Mutua destrucción asegurada
Daniel Montoya

Politólogo. 

Autor de “Estados Unidos versus China, Argentina en la nueva guerra fría tecnológica”. 

@DanielMontoya_ 


En algunas oportunidades, la ciencia política navega mares inciertos. Un ejemplo de ello fueron los modelos de predicción electoral desarrollados por colegas norteamericanos para la elección que consagró a Trump en 2016. La mayoría sobrestimó su performance general en las urnas al tiempo que subestimó su rendimiento en los estados decisivos del medio oeste. “La dispersión entre el Colegio Electoral y el voto popular fue la más grande desde 1948”, corrió apresurado a atajarse Nate Silver, con el diario del lunes en la mano. Por el contrario, la ciencia política sí tiene certezas para anticipar que la ruptura de una joven coalición política de gobierno con apenas dos años de rodaje y un horizonte de reelección habilitada por delante equivale a cambio de signo político en el siguiente turno. Pero dejemos la teoría de lado. Cambiemos, aun siendo una coalición política sui generis, no tiene ningún margen para el divorcio entre sus principales componentes, el PRO, la UCR y la Coalición Cívica. A esta altura, sería un escenario de mutua destrucción asegurada.
 
En el ámbito latinoamericano, los casos abundan. El politólogo Daniel Chasquetti identifica varios. El ex presidente brasileño Sarney, sufriendo la fuga de un grupo de legisladores del PMDB en 1987. El ex presidente boliviano Paz Estenssoro, abandonado por la ADN en 1988. El ex presidente uruguayo Lacalle, perdiendo el apoyo de dos facciones del Partido Colorado lideradas por Sanguinetti y Batlle en 1992. Y, para no ser nunca menos, el ex presidente argentino De la Rúa, herido de muerte por la renuncia de su vicepresidente, Chacho Álvarez, en 2000. Los ejemplos sobran tanto como los signos actuales de tensión dentro de esta coalición que no es gubernamental pero que, en algunas instancias, trasciende el mero carácter legislativo. Puntualmente, cuando Carrió le obtura a Macri el nombramiento de jueces de la Corte Suprema por decreto o le bloquea la sanción de la reforma previsional mediante un DNU.
 
NI QUIEBRE NI DESCOMPOSICIÓ. Al día de hoy, Cambiemos no emitió ninguna de las típicas señales de ruptura o disolución de una coalición política. En la dimensión ejecutiva, los recambios de ministros con pertenencia partidaria fueron impulsados desde la propia cúpula del Ejecutivo. En especial, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, fulminó a Alfonso Prat Gay, el ministro de la Coalición Cívica de perfil más alto en el gabinete. En una modalidad más silenciosa, el Gobierno también promovió el reemplazo del ex ministro de Defensa Julio Martínez y del ex ministro de Agricultura Ricardo Buryaile, ambos con afiliación explícita a la UCR. La sustitución del primero por otro ministro de igual color político, Oscar Aguad, fue la máxima prueba de generosidad del PRO con su socio centenario. En definitiva, la regla de distribución de cargos que está predominando en Cambiemos es aquella impuesta por la lógica numérica de la PASO 2015, donde la fuerza liderada por Macri obtuvo 24,3%, Sanz por la UCR 3,4% y Carrió por la CC, 2,3%.
 
Por otra parte, en el ámbito legislativo, no surge ninguna señal de indisciplina que trascienda el grito cuando el zapato aprieta. Tal es el caso de la reacción de los dos principales líderes legislativos de la coalición, Elisa Carrió y Mario Negri, a raíz del aumento de tarifas energéticas y de transporte en la zona metropolitana que, de acuerdo a datos de Gustavo Córdoba, pone en riesgo el romance de Cambiemos con los sectores medios que le dieron la victoria en 2015 y 2017. Sin embargo, descartado el escenario de quiebre o de disolución, ello no significa que no emerjan ruidosas señales de reacomodamiento dentro de la coalición. En particular, ello es consecuencia del lógico endurecimiento de los sectores dialoguistas del peronismo en búsqueda de un palenque propio donde rascarse en 2019. Al irse evaporando el socio virtual del Gobierno, dentro de Cambiemos comienza a operar el viejo adagio borgeano “no nos une el amor, sino el espanto”.
 
En tal sentido, la política está alcanzada en esta circunstancia por las mismas reglas que operan dentro de la economía. En un escenario de escasez de apoyos externos, los socios internos pasan a cotizar en alza y no se los puede conformar con cualquier papel de reparto. A tal fin, basta con encender la TV o chequear cualquier portal de noticias para ver cómo Alfredo Cornejo pide con poca sutileza un lugar en la fórmula presidencial del año próximo, cómo los radicales cordobeses claman por apoyo nacional para conquistar el poder provincial que perdieron hace 20 años, cómo el radicalismo de la ciudad de Buenos Aires aprieta por la conformación de Cambiemos en el patio trasero del PRO o cómo el nuevo interventor del PJ, Luis Barrionuevo, sale a explorar con picardía las actuales grietas del oficialismo, planteando que el actual ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, serán candidatos del peronismo el año próximo.
 
En definitiva, todos aprovechan para subirse el precio sabiendo que el Gobierno está atravesando el desierto, que las elecciones están demasiado cerca y que es momento de extraerle a la Jefatura de Gabinete todos los gestos de magnanimidad que no impulsó por sí misma durante los dos primeros años de gobierno. En ese aspecto, es previsible que la mesa ratona conformada por Macri y Peña sufra algún proceso de ampliación en esta decisiva etapa preelectoral. No hay mejor curso acelerado de aprendizaje que la posibilidad de quedarse con las manos vacías el año próximo.



Publicado en Perfil.
 
 

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