Números que decepcionan
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Una encuesta de hoy de Eduardo D’Alessio/Sergio Berenstein lo deja a uno pensando acerca de si lo positivo que podía extraerse de todo lo que está ocurriendo realmente vaya a concretarse.
 
 
Es que los resultados de esos estudios arrojan dudas enormes sobre si la sociedad argentina está dispuesta a castigar la corrupción y a los corruptos o solo encuentra en ella (y en ellos) una vía de escape y de justificación a su fracaso, pero que no está dispuesta ni a asumir, ni a enfrentar ni a –mucho menos- solucionar, porque eso la embarcaría en una nueva moral cuáquera que ni borracha está dispuesta a aceptar.
 
 
En efecto las averiguaciones de D’Alessio dicen que, según una mayoría del 62% delos encuestados cree que la revelación de los cuadernos fue “planificada”, dando a entender que no se trata de una prueba legítima contra los ladrones sino la mayoría cree que fue algo armado. Es como si al sodomizado le encantara que lo sodomicen, porque cuando tiene delante de sí pruebas innegables de lo que le están haciendo (o de lo que le estuvieron haciendo) busca atajos que atenúen las responsabilidades de su victimario.
 
 
El estudio continúa preguntando con qué está relacionada la causa, a juicio por supuesto de los encuestados y allí nos encontramos con la sorprendente respuesta de la mitad responde “a un manejo del gobierno”, en abierta coincidencia con la respuesta anterior. Es posible que los países caigan en la desgracia de ser gobernados por unos ladrones incontenibles, pero de ahí a que la sociedad los justifique y, al contrario, ataque al gobierno que abrió la posibilidad de que las máscaras de la corrupción se caigan aun cuando eso incluya a gente propia, resulta francamente sorprendente.
 
 
Es más cuando se pregunta de modo directo si la organizadora de todo este sistema fue Cristina Fernández la gente responde que “no” en un 43%. Por supuesto habría que ver cuál hubiera sido la respuesta si la pregunta hubiese estado enfocada a Néstor Kirchner, pero por lo visto, las esperanzas de que la gente se saque la venda que ciega su visión son bastante escasas.
 
 
En el capítulo directo que tiene que ver con la prisión de la jefa de la banda, si bien una mayoría de 56% entiende que sí debería estarlo un no desdeñable 43% oscila entre el “no” (38%) y el “no sabe no contesta” (6%)
 
 
También parece sombrío el panorama hacia el futuro cuando la pregunta es si se cree que las coimas en la obra pública continuarán. Allí, más allá de que este gobierno logró bajar el equivalente a 1 punto porcentual del producto bruto interno (unos 6 mil millones de dólares) los precios de dichas obras por el mero hecho de no sobrefacturar, la gente sigue creyendo en un 52% que continuarán, aun cuando un 43% cree que disminuirá.
 
 
Se trata, francamente, de números que desorientan. Por lo que puede desprenderse del estudio la sociedad no está viendo la oportunidad que se abre delante de su horizonte y más bien tiende a buscar excusas atenuantes que “expliquen” lo ocurrido, antes de condenarlo.
 
 
Repetimos, ¿no será que subconscientemente los argentinos tenemos temor de señalar y castigar la corrupción porque eso nos obligaría a entrar en una moral honrada y ética para la cual no solo no estamos preparados sino que tampoco nos gusta demasiado? ¿No será que teniendo en el gobierno ladrones de guante blanco nos sentimos aliviados y como autorizados a robar un poquito nosotros también en la escala que nos permita nuestra cotidiana operación?
 
 
Se trata, obviamente, de una conclusión tristísima acerca de nosotros mismos; un estudio que nos devuelve una imagen propia en donde el promedio cívico-moral de la Argentina se revela como bajísimo.
 
 
Sin embargo, por más que duela esa conclusión viene a resultar compatible y consistente con lo que nos está pasando desde hace por lo menos 70 años: la continuidad de una podredumbre extendida y generalizada en las elevadas estructuras del Estado no habría sido posible sin una sociedad permisiva. Y en mi criterio ese “permiso” se otorgó porque se sobreentendió que, a cambio, la ley también sería laxa con el ciudadano común, cuando fuera la hora de rendir cuentas.
 
 
Ese mecanismo en gran medida funcionó y si, en cierto modo entró en crisis (a pesar de los números de D’Alessio/Berenstein), es porque alguna parte de la sociedad ha comenzado a percibir que el Estado pretende comenzar a hacerse el honesto (reclamándole honradez a los ciudadanos) cuando él está sucio por todas partes.
 
 
De todos modos, para que esta enorme cloaca se limpie completamente, a esta altura, los reflejos morales de la sociedad deberían rankear mejor de lo que muestra esta encuesta.
 
 
La Justicia, su velocidad, pericia y eficacia podrían dar vuelta estos comportamientos por la vía de entregarnos las certezas que, estoy seguro, en algún lugar recóndito de nuestra conciencia esperamos. Esperemos que los jueces estén a la altura de la circunstancia para que el poder pensado por la Constitución para ser la guía de la república nos salve de las bananas tropicales del autoritarismo.


 

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