Voltaire, sin la frente marchita
Carlos Rodríguez Braun
Catedrático, Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



Se ha dicho que Voltaire no puede ser un símbolo del progreso, porque defendía la libertad pero no la igualdad. Sería un liberal burgués, un elitista que rechaza la revolución socialista y no simpatiza con los pobres, como si los revolucionarios no hubiesen sido burgueses ni elitistas, o como si los hubiese caracterizado la amabilidad con los pobres. También se reprocha a Voltaire el haber apoyado la monarquía, como si la clave de la libertad fuera la forma del poder y no sus límites; como si arrasar con las instituciones fuera la receta para progresar.
No era el ilustrado un nostálgico del pasado sino un admirador del presente, y de los esfuerzos que hacemos para mejorar nuestra propia condición, como decía Adam Smith, lector y adepto de Voltaire, a quien conoció en Ginebra.
Voltaire escribió el poema El mundano, un canto a la vida y los placeres: “Yo amo el lujo, el gusto fino/Las artes de toda especie/Los placeres exquisitos,/la limpieza, los adornos;/Y estos sentimientos míos/Los tiene todo hombre honrado”.
Volvería sobre el tema en el poema Defensa del mundano, o apologia del lujo, y en su artículo Sur le luxe et le commerce. Pregunta: “¿Del Tejel, Burdeos y Londres/No veis los buques tan finos/Ir a buscar otros bienes/En Ganges producidos/En cambio de nuestros frutos,/Mientras que en el tiempo mismo/Los sultanes se embriagan/De la Francia con los vinos?”.
Es verdad que elogia a Colbert y a Melon, y tiene ecos de Mandeville: “La vanidad del grande es conveniente/al pobre en varios modos/Y a la industriosa gente/Hace rica el magnífico indolente”. Pero en varios  aspectos relevantes es liberal, empezando por el papel unificador y armónico del comercio. Cuando habla del imperio español en América dice: “sus minas de México y Perú, son nuestras, y del mismo modo nuestras manufacturas son españolas”. Y lo más importante es que está alejado de Rousseau porque aprecia la propiedad privada, a la que con acierto asocia a la modernidad y la prosperidad: “Nuestros míseros abuelos/Vivían como unos polllinos,/Sin que ninguno supiera/Lo que era lo tuyo mío”.
Apoya los inventos y la industria, que con el comercio enriquecen más que las conquistas. Censura a quienes miran con menosprecio a los emprendedores. También aplaude a la persona en su intimidad: Il faut cultiver notre jardin, es la famosa frase de Cándido.
Voltaire fue tolerante y liberal en economía y en todo. Anheló que las gentes tuvieran “horror a la tiranía ejercida sobre las almas, como execran el bandolerismo que arrebata por la fuerza el fruto del trabajo y de la pacífica industria”. Y no tuvo paciencia con los grandes enemigos de libertad: los intelectuales pesimistas. Dijo: “Doy gracias a la sabia Natura/Que, por mi bien, me hizo nacer/En esta edad tan criticada por los doctores”.

Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 2 de octubre de 2018 y Cato Institute.
 

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