Elogio y nueva definición de austeridad
Ariel Corbat
Abogado (UBA), republicano, unitario y liberal. Coautor de "Uso y abuso de las corbatas" y "Teoría romántica del derecho argentino" (El Himno Nacional como expresión de la Norma Hipotética Fundamental). Brindó servicios en la Secretaría de Inteligencia desde 1988 hasta su renuncia en 2012. Escribe en el blog La Pluma de la Derecha". 



"La austeridad es una de las grandes virtudes de un pueblo inteligente"

Solón.



Lo conservo en la biblioteca, aunque sus comprimidas letras exigen colocarme anteojos; algo que no necesitaba cuando vestía guardapolvo blanco en la primaria. Mi viejo y querido "Pequeño Larousse en color", pomposamente autoproclamado diccionario enciclopédico de todos los conocimientos, uno de esos libros que en mi cuarto aclararon mis errores, define a la "AUSTERIDAD" como "calidad de austero, severidad. Mortificación de los sentidos y del espíritu". 


E inmediatamente luego refiere "AUSTERO, RA" como "adj. (del griego austéros, severo). Riguroso, rígido: la vida austera de un asceta. Severo con uno mismo y con los demás. (SINÓN, Rígido, rigorista, espartano, estoico, ascético, puritano). Sin ornamentos: arquitectura austera". 


Está claro que nadie con excepción de masoquistas querría ser austero si serlo significase mortificar los sentidos y el espíritu, pero a  la luz de las vivencias de un argentino de 52 años, me pregunto si será correcta esa definición de austeridad como "mortificación de los sentidos y el espíritu". Desde el Mundial 78 hasta los Juegos Olímpicos de la Juventud, por poner referencias deportivas y actuales, Argentina ha sido de todo menos austera, y esa falta de austeridad no ha evitado la creciente mortificación de los sentidos y el espíritu. Por el contrario, año tras año los argentinos hemos experimentado nuevas formas de mortificación. Muchas de ellas consecuencia directa de la falta de austeridad, porque el país, al menos en nuestro tiempo, nunca ha sido en modo definido y consecuente ni rígido, ni rigorista, ni espartano, ni estoico, ni ascético, ni puritano. Si esas cualidades en la sinomimia determinasen el ser, diríamos que el país no ha sido.


Aquí no hay rigidez desde que la Constitución Nacional empezó a ser entendida como una mera referencia y no la ley suprema de la Nación. Consecuentemente tampoco hay rigor o severidad en la aplicación del Derecho. Cuando por golpes de Estado pusimos militares a gobernar fuimos cualquier cosa menos espartanos, por lo que a pesar de una guerra ganada y otra perdida nos alejamos de Esparta al punto que hoy, lisa y llanamente, estamos indefensos. Para descartar el estoicismo basta consignar que consiste en evidenciar autocontrol de modo que la virtud se imponga al vicio, entendido éste como cualquier manera de obrar inconsecuente y brutal. Parece chiste de argentinos, pero es descriptivo y no tiene remate. El ascetismo es un extremo místico que nunca siquiera hemos rozado y lo mismo puede afirmarse respecto del puritanismo. 


Si de lo afirmado en el párrafo anterior le surge alguna duda revise con su conciencia los últimos cincuenta años de la política argentina, y repase detenidamente los actos de la caterva delictiva que gobernó en la última década infame. Vea en paralelo de qué modo ha ido evolucionando el aumento de la pobreza y el hambre en el mismo país que presumió de ser "el granero del mundo".


El punto es que podemos demostrar que no somos un país austero, pero no por escapar de la austeridad evitamos la mortificación de los sentidos y el espíritu, por lo cual sospecho errónea la definición del Pequeño Larousse en color; supervisado por el distinguido miembro de la Academia Argentina de Letras Ramón García-Pelayo y Gross.


