Aquel fatal año de 1917
Ricardo Valenzuela


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El mundo había dado la bienvenida al siglo 20 ungido de grandes esperanzas, pero al arribo del año de 1917, sería testigo de tres acontecimientos que modificarían de forma dramática el futuro de la humanidad. EU se sumaba a las fuerzas aliadas para combatir en la Primera Guerra Mundial. La revolución comunista triunfaba en Rusia. En México, la Constitución socialista era aprobada por un Congreso sin autoridad legal para hacerlo.
 
El rompimiento de EU y Alemania que los enfrentara, fue un cable interceptado en el cual su Ministro de Relaciones Exteriores se dirigía a su embajador en México, pidiéndole propusiera a las autoridades mexicanas que, entrando EU a la guerra, si Mexico participaba como aliado de Alemania, al final de la confrontación se encargarían de que los EU regresaran todos los estados arrebatados durante el siglo 19, Texas, California, Arizona, Nuevo México, Colorado, Nevada, Utah, y algunas partes de Oklahoma, Kansas y Wyoming.
 
La nueva Constitución mexicana era una gran preocupación puesto que, claramente era un documento de corte socialista que le daba vida a la recomendación de Wilson, el ejido, a la educación marxista, y la propiedad privada ahora colgaba de alfileres decretando estar sujeta al bien común. El presidente Wilson estaba feliz ante tal oportunidad de la guerra, y lo dejaba ver claramente cuando se dirigía al Congreso para solicitar declaratoria de la misma, afirmando: “Esto va a requerir la organización y movilización de todos los recursos del país para abastecer los materiales de guerra”. Era una declaratoria agresiva y unilateral del intento de Wilson para dirigir y controlar la economía, y gran parte de la vida de los americanos.
 
Lo que se planeaba ejecutar era claro iría mucho más allá de la guerra, por lo que era esencial se analizara con profundidad puesto que, el gobierno controlando la economía, era un asunto muy preocupante. Los “intelectuales” eufóricos ante tal oportunidad, declaraban estar impresionados de lo que se lograba, o, cuando menos lo que ellos pensaban se estaba logrando debido a esa interferencia del gobierno. Afirmaban era difícil entender lo vasto de la producción, lo coordinado del esfuerzo, la explosión de prosperidad etc. Los británicos bautizaban este fenómeno como  “socialismo de guerra”. Ese fue el pretexto que los progresistas necesitaban para afirmar exigiendo, “si esto puede hacer el gobierno en época de guerra, puede hacer lo mismo en época de paz, no para ganar guerras, sino para terminar con la pobreza, crear abundancia y eliminar la desigualdad en la sociedad”. Con ese nuevo himno se iniciaba la pérdida descarada de la libertad  mundial.
 
Pero en esta línea de razonamiento se ignoraban algunos puntos. Hacer la guerra es algo totalmente diferente al manejo profesional  de los negocios, para dar luego herramientas a la sociedad que mejoren su estándar de vida. En tiempos de guerra existe un enemigo común, y sobre él se debe fijar la atención para neutralizar sus fuerzas. En la vida económica y social no existe ese enemigo—excepto en la imaginación de los demagogos—y la fuerza de las armas no debe ser usada para resolver los problemas que se presenten. Pero más importante, la guerra no es una actividad productiva, es una actividad destructiva; la producción y consumo son ordenados por el gobierno. En contraste, en los negocios la producción es una función de mercado y depende de las decisiones del rey de ese mercado, el consumidor.
 
La planeación central, el control y la dirección estatal de la economía durante la primera guerra mundial, fue simplemente una extensión del concepto de guerra total, incluyendo a la sociedad como un elemento más de esa mezcla. Ello contenía la semilla del totalitarismo, la extensión del poder gubernamental en todas las aéreas de la vida ciudadana. La planeación central y su ejecución llevan consigo y requiere la concentración del poder en el ejecutivo y, ello, siempre se transforma en un mando dictatorial y la opresión de la gente.
 
Ya no habría gobierno limitado, controlado, ni libertad individual. El “socialismo de guerra” no fue un simple reflejo de las necesidades de batalla bajo las condiciones de un siglo industrial. La inclinación hacia el intervencionismo del gobierno, previamente había establecido su escenario para aprovechar ese conflicto y tomar las sociedades por asalto. La primera guerra mundial cargaba ya una agonía anunciando la muerte de una civilización, un poder gubernamental rompiendo sus amarres, sin control, iniciando una desenfrenada carrera llevando todas las armas de la destrucción. Se establecía el servicio militar obligatorio para sostener el socialismo de guerra y, más importante, ahora se utilizaba la guerra para lograr una redistribución de la riqueza. El principal instrumento sería el establecimiento del impuesto sobre ingresos, y programas supuestamente a favor de los que percibían salarios.
 
Mediante la guerra se establecían las cadenas invisibles que se cernían sobre el pueblo de los EU. Los gastos del gobierno durante este periodo alcanzaban los $40 billones de dólares, cifra diez veces superior a los normales. Para allegarse los recursos, se aumentaban los impuestos y se recurría al endeudamiento. El impuesto sobre ingresos se aumentaba de un 2 al 6 por ciento, pero luego se introducía un impuesto sobre “ganancias excesivas” que flotaba de un 20 hasta un 60 por ciento. Se suponía que el endeudamiento sería responsable para evitar enriquecer a los banqueros, o provocar el incremento del suministro de dinero. Sin embargo, a pesar de los compromisos, se presentaba una peligrosa expansión del crédito y también un incremento de la base monetaria. El recién nacido FED debutaba creando inflación.
 
Aquel año de 1917, pasaría a la historia como el inicio del declive de los EU y el tiro de gracia para México. El primero renegaba de los ideales heredados de los padres  fundadores, Washington, Adams, Jefferson, Madison, abriendo una compuerta a ese torrente de ambiciones y teorías esclavizantes, para luego ceder al estado el poder para decidir la ruta que, por su dictado, debía tomar la vida y el futuro de los ciudadanos, cuando perdían ese poder para, como lo dicta su declaración de independencia, libremente ir en busca de su felicidad.
 
El caso del segundo es más triste puesto que, desde su independencia ninguna de las recetas funcionaría, no porque todas contenían la semilla del fracaso, sino porque México, aun cuando ha tenido hombres del calibre de los fundadores de EU, otros sumergieran al país en un remolino de guerra, muerte y destrucción, durante casi cien años. La receta la tuvieron olvidada en su constitución liberal de 1857, y tuvieron también grandes liberales como Valentín Gómez Farías, José María Luis Mora, los hermanos Lerdo de Tejada etc. Lo que nunca han tenido, es un artesano capaz de tejer esa red de unidad, de subordinación de las ambiciones de poder, a los solemnes objetivos de concertación nacional, para que los mexicanos tomen el timón de sus vidas y llevar su país a la grandeza.  
 
Pero para México, el año 1917 sería la representación de su fracaso.
 
 

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