La ciudadanía y la integración de inmigrantes
Ian Vásquez
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, Washington D.C. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Cada vez que hay una oleada o presencia migratoria importante en algún país, genera preocupaciones en ciertos sectores nativos acerca de su impacto económico o social. Hemos visto ese fenómeno en EE.UU. con la llegada de Donald Trump y su posición frente a los hispanos, y en el Perú y la región respecto a la migración venezolana.
Los temores que surgen suelen ser infundados o exagerados. En EE.UU., Trump y sus seguidores afirman que los inmigrantes contribuyen de manera desproporcionada al crimen, por ejemplo, sin importar que todos los datos indican que la criminalidad de los inmigrantes, tanto legales como ilegales, es más baja que la de los ciudadanos estadounidenses. 
En América Latina, algunos querrán negar que la migración venezolana puede dinamizar la cultura y la economía de los países que la reciben, como ha sido el caso de otras oleadas migratorias en la historia. Lo que es más difícil de negar es que la migración venezolana no está por cesar. No implementar medidas para regularizar la presencia de los venezolanos solo empeorará la situación para todos, pues la ilegalidad creará un mercado laboral más precario.
En todo caso, se oirán voces en contra. Por suerte, existe una tradición legal en casi todos los países de las Américas que incentiva la integración de los inmigrantes que se quedan y forman familias. Se trata de la ciudadanía de nacimiento. A diferencia de la mayoría de los países del mundo, en las Américas, los hijos nacidos de inmigrantes suelen tener derecho a ser ciudadanos. Tanto la constitución estadounidense como la peruana garantizan ese derecho.
En EE.UU., los que se oponen a la inmigración han criticado fuertemente la ciudadanía de nacimiento. Una de las críticas de campaña de Trump fue justamente eso, y es algo que sigue mencionando. No sorprendería que en algún momento se oyera una queja similar en América Latina.
Esa tradición legal, sin embargo, ha beneficiado a EE.UU. y no hay por qué pensar que la experiencia del resto del hemisferio es diferente. Dijo el presidente Ronald Reagan: “Un inmigrante puede vivir en Francia y no volverse francés; puede vivir en Alemania y no volverse alemán; puede vivir en Japón y no volverse japonés, pero cualquier persona de cualquier parte del mundo puede venir a EE.UU. y volverse estadounidense”.
El hecho de que los hijos de los inmigrantes se vuelvan ciudadanos ayuda enormemente con laasimilación de estos en la sociedad. Es una de las razones por la cual la integración de inmigrantes en Europa es menos exitosa y más problemática que en EE.UU. Basándose en una base masiva de datos, el experto Alex Nowrasteh encontró que, respecto a la ideología, políticas públicas y política, las opiniones de los inmigrantes no son muy diferentes a las de los estadounidenses nacidos en EE.UU. Las pequeñas diferencias que existen “prácticamente desaparecen entre inmigrantes naturalizados y se disipan más con cada generación”.
Nowrasteh destaca una serie de investigaciones sobre Alemania, país que cambió sus leyes en 1999 para facilitar la ciudadanía de hijos de inmigrantes con padre o madre alemán. Los estudios encontraron que luego del cambio, los padres inmigrantes se integraron más, la fertilidad de estos padres cayó y el desempeño educativo de los hijos desde preescolar hasta la universidad mejoró.
La integración de los hispanos en EE.UU. es un reto mayor comparado al de los venezolanos en América Latina, por lo que debemos ser optimistas en el Perú acerca de la inmigración venezolana. No es que se vaya a revertir la ciudadanía de nacimiento, pero dado que el sentimiento antiinmigrante en sí puede causar daño, es importante conocer los hechos.


Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 31 de julio de 2018 y en Cato Institute.
 

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