Argentina como país degradado culturalmente y dañado en lo institucional al extremo de dar muestras de merma intelectual hasta en el habla, es una realidad mortificante. La Argentina duele. Duele de un modo en que no podría doler si su historia contemporánea estuviera asociada a la austeridad. Lo cual demuestra que la austeridad no puede ser definida como la mortificación de los sentidos y el espíritu. Hay algo que está mal en esa definición.


Acaso -hermosa palabra la palabra "acaso"- debamos redefinir el concepto y entender a la austeridad como algo distinto de la mortificación y la penitencia, porque en rigor de verdad la austeridad previene el sufrimiento, no lo causa. Para la Real Academia Española la austeridad es la "mortificación de los sentidos y pasiones", dándole a la expresión "austero, ra", entre otros significados similares a lo antes mencionado, el siguiente:  "Sobrio, morigerado, sin excesos. En esa época, llevaba una vida austera, sin lujos".


Imaginemos por un momento -sé que es muy difícil- que durante el último medio siglo Argentina, como escuchando aquel llamado de Ortega y Gasset para dedicarnos a las cosas, se hubiera conducido de modo sobrio, morigerado, sin excesos, sin lujos, sin gastar a cuenta de la riqueza futura... Sería otro país, seguramente menos frustrado por la ilusión de un potencial desmesurado, pero al mismo tiempo más cercano a ese potencial, prolijo en todos los órdenes, previsible en el buen sentido de ser confiable y, como consecuencia de ello, consciente de su propia identidad. Una República consolidada para el desarrollo de una Nación saludable. Y un país austero, salvo algún cataclismo, no tiene necesidad de prometer penitencia siguiendo reglas de conductas establecidas por otros al mendigar por su subsistencia. La austeridad evita esa mortificación preservando la dignidad y la autoestima, en las naciones y en las personas.


Por supuesto, cuando una persona o un país no sabe conducirse y se envicia de prodigalidad, la rehabilitación es un proceso traumático que se percibe como una penitencia mortificante para los sentidos y el espíritu. Y hasta aquí sólo hablo de austeridad independientemente de la decencia o la deshonestidad del pródigo. Porque al introducir el concepto "decencia" cabe un tajante distingo entre quien dilapida su patrimonio personal y quien dilapida patrimonio público. Sólo puede aceptarse un proceder negligente pero decente en el primer caso, nunca en el marco de una República. El despilfarro de lo público bajo la excusa del "Estado presente", inflado, excedido de atribuciones y carente de funcionalidad, es decididamente un proceder delictivo. Una estafa sobre la ilusión del realismo mágico.


La austeridad republicana, siendo un valor que surge por oposición al ornamento y fastuosidad que son propios de la monarquía, conlleva un sentido práctico y simple de la vida. Por ello nada resulta menos republicano y contrario a la austeridad que el extremo de lo faraónico, desde la repulsa conceptual en los términos y con sus -hoy- extemporáneas implicancias de colectivismo esclavista. (Como he dicho muchas veces, por cuestiones mucho más cercanas en el tiempo: "La historia no se descuelga, se asume", por ende no se interprete ninguna palabra de este artículo como un juicio de valor negativo sobre las formas de organización social que, en la antigüedad, se dio la humanidad; sino en todo caso un elogio a  la evolución sucesiva que permitió alcanzar escalones de democracia republicana y liberal).


Lamentablemente, Argentina, que en su excepcionalidad logró ser una República bananera sin bananas, también encontró el modo extravagante de despilfarrar ahorro y crédito al estilo faraónico sin pirámides, ni ninguna otra obra que vaya a perdurar miles de años. Nuestras pirámides son obra no hecha y papeles de una deuda que ya nos espantaba en 1983, cuando quisimos suponer sería exclusivamente obra indecorosa de la vieja dictadura, pero que no menos indecorosamente hemos ido aumentando, gobierno tras gobierno, a lo largo del fallido experimento democrático iniciado entonces.


