El peor error de Macri fue demonizar la innovación
Federico Fernández
Senior Fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria). Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina). Premio
a la Libertad 2005, otorgado por la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
En los últimos días han vuelto a las
noticias distintas acciones violentas realizadas contra Uber. No sólo las
mismas son repudiables porque tienen un claro mensaje mafioso e intimidatorio.
También lo son porque, en muchos casos, ni siquiera fueron dirigidas contra
choferes de Uber, sino que los ataques hicieron foco en ciudadanos que
conducían sus propios vehículos.
Uno de los casos más repugnantes fue la
agresión sufrida por
un abuelo de 79 años que llevaba a sus nietas de 6 y 11 años al colegio.
Podríamos decir que bajo el lema de “Taxis sí, libros no” un grupo de
profesionales del volante atacaron a este pobre hombre por confundirlo con un
chofer de Uber.
Incluso la
hija de Catherine Fullop también fue víctima de la furia taxista. Oriana
Sabatini viajaba en un remisse al cual los violentos confundieron con un coche
de Uber. Por semejante pecado, las cubiertas del auto fueron tajeadas, el
remissero agredido y los vidrios del auto explotaron a causa de las pedradas
arrojadas por los justicieros del taxi. Hecho que bordea el intento de
homicidio.
En un caso que tampoco es nuevo, el
accionar mafioso de los taxistas también se suscita entre ellos. En la
ciudad de Rosario, la Terminal de Omnibus Mariano Moreno parece estar copada
por un grupito que no tiene deseo alguno de compartirla. El resultado de esta
apropiación de facto es que una taxista mujer fue insultada, amenazada de
muerte e impedida de levantar pasajeros.
Resulta difícil explicarse cómo el
problema sea, como dicen sus críticos, que “Uber es ilegal”.
Travis Kalanick, co-fundador de Uber, alguna
vez definió la situación entre Uber y los taxis como una elección:
“Un candidato es Uber y su oponente es
un cabrón llamado Taxi. Nadie quiere a Taxi, que no tiene un buen carácter.
Pero Taxi está tan entrelazado en la maquinaria política que mucha gente le
debe favores”.
Queda clara entonces la razón por la
cual el intendente de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta tomó abiertamente
partido por los taxis. El sindicato de taxis da votos hoy y puede ejercer
presión hoy, mientras que Uber es lo que puede venir.
En cierto sentido, la persecución
político-judicial a Uber, que el gobierno de Cambiemos encabezó constituye el
peor error del gobierno de Mauricio Macri. ¿Por qué? Por la señal emitida. La
alianza entre Cambiemos y el Sindicato de Taxis posicionó al gobierno como el
garante de los privilegios de un sector abiertamente desprestigiado y
oscuro. Simbólicamente, la persecución a
Uber fue una advertencia generalizada a todo aquel que se propusiera innovar o
ser disruptivo en la Argentina. Y siendo Uber una empresa de tan alto perfil
mundial, la amenaza resonó tanto dentro como afuera de nuestras fronteras. Es
muy irónico que un país tan sediento de inversiones como el nuestro crea que
puede ser gratuito demonizar a la innovación.
Pues en el fondo, con el caso Uber lo
que está en juego es el
rol de la innovación en nuestra sociedad. A grandes rasgos, existen dos
maneras de convivir con la innovación.
Rodríguez Larreta y algunos jueces de la
ciudad de Buenos Aires nos proponen un modelo en el cual los innovadores deben
arrodillarse ante las autoridades políticas y judiciales y rogarles que les
concedan los permisos necesarios para desarrollar sus proyectos.
La humillación a los innovadores no se
termina aquí. Según el modelo fascistoide de Larreta y los perseguidores de
Uber para innovar también es necesario contar con el “permiso” de tus
eventuales competidores. Uber, así, necesita del beneplácito del Sindicato de
Taxis antes de poder operar.
Imaginemos por un instante que una
empresa argentina tuviera listo un camión absolutamente autónomo, que se maneja
a sí mismo y no requiere de intervención humana para trasladarse del punto A
hasta el B. Semejante avance, que en muchos países sería celebrado y elevaría a
la categoría de héroes nacionales a los innovadores que lo lograron, en
Argentina recibiría otro tipo de respuesta. En una situación así, no sería de
extrañar que la primera reacción de gente como Rodríguez Larreta y el ala
retardataria de Cambiemos fuera exigirles a los innovadores del ejemplo contar
con el permiso de Hugo Moyano, los fabricantes de camiones tripulados y
adecuarse a la anacrónica legislación existente (que exige la presencia de un
conductor) para poder operar...
La otra opción, la verdaderamente
progresista, es la de la innovación sin permisos. Esto consiste en que, a menos
de que con un altísimo grado de certidumbre pueda temerse que la innovación del
caso es nociva o peligrosa, se las deje existir y desarrollarse. Permitir la
experimentación y testear si las nuevas ideas son positivas y aceptadas por los
ciudadanos. Está bastante bien establecido que las innovaciones suelen ser, no
sólo positivas, sino también el motor del progreso. Además, la experiencia
histórica muestra que tanto los individuos como las sociedades son
extremadamente aptos a la hora de reacomodarse ante el impacto de las nuevas
tecnologías e innovaciones.
La postura correcta frente la innovación
no es la mixtura retardataria, violenta y temerosa de Horacio Rodríguez Larreta
sino la de un optimismo racional. Vale la pena darle todo el aire que necesiten
a los innovadores para testear sus ideas en lugar de asfixiarlos, siguiendo el
ejemplo del trato hacia Uber, con una persecución judicial y un accionar
mafioso.
El fenómeno de la economía
colaborativa, del que forman parte empresas como Uber, AirBnB y muchas más,
nos enseña que áreas enteras de la vida social pueden gestionarse y
(auto)regularse sin la participación del estado. Es fundamental que los
reguladores estatales tomen nota de los cambios que la tecnología está trayendo
a áreas como el transporte o el alojamiento y comiencen a retirarse de la
escena.
De hecho, la economía colaborativa
surge, en gran parte, porque en internet todavía tenemos un área con grandes
niveles de libertad económica y falta de regulación. Así, ante la aparición de
una empresa como Uber, los reguladores tienen dos alternativas.
Una es que pueden aplicarle a Uber la
vetusta regulación que pesa sobre el sector del taxi. Esto, necesariamente,
destruiría todo lo nuevo y bueno que Uber nos trae y llevaría a Uber, que es
una empresa del siglo XXI, de vuelta al mundo de las carretas.
La otra alternativa, pro-innovación y
competencia, es la de derogar la antigua regulación que pesa sobre el
transporte de pasajeros, sacarle los privilegios que actualmente tiene el taxi
y que todas las alternativas compitan y sigan innovando para conseguir el favor
del consumidor.
Sólo una de estas dos alternativas es
capaz de ayudar al progreso de nuestra sociedad.
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