Somos vasallos del rey estado y su nobleza
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“¿Cómo enseñar a los hombres a desear la libertad, a
comprenderla, a prepararse para ella?”
Lord Acton
Este acertijo que planteó Lord Acton, es el que
tenemos que resolver los argentinos que amamos la libertad y que nos resistimos
a sacrificarla en el altar de la seguridad esclava. Los mismos argentinos que no estamos
dispuestos a tolerar, que se inmole la igualdad de derecho en manos de la moral
gris de la igualdad de hecho; esa moral que es el refugio de los mediocres, de
los parásitos y de los holgazanes; instrumento de extorsión de la monarquía
estatal y de sus acólitos; herramienta hecha de prebendas y prerrogativas
disfrazadas de solidaridad y equidad.
Alberdi nos advertía sobre “la tiranía de la Patria” la que en su nombre “sumerge y ahoga la libertad de los individuos”. Hoy que no hay guerras de independencia, ni “la Patria está en peligro”; los políticos, para mantener su poder,
refundaron sus discursos y nos impusieron “la
tiranía del igualitarismo”.
Y abrazados a esta corriente de pensamiento,
llegamos a convertirnos en el país pobre, mediocre y cobarde que tenemos hoy; patria
en la que el que se destaca es pisoteado, en la que vale lo mismo educarse o
no, en la que importa más el acomodo que el mérito, en el que el esfuerzo
perece ante el amiguismo y el trabajo ante la limosna.
Todo esto se ha ido orquestando desde hace
décadas; la impericia, negligencia o complicidad de la corporación político/sindicalista/burócrata/empretrucha,
ha creado un monstruo de explotación cuya victima somos nosotros.
Estamos condenados a utilizar el proveedor de
cable o de electricidad que el gobierno autoriza (negociado), el médico y la
clínica que la obra social autoriza, el sindicato y la obra social que nos
imponen; no podemos elegir entre uber o taxi, ni entre planes de estudios
diferentes del que dicta el iluminado de turno que ocupa el Ministerio; tampoco
podemos optar entre otras compañías de telefonía o de internet diferentes a las
que nos tienen colonizados hace años.
El gobierno ha tejido una telaraña burocrática,
parasitaria y extorsiva, financiada con nuestros impuestos y sufrida por nuestros
derechos; una telaraña en la que nosotros somos la mosca y las arañas que
alimentamos son los burócratas, los políticos y sus socios, los sindicalistas,
los empresarios prebendarios y la caterva de punteros y planeros parasitarios.
Nos seducen con “nuevos derechos” inventados, que son sólo trampas dialécticas; con
seguridades que no son más que cadenas, o con “beneficios sociales” que son apenas una migaja de los que nos
sacan. Y no nos dan las dos seguridades
que deberían asegurar: la libertad de no ser apuñalado en la primer esquina y
la defensa de mis derechos en la justicia.
Nos engatusan culpando de nuestros males al
FMI, a los vendepatria, a los oligarcas, a los empresarios o a los “insensibles” que los ponemos en
evidencia con nuestra mala onda; mientras tanto, la asociación ilícita político/sindicalista/burócrata/empretrucha
se ríe a carcajadas de vos, de mí y de todos los que los mantenemos.
Los patriotas que imaginaron la Argentina
temían que estas cosas pudiesen pasar, y sabían que existía sólo un antídoto
para este veneno. Así lo dejó en claro
Juan Bautista Alberdi hace 150 años: “no
hay en el mundo posición más ridícula, que la que se dan a sí mismos los
hombres más ilustrados y serios de un país democrático, que dejan por su
abstención, en manos de los mismos hombres que ellos reconocen como bandidos y
facinerosos, los intereses de su honor, de su vida y los destinos de sus
familias y bienes”.
Este gran tucumano nos aclara que “las sociedades que esperan su felicidad de
la mano de sus Gobiernos esperan una cosa que es contraria a la naturaleza” y
agrega “el egoísmo bien entendido de los
ciudadanos, sólo es un vicio para el egoísmo de los Gobiernos que personifican
a los Estados”.
¿Y como se soluciona? El mismo Alberdi nos da una pista: “el primer deber de una gran revolución,
hecha con la pretensión de cambiar de régimen social de gobierno, es cambiar la
contextura social que tuvo por objeto hacer del pueblo colonial una máquina
fiscal productora de fuerza y de provecho en servicio de su dueño y fundador
metropolitano. De otro modo, las rentas y productos de la tierra y del trabajo
anual del pueblo seguirían yendo bajo la república nominal adonde fuesen bajo
la monarquía efectiva: ¿adónde, por ejemplo?; a todas partes menos, a manos del
pueblo”.
El primer cambio es cultural, debemos participar
en la vida cívica del país y “educar al soberano”. Debemos terminar con el “Imperio de la
Decadencia Argentina” que nos asfixia; es tiempo de ser protagonistas, es
tiempo de dar inicio a “La Rebelión de los Mansos”.
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