Y hoy estamos donde estamos. Tal cual y como estamos. Sería tan ocioso puntualizar aquí el diagnóstico, como vana la esperanza del sentido común imponiéndose por sí. La inercia negativa del país prefiere y seguirá prefiriendo, como cualquier drogadicto enamorado del veneno, percibir el dulzor imaginario del placebo a la amargura cierta pero sanadora del remedio. Máxime cuando el remedio, cosa que sabemos todos incluyendo a los irresponsables que juegan al distraído proponiendo alquimias mágicas, es la austeridad: la temida "mortificación de los sentidos y el espíritu"; que no es tal.


Jorge Asís es autor de algunas frases que celebro reiteradamente, una de ellas es su definición de Ricardo López Murphy como "la cabeza mejor organizada para regir los destinos del país". Por ello la trayectoria política del Bulldog da lugar a varios y recurrentes ejercicios contrafácticos, en especial dos, preguntarse qué hubiese pasado si: A) De la Rúa lo sostenía como Ministro de Economía llevando a cabo su plan; y B) Llegaba a la Presidencia en lugar de Néstor Kirchner.


Traigo a colación estas divagaciones sobre el pasado, a las que Rosendo Fraga y tantos otros somos afectos, no con ánimo pasatista de tirar un mero tema de discusión sobre la mesa de café sino a modo de advertencia, para no agregar a la lista un ejercicio C).


A través de diversos pronunciamientos públicos y en especial por medio de un muy claro como ameno video, que registra su exposición en la Fundación Libertad y Progreso, Ricardo López Murphy establece un par de condiciones para que Argentina pueda recuperarse a futuro, a saber: un gobierno de unidad nacional y 10 años de mucha austeridad en estricta disciplina fiscal.


La exigencia de un gobierno de unidad nacional la funda en que esa misma austeridad requerida impone la necesidad de reformas estructurales que no se pueden concretar desde un gobierno minoritario, algo que lo lleva a preguntarse: "¿Está nuestra clase política preparada para gobernar en estas condiciones, sea la coalición gobernante o la oposición? ¿Estamos preparados como sociedad para enfrentar esto?"


La respuesta a esa pregunta sobre la encrucijada presente podría estar determinando en el futuro agregar o no como ejercicio contrafáctico C) esta otra pregutna: ¿Que hubiera pasado si tal cual proponía López Murphy un gobierno de unidad nacional sostenía diez años de mucha austeridad?


Y debo decir que casi con toda seguridad si agregamos ese ejercicio contrafáctico será desde una realidad miserable que extrañará este desastre como un tiempo mejor... 


Añado, por mi cuenta, que esos diez años tampoco servirán de nada si no incorporamos la austeridad republicana a nuestra cultura en forma definitiva. La austeridad tiene que pasar a ser algo que forme parte de nuestro estilo de vida. No ya remedio, ni penitencia, sino convicción.


La imperiosa austeridad que se necesita debe hacer parecer hedonistas a los espartanos, pero tal vez el país haya perdido hasta la capacidad intelectual de advertir que en ese esfuerzo va la posibilidad de alejarnos del sufrimiento; porque, además, no se puede ser austero desde la idiotez. La austeridad exige inteligencia, en todas las acepciones de la palabra. No hay forma de ser austero sin proyectar una situación futura en términos ideales y arbitrar el mejor uso de los siempre escasos recursos para llegar a ella. La inteligencia, al igual que la austeridad, es más que un don una práctica virtuosa.


Ensayo pues una nueva definición.


AUSTERIDAD: Calidad de austero, criterioso. Cuidado de los sentidos y el espíritu. Valoración de lo esencial por sobre lo ornamental. Apego a la simpleza de la vida. Capacidad previsora para evitar complicaciones innecesarias. Moderación. Inteligencia. Camino de felicidad.


AUSTERIDAD REPUBLICANA: Decencia. Respeto por la calidad de vida y patrimonio de las futuras generaciones.


¿Puede haber un gobierno de mayoría que, como López Murphy reclama, sea austero en estos términos?


Debe haberlo. Nos va la vida en ello.


 

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