Daniel Ortega debe renunciar
Carlos Alberto Montaner
Abogado, escritor, periodista. Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


En Nicaragua ha comenzado el diálogo. De una parte, el presidente Daniel Ortega y su mujer Rosario Murillo, vice presidente y, de la otra, la oposición, en donde están representados los estudiantes, académicos, empresarios y otras fuerzas vivas del país.
Daniel Ortega, antes del diálogo, finalmente aceptó la visita de la Comisión Interamericana por los Derechos Humanos, un organismo de la OEA.
El diálogo lo auspicia la Iglesia católica, encabezada por el cardenal Leopoldo Brenes, y se realiza en un lugar proporcionado por esa institución.
En la primera ronda algunos de los participantes le han pedido a Ortega que renuncie al cargo de presidente, obtenido en las elecciones del 2016.
Teóricamente,  Ortega y su mujer deben ocupar la presidencia y vicepresidencia hasta el 2021, pero casi nadie cree que eso sea posible.
En todo caso, ¿por qué Daniel Ortega aceptó participar en este diálogo convocado por la Iglesia, si era evidente que no le convenía?
Sin duda, porque estaba quedándose sólo progresivamente.
La sociedad nicaragüense reaccionó realmente consternada contra la represión desproporcionada de la policía y las docenas de jóvenes asesinados.
A Ortega le sorprendió la reacción de la COSEP, la cúpula empresarial del país, que lo criticó severamente por la represión, situándose junto a sus principios y no junto a sus intereses.
Lo sorprendió su exvicepresidente, Sergio Ramírez, dedicándole en España su Premio Cervantes a los jóvenes nicas que habían salido a las calles a protestar.
Lo sorprendió la renuncia de la general Aminta Granera, jefa de la policía y persona muy respetada por el conjunto de la población.
Lo sorprendió la declaración de las Fuerzas Armadas advirtiendo que no estaban dispuestas a reprimir a los manifestantes.
Lo sorprendió el general Humberto Ortega, su propio hermano y exjefe del Ejército, quien le pidiera públicamente que no reprimiera y que buscara una salida política a una situación insostenible.
Lo sorprendió, en fin, el clamor general en su contra de casi todo el país, incluida la embajada de Estados Unidos, que en cierta forma también fue sorprendida por la rapidez de los acontecimientos.
Si Ortega es tan astuto como dicen sus amigos, tendría que advertir que no puede mantenerse en el poder asesinando a más jóvenes manifestantes porque esos crímenes acabarían violentamente con su propio gobierno.
Si tuviera buena fe, crearía un gobierno de salvación nacional, quizás presidido por Carlos Tünermann u otra persona más allá de toda sospecha, para darle paso a una era diferente, alejada de los delirios tercermundistas del Socialismo del Siglo XXI.
¿Lo hará? No lo sé, pero sería lo sensato y lo patriótico. En los dos periodos ha estado más de 20 años en el poder. Si además de la astucia y de la buena fe que les conceden sus partidarios tuviera realismo, comprendería que llegó el final de su carrera política. Obstinarse en prolongarla sería, más que un crimen, una estupidez.
 

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