El socialismo igualitario
Carlos Rodríguez Braun
Catedrático, Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Hace tiempo nos ocupamos aquí de Looking Backward, la novela que el socialista estadounidense Edward Bellamy publicó en 1888 para describir el mundo paradisíaco que podía lograr el socialismo, eliminando la propiedad privada(cf. https://bit.ly/2Jb3SZU y https://bit.ly/2F09CmY). Ahora veremos su secuela, Equality, publicada en 1897.
Bellamy fantasea con que el fin del capitalismo “eleva a todos hacia arriba a un gran nivel de vida y de felicidad, de bienestar material y de dignidad moral”. El mismo bulo de Marx, que en la Crítica del Programa de Gotha auguró que con el socialismo correrían “a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva”, cuando en verdad el comunismo produjo miseria y hambre, siempre.
El autor no emplea las palabras socialismo o comunismo sino “Revolución” e “igualdad”, que imagina iba a ser su resultado con el estallido que, según anticipó correctamente, tendría lugar a comienzos del siglo XX.
Como iban a decir los socialistas siempre, y mintiendo siempre, Bellamy fantasea con que la revolución se debería a la miseria y la desigualdad, nada menos que en EE.UU., que vivía entonces una gran prosperidad, atrayendo a trabajadores de todo el mundo. Los camelos progresistas se suceden uno tras otro, como que los ricos monopolizan el poder, e impiden a los demás progresar, es decir, justo lo contrario de lo que podría ver él mismo con sus propios ojos. No había libertad, que según él es una conquista sólo posible cuando se liquida la propiedad privada y todo está en manos del Estado.
Mientras que en el socialismo se alcanza el bienestar porque se suprime el dinero, en el capitalismo reina la desigualdad y la miseria. Llega a decir que el trabajo asalariado era “más abyecto que la esclavitud”, porque al menos el esclavo mantenía la mente libre. Esta basura refleja otra característica del socialismo: su desprecio hacia los trabajadores que pretende representar y defender.
La falacia de la suma cero está presente en todo el libro: los ricos causan la pobreza. Como siempre en todo el socialismo, hay un profundo odio a la herencia, a que los trabajadores puedan esforzarse para legar algo a sus hijos; nadie debe legar nada, el Estado ya se ocupa de nuestro bienestar. Algunas fantasías de su imaginado socialismo son muy reveladoras: las joyas han sido suprimidas…salvo en los edificios públicos.
Y hay un insistente mensaje según el cual el socialismo libera a la mujer oprimida por el macho capitalista, precisamente lo contrario de lo que hizo el socialismo real. Se verán más más falacias, pero dejemos constancia aquí que repite la fábula de lo malo que es el mercado, e insiste en que el socialismo que imagina se impuso por el empobrecimiento de los estadounidenses entre 1860 y 1890, precisamente cuando el salario real de los norteamericanos ¡se duplicó!


Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 24 de abril de 2018 y en Cato Institute.
 

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