El posible default de Venezuela

Andrés Oppenheimer
Columnista del Miami Herald/el Nuevo Herald. Fue miembro del equipo ganador del Premio Pulitzer, y ha recibido el Premio Ortega y Gasset, Premio Rey de España y el Emmy.
Mucha gente que ha ganado mucho dinero invirtiendo en bonos
venezolanos en los últimos años podría perder mucho dinero si la dictadura de
Venezuela deja de pagar intereses a los bonistas, como muchos vaticinan que
sucederá en breve. Pero no creo que deberíamos derramar muchas lágrimas por los
tenedores de bonos venezolanos.
Quienes
compraron estos bonos se lo merecerían. Además, el espectáculo de un default
venezolano –que sería el primero de un país grande desde el default de
Argentina en 2001– ayudaría a convencer a los inversionistas de todo el mundo
de que no es un buen negocio invertir en empresas estatales de regímenes
represivos.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, anunció recientemente
que reestructurará las deudas de su país, incluidas las de PDVSA, el monopolio
petrolero estatal que es la única fuente de ingresos del país. Quienes
compraron bonos de PDVSA recibieron rendimientos anuales superiores al 14 por
ciento, más del triple de lo que obtienen de la mayoría de los bonos.
Pero
lo más probable es que muy pocos de los grandes acreedores internacionales
acepten la oferta de Maduro de reestructurar sus pagos, desafiando las
sanciones de los Estados Unidos que en muchos casos prohíben hacerlo.
Y los tenedores de bonos estarán aún menos dispuestos a negociar
una restructuración de pagos con el hombre a quien Maduro designó como
principal negociador de Venezuela: el vicepresidente Tareck El Aissami. El
Departamento del Tesoro de Estados Unidos a principios de año designó a El
Aissami como “capo de la droga”, y prohibió a los estadounidenses tener ningún
trato comercial con él.
Además
de eso, hay pocos incentivos para que los acreedores extranjeros negocien,
porque difícilmente recuperen su dinero bajo el actual régimen.
La
economía de Venezuela se ha desplomado en más del 30 por ciento en los últimos
tres años, y se prevé que la inflación llegue al 2,300 por ciento anual en el
2018, y sea la más alta del mundo, según el Fondo Monetario Internacional.
Muchas personas me han preguntado por qué Maduro, que dice ser
socialista, siguió pagando a los bonistas todos estos años, en lugar de usar el
dinero para importaciones de alimentos y medicinas que los venezolanos
necesitan desesperadamente.
La
primera razón es que, a diferencia de lo que pasó cuando Argentina se declaró
en default en 2001, Venezuela tiene muchos bienes en el extranjero que los
acreedores podrían confiscar, como la compañía petrolera Citgo en los Estados
Unidos.
La
segunda razón, menos conocida, es que la mayoría de los compradores de bonos
venezolanos fueron chavistas o “enchufados”, como llaman en Venezuela a los
miembros de la elite gobernante y sus empresarios amigos.
Los
“enchufados” se han hecho ricos con los bonos venezolanos en los últimos años.
Cada vez que los bonos venezolanos caían por las expectativas internacionales
de que Maduro dejaría de pagar las deudas externas, los “enchufados”
venezolanos compraban bonos de PDVSA a 20 o 30 centavos por dólar, con
información privilegiada de que Maduro no declararía un default por el momento.
Luego,
una vez que Maduro anunciara que pagaría los cupones de los bonos venezolanos,
los precios de los bonos de PDVSA se disparaban, y los “enchufados” los vendían
por 40 o 50 centavos por dólar.
Pero
ahora, el juego ha terminado, porque Maduro se ha quedado sin dinero para pagar
intereses a los bonistas. Pero no deberiamos compadecernos de los tenedores de
bonos venezolanos. Como me dijo Nathan Sandler, presidente de la firma de
inversiones Ice Canyon, “tener bonos del gobierno venezolano era un apoyo vital
para un régimen cada vez más dictatorial”.
El
incumplimiento de Venezuela enviaría una fuerte señal a los inversores de que
no pongan su dinero en regímenes represivos, y lo hagan en inversiones
socialmente responsables.
Según
la Fundación SIF de EEUU, hay más de 1,000 fondos mutuos en los Estados Unidos
que toman en consideración criterios ambientales o de buen gobierno, muchos más
que hace unos años. “Estamos viendo crecer este espacio”, me dijo la directora
de investigación de la Fundación US SIF, Meg Voorhes.
Si
Venezuela entra en default, será una razón más para promover las inversiones
socialmente responsables, incluso cuando dictaduras como la de Venezuela
ofrecen rendimientos anuales de más del 14 por ciento.
Publicado en El Nuevo Herald.
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