La tiranía del lenguaje inclusivo

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Aquellos que pueden
hacerte creer absurdidades, pueden hacerte cometer atrocidades”
Voltaire
El lenguaje es un sistema de códigos
escritos y fonéticos que le permite a las personas comunicarse.
Existen unas 5000 lenguas en el mundo, cada
una de ellas se ha originado en los usos y costumbres de quienes fueron modelándola
y sus acuerdos se oficializan, en el caso del castellano, en la RAE.
Los idiomas van mutando al ritmo de los
nuevos usos y costumbres lingüísticas; cuando los neo fonemas se tornan
habituales entre un número significativo de sus parlantes y su uso se sostiene
durante un período de tiempo considerable, el ente regulador correspondiente
aprueba los cambios. Si no fuese así, la
falta de reglas haría imposible la comunicación.
El lenguaje es sin dudas, el mejor invento
de la humanidad. Sin él, aún estaríamos
escondidos en cuevas, preocupados por no ser la cena de algún depredador.
Es interesante ver como el lenguaje ha
representado un arma poderosa entre los hombres, no tanto por el peso de su
gramática, como por su capacidad de comunicar y colaborar con el prójimo.
Por ejemplo en la Biblia, (antes de que algún
iluminado me acuse de clerical, aclaro que hago referencia a este libro como
elemento histórico y sociológico), en el antiguo testamento, el propio Jehová
parece temer al entendimiento entre los hombres y desata la anarquía
lingüística como arma de disolución: “todos
hablan una misma lengua; siendo este el
principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que
se propongan. Pues bien, descendamos y confundamos su lenguaje de modo que no
se entiendan los unos con los otros”.
Nuevamente encontramos en la Biblia, otra
referencia al poder de la comunicación.
En la cita de Pentecostés dice: “y
lenguas como de fuego se les hicieron visibles y una se asentó sobre cada uno
de ellos, y comenzaron a hablar en lenguas diferentes, e así como el espíritu
les concedía expresarse”, el lenguaje posibilitó a los apóstoles universalizar
el mensaje.
La humanidad no ha podido “crear” un lenguaje de laboratorio
efectivo, a pesar de sus múltiples intentos.
El caso más conocido es el del Esperanto; idioma cuyas bases publicó L.
L. Zamenhof en 1887. A pesar del
esfuerzo y la inversión de más de un siglo de esta bien intencionada creación,
su fracaso es rotundo. Lo hablan apenas entre
100.000 y 2 millones de personas en todo el mundo y sólo hay 234.000 artículos
en internet escritos en este idioma.
¿Y por qué fracasó una idea que parece tan noble
y altruista? Porque el hombre no puede
avanzar sobre las leyes de la praxeología (acción humana), como tampoco puede
hacerlo sobre las leyes de la física, impulsado tan sólo por su voluntad y sus
buenas intenciones.
El racionalismo y sus descendientes
filosóficos, el idealismo, el constructivismo, el desestructuralismo y el
posmodernismo, sueñan con la idea de una razón humana súper poderosa, capaz de
planificar todos los aspectos de la vida de las personas.
Estas filosofías niegan la realidad
objetiva, niegan la verdad única y niegan la capacidad y la posibilidad de los
hombres de evolucionar según el libre acuerdo de ideas, reglas y valoraciones
(lo que se llama mercado).
Los promotores del lenguaje inclusivo, son
pobres caricaturas de estos pensadores; siguiendo sus lineamientos, pretenden
aplicarlos a todo lo que les resulta desagradable o “injusto”, según su maniquea mirada.
George Orwell, resultó un visionario al
interpretar la sentencia del filósofo Wittgenstein “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento” y en
base a ello, presuponer que un idioma artificial creado podría controlar el
modo de pensar de los ciudadanos; tal como lo exhibe en su novela “1984”.
Así cambiaron primero las expresiones que
definen ideas o realidades. El sexo pasó
a ser género, el yo soy se convirtió
en yo me autopercibo (autopercepción que
estamos obligados a aceptar), el aborto fue remplazado por interrupción
voluntaria del embarazo, el día de la raza por diversidad cultural, indígenas
por pueblos originarios o el incesto fue cambiado por amor intergeneracional, estos
entre otros tantos ejemplos.
Se condenaron algunos vocablos puntuales a
los que se los asoció a intencionalidades perversas, ¡como si tuviesen libre
albedrío!, cuando en realidad son neutras.
Valen como ejemplo la palabra discriminar (cuando elijo que comer estoy
discriminando y no es malo); o la palabra represión (cuando me defiendo de una
agresión estoy reprimiendo y no es malo).
También se inventan conceptos
confrontativos como son los términos heteropatriarcal, homofóbico, violencia de
género o micromachismo, mensajes en los que la intencionalidad manifiesta es
generar un estado beligerante, pretendiendo modelar el pensamiento de la masa, para que se sumerja en un lenguaje
militante, corrupto, violento y energúmeno.
Este lenguaje destruye la convivencia
armónica, promueve el caos y el odio, se opone a las escalas de valores aceptado
en forma caprichosa, en lugar de someter estos valores a pruebas permanentes de
corroboración y validación lógica.
Por eso, me niego a someterme a la
imposición de lo políticamente correcto.
No voy a permitir que me impongan sus disvalores los posmodernistas; y me
sumo al compromiso de Thomas Jefferson “juro ante el altar de Dios, hostilidad
eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del hombre”.
Últimos 5 Artículos del Autor
.: AtlasTV
.: Suscribite!
