercer su derecho a la libertad realizando ajustes que el propietario, gerente, presidente (o quien sea) crea conveniente para mantener viva a la empresa. Por otro lado, pierde incentivo en seguir generando valor en un sistema que no los deja actuar libremente por lo que inmediatamente cesaran las inversiones en productividad. 
 
Leyes que obliguen al no-despido o a la contratación de cierta cantidad de empleados generará, además, un ambiente de improductividad y mediocridad total. En Cuba, por ejemplo, durante mucho tiempo las empresas mantenían más cantidad de personas que las que realmente necesitaban provocando de este modo un estancamiento en el desarrollo de la organización. Si estamos por cocinar algo con nuestros amigos y la cocina es chica, de modo que 3 personas es el número ideal para colaborar en la cocción y que la cena salga lista a las 22 pero uno de vuestros amigos considera que lo “ideal” es que todos trabajemos por igual, de pronto, hay seis personas en una cocina que no nos deja realizar los movimientos y destrezas necesarias para hacer una labor eficaz con el fin de saborear la cena a la hora que determinamos. Sucede en un ambiente de la casa, sucede en una empresa.
 
La empresa, y sé que algunos detestan pensarlo así, funcionan por su afán de lucro. Adam Smith en el siglo XVIII ya detectaba y defendía la necesidad de las organizaciones en querer ganar cada vez más y esbozó una frase que decía algo así: “no es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino de su relación con sus propios intereses”. El bartender en un bar no nos sirve porque tenemos sed, sino porque quiere ganar más plata con nuestra necesidad de beber. ¿Está mal? ¿Es inmoral? La respuesta los sorprenderá: NO. Recibimos algo a cambio, no por el hurto sino por otorgar algo: valor. La persona que va a nuestra cantina o bar considera que consumiendo un determinado trago le está trayendo mayor satisfacción que el mero intercambio de papel, llamado universalmente dinero. Pagar 5 19 o 15 es menor a saciar la necesidad de beber o pasar un rato con gente que quiere.
 
En contraposición, está quien ofrece el servicio que anteriormente le propició un enorme esfuerzo llevar a cabo el bar e invirtió en lo único que no vuelve en la vida: tiempo. Pensamiento, esfuerzo y tiempo generaron un lugar donde se juntan las personas a divertirse y lo único que le devuelven a cambio es eso material que llamamos dinero.  El dinero, no es más que un método de intercambio aceptado por individuos de una sociedad. Si no es el dinero sería una vaca por una cerveza. La historia del progreso en la humanidad se dio en estas circunstancias. Y con esto, no quiero decir que en términos de trueques se debería dar el avance porque pensar eso, es no pensar. La idea de intercambiar algo que nos otorga valor, por otra cosa que consideramos de mayor valor es lo que sugirió la mejora en la humanidad.
 
Aquellos que aúllan en contra del capitalismo como aquel sistema desigual donde el dinero corrompe el espíritu de las personas, fueron los que más llenaron sus bolsillos (y cajas de ahorros). Stalin, por ejemplo, líder del totalitarismo en la URSS es considerado por la revista FORBES como uno de los hombres más ricos del globo.
 
No es necesario irnos tan lejos en el tiempo, por estas tierras occidentales tenemos el gusto de conocer a los Kirchner, los Maduro, los Chávez quienes gozan dentro de sus palacetes mientras los pobres buscan pan entre los basurales.
 
El empresario, genera más dinero, no robando a través de regulaciones o impuestos a alguien más, sino tratando de beneficiar al usuario o cliente. Cuanto más gana una empresa más personas se vieron beneficiadas por el valor que entrega la misma. En el capitalismo, uno da su voto día a día eligiendo qué marca comprar. En el socialismo (o sistemas de economía mixta con monopolios “legales”) el consumidor no puede elegir entre precio/calidad si no por defecto.
 
El capitalismo encuentra su fin resumido en la siguiente frase: “Otorgar al consumidor el mejor producto al menor precio”. 
 
Mire a su alrededor, cualquier objeto que esté utilizando fue ideado y creado por alguien, no por funcionarios de turno que se auto-elevan en una posición de dios que aceptan o no determinados intercambios de acuerdo a sus intereses del momento. Es la persona racional y libre quien ejecutando en plena volición y competencia sus juicios personales generan productos o servicios que harán más fácil la vida en la Tierra.
 
Usted, que está leyendo, seguro paga impuestos (irónico ¿no? se llaman impuestos, algo que se nos impone no que elegimos hacer) y ve esos impuestos malversados, yendo a cantidad de eventos, festivales que usted no va o no valoraría nunca. Es el fruto de su trabajo, el que se dirige hacia sueldos de ministerios o funcionarios que no conoce, no sabe sus funciones ni si son personas nobles o lo peor de la especie humana. Usted, que paga impuestos y ve hospitales en decadencia, escuelas tomadas, con alumnos que no vienen cada vez más lúcidos, curiosos o estudiosos, sino más perezosos, sin intereses y con nula capacidad de interpretar un texto. Usted, que paga impuestos, mantiene escuelas que se caen a pedazos, docentes que reniegan de que le tomen asistencia, o que se sometan a estudios de productividad.
 
Usted, que paga impuestos, seguro utiliza su remuneración de forma infinitamente más eficaz que los dioses del estado. Usted, que paga impuestos, se cansa de escuchar a la prole política que van a trabajar incansablemente en la generación de trabajo, pero escucha en los medios de comunicación (y en su experiencia inmediata) que no hay más trabajo, sino que hay más complicaciones para conseguir uno que nos brinde una paga decente al estilo de vida del siglo XXI.
 
Usted, que paga impuestos para reducir la pobreza, no ve que hay menos pobres, sino que después de años de gobiernos que se afanan de tener la fórmula de reducirla se enorgullecen esgrimiendo que hay más planes sociales, que aumentó el dinero para los más necesitados pero las estadísticas afirman que no hay una menor cifra de pobreza, sino que los resultados son escalofriantes día a día, mes a mes, año a año, década a década.  Usted, que paga impuestos, para tener una vida tranquila, no puede salir a la calle sin pensar en que en cualquier momento alguien más le arrebata lo mucho que le costó conseguir y que en el mejor de los casos se debe contentar con la peor frase a mi modo de ver: “al menos seguís vivo, no te hicieron nada”. La mediocridad más feroz.
Usted, que paga impuestos, no siga pensando noblemente que el problema son los funcionarios que son malos y que el cambio viene de la mano de personas que no utilicen al estado como caja personal, sino que el problema, el gran problema, está en lo grande que es, en lo mucho que abarca y lo poco que ahorca.
 
Busque estadísticas, tipos de gobierno, países que redujeron la pobreza y tienen una buena calidad de vida y se encontrará con que aquellos lugares donde hay más riqueza, más trabajo son países que respetan la propiedad privada, tienen menos impuestos y promueven el capitalismo. En pocas palabras, un Estado presente, pero no ahogante.
 
Como dijo el presidente más “popular” de nuestros días: “La única verdad, es la realidad”.
 
Abrace la libertad, que, al fin y al cabo, es lo único que nos salvará.
 
 


[1] Página oficial del estudio del Objetivismo - https://objetivismo.org/politica/  
 

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