Política y educación económica

Gabriel Boragina
Abogado. Master en
Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de
Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos:
La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito
social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más
vendidas.
Se ha dicho a menudo que los
políticos suelen embarcarse en promesas irrealizables por lo contradictorias
que ellas son en sí mismas. Como ya hemos analizado antes, puede suceder que,
con el afán de obtener votos y plena conciencia de la imposibilidad concreta de
llevar adelante propuestas económicas contradictorias, simplemente se amolden a
los deseos de sus potenciales votantes, en la inteligencia que todos los seres
humanos aspiran siempre a conseguir más por menos. Un mito popular a este
respecto es el referido al gasto público:
"Muchos electores miran con
esperanza el mayor gasto público como un medio de creación de
empleos, carreteras y viviendas, pero pocos cuestionan a los candidatos de
dónde van a sacar los recursos para el mayor gasto público".[1]
Es posible también que los
postulantes a cargos públicos compartan la misma ignorancia de portan aquellos
de los que dependen sus votos. El analfabetismo generalizado en materia
económica, por mucho que sea sostenido por una mayoría, no transforma una
mentira en una verdad, ni un error en un acierto. Lo único que demuestra es que
el número de ignorantes es muy grande, de la misma manera que, cuando se creía
en forma mayoritaria y en tiempos lejanos que la tierra era plana no por ello
tal masivo dogma contribuía ni un ápice a convertir la redondez de la tierra en
una planicie. Una mentira -o un error- sigue siendo tal, por mucha que sea la
gente y la condición social de las personas que crean en él. Esto se soluciona
únicamente con una mayor cultura económica.
"Los recursos de un mayor gasto
público, al que también le atribuyen el milagro de multiplicar la
actividad económica -como Cristo multiplicó los panes-, proviene
principalmente de más impuestos, más deuda o impresión de dinero, que a mediano
y largo plazo empobrecen a los ciudadanos, generan inflación, desempleo y reducen
la construcción de viviendas."[2]
Es tan cierto lo anterior que, como
veníamos diciendo, resulta bastante difícil imaginar como el presidente Macri
en Argentina va a conciliar sus declaraciones de reducir el gasto público y la
inflación con sus simultáneas intenciones de acrecentar la obra pública, que es
uno de sus "caballitos de batalla" preferidos de su gestión. O, como
dijéramos en otra oportunidad anterior, como piensa concordar su estrategia
económica de corte desarrollista (que, por definición,
requiere de un elevado gasto público y un rol activo del gobierno en
emprendimientos de infraestructura) con sus afirmaciones sobre la necesidad de
bajar la inflación, el gasto, incentivar el empleo y fortalecer el rol de la empresa
privada. Se tratan de objetivos competitivos y no complementarios, dado que
decidirse por unos excluye a los restantes.
"La mayoría de los programas
llamados “sociales”, que teóricamente luchan contra la pobreza y el
hambre, sólo sirven en la práctica como una fuente para comprar votos y dejar
más pobres a quienes lo vendieron por una dádiva inmediata a costa de
perpetuar su miseria (ver resultado de los programas sociales en libro Políticas
económicas)."[3]
He aquí otro punto contradictorio en
el discurso del presidente Macri, cuyo equipo de gobierno se ufana de haber
otorgado durante su corta gestión más planes “sociales” que los conferidos por
el anterior gobierno del FpV[4]. Resulta claro -para quien maneja
elementales herramientas económicas- que el mantenimiento de tales planes
“sociales” sólo es posible elevando o conservando en altos niveles el gasto
público. Ergo, no se condice declamar, por un lado, que hay que bajar ese gasto
al tiempo que -no sin menos fuerza- se sostiene que se prolongarán los
subsidios “sociales”. Nuevamente: se tratan de objetivos contrapuestos y, por
las mismas razones ya explicitadas, excluyentes entre sí.
"No sólo los pobres aceptan
planteamientos demagógicos, también algunos académicos, comunicadores,
empresarios y sacerdotes, que, por sus ideologías, ignorancia, intereses políticos
o económicos, secundan la demagogia económica."[5]
Esto quizás es lo más terrible de
todo, porque estas personas tienen una enorme influencia sobre grandes
conjuntos de otras que las siguen "a pie juntillas" y sin capacidad
de crítica alguna. Como bien dice el autor citado, existen diferentes motivos
por los cuales los individuos mencionados secundan la demagogia económica.
Cualquieras sean esas razones, lo relevante -aquí como en tantos otros casos-
son las consecuencias letales que sus enseñanzas, o ejemplos, dan a personas
que, sumidas en la ignorancia económica, creen de buena fe un discurso engañoso
para sus propios intereses. En el mejor de los casos, se trata de una
ignorancia compartida con quienes los escuchan y convencen. En el peor, un
ardid deliberado para sacar fruto y provecho de los más necesitados. Con claro
perjuicio para estos últimos.
"Es importante enseñar sin
tecnicismos los principios de la ciencia económica. Esa es la función del
libro Políticas económicas, que difunde argumentos para
aclarar que promesas de los candidatos son viables y positivas y cuales demagógicas,
que agravan los problemas socioeconómicos en lugar de ayudar a
solucionarlos".[6]
Muchos libros se han escrito con esa
misma finalidad, pero -lamentablemente- son más los que se escribieron
exactamente para lo contrario. Y más aún lo son los que se lanzaron al mercado
editorial bajo la confusión de conceptos, doctrinas erróneas, buenas
intenciones y expresiones de deseos, que poco tienen que ver con el rigor
científico y la veracidad que exige una ciencia como la economía. Tampoco ayuda
la fuerte tendencia de la gente común a dar crédito a lo que escuchan en la
radio o en la TV que, como la argentina, es un océano de mediocridad, y donde
la aguda escasez de luminarias económicas confunde más que aclaran.
"Si no tomamos el camino
correcto en las políticas económicas se agrandarán los problemas
socioeconómicos en lugar de solucionarse. Si no queremos políticos
irresponsables, populistas, que se aprovechan de la ignorancia de los
ciudadanos y ganen elecciones con políticas económicas empobrecedoras, debemos
impulsar una mayor educación económica."[7]
Pero, como he expresado desde hace
tiempo, no se trata de cualquier educación económica. Sino de
la que el genial Ludwig von Mises llama la sana economía. Es
decir, no cualquier economía, ya que de esta todo el mundo
habla, y es la que se enseña en casi todas las universidades del mundo. Por
eso, es que considero que el problema no es tanto de ignoranciaeconómica
sino de confusión económica. Dado que, en las escuelas
secundarias ya se dan los primeros rudimentos de una economía que -como la
keynesiana- no es sana, y que, pese a sus notables desaciertos y errores, sigue
siendo el paradigma base de los economistas del mainstream.
[1] Luis Pazos. Educación económica contra demagogia electorera, Centro de Investigaciones Sobre la
Libre Empresa, A.C. (CISLE) pág. 3
[4] Siglas del "Frente para la
Victoria". Secta del peronismo conformada por el nefasto matrimonio
Kirchner.
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