Intervencionismo y educación
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.




"Podemos hacer conjeturas respecto de nuestras acciones en el futuro pero, dada las circunstancias cambiantes, sólo conoceré la información de mí mismo una vez que he actuado…En este sentido es que Hayek sostiene que el intervencionismo estatal es básicamente un problema de presunción del conocimiento"[1]

Esto implica lo que el mismo F. A. v. Hayek ha llamado La fatal arrogancia dando título a su último gran libro. El intervencionista -y por extensión el socialista, que no es sino un intervencionista de más amplio alcance- presupone "conocer" todos los detalles de la vida de todos y cada uno de nosotros. Y en esa jactancia del conocimiento de qué es lo mejor para otros, se cree totalmente autorizado para intervenir, dirigir, corregir, prohibir, permitir lo que al intervencionista le parece lo más adecuado para los demás.

Lo más paradójico del asunto resulta cuando muchas personas que no admitirían de ninguna manera injerencia de terceros en sus vidas privadas, aceptan -en cambio- de buen grado la indiscreción de los gobernantes de turno y, más extraño aún, les otorgan alegre y confiadamente su voto para que -una vez en el poder- se entrometan en sus vidas privadas de mil maneras diferentes. Esta curiosa psicología de masas demuestra que el intervencionismo no es un proceso que se da de arriba hacia abajo, sino que, en cambio, se opera en sentido inverso.

Daría la impresión que -por alguna razón que permanece oculta, o que no resulta sencilla de explicar- la mayoría de la gente cree que el acceso a los estratos de poder le otorga a quien llega a dichas alturas alguna especie de omnisciencia que le permite conocer con soberbia amplitud las necesidades y carencias de absolutamente todo el mundo. Esta actitud de servilismo social pudo haber sido lo que varios han advertido como una de las causas más probables por las cuales la esclavitud legal se mantuvo vigente durante toda la historia humana y sólo tardíamente -hacia el siglo XVIII y en algunos casos bien entrado el siglo XIX- se la comenzó a cuestionar en casi todas partes para, finalmente, derogarla (al menos de las legislaciones).

Pero, parece que la mentalidad esclavista pervive en los espíritus de numerosos, que no se consideran aptos para ser libres por sí mismos, y necesitan depender de terceros en posiciones de poder político.

Otra de las posibles causas no económicas del intervencionismo puede residir en la ausencia del sentido de responsabilidad de cuantiosas personas. El hecho cierto que el fenómeno intervencionista este tan extendido en el mundo estaría revelando una indiscutible combinación de estos factores. Y el del abandono del sentido de responsabilidad individual, de la negación a hacerse cargo de las consecuencias de las propias decisiones podría ser otro de los elementos coadyuvantes que estarían determinando la permanente tendencia a la delegación de las propias responsabilidades en terceras personas, de la cual el intervencionismo gubernamental es su última y más culminante expresión social.

No puede minimizarse el rol que la educación juega en este proceso, que solamente esbozamos y no tratamos en profundidad. Cabe tener en consideración que, en la mayoría de los países, hay consenso en que la formación de las personas -desde las primeras etapas de su vida- ha de estar a cargo del aparato gubernamental, de tal suerte que es el estado-nación el que a través de sus organismos burocráticos dirige y controla el proceso educativo en todos sus niveles, incluyendo el de la mal llamada "educación privada" que de "privada" tiene bastante poco, desde el momento en que los planes de estudio de los institutos supuestamente "privados" han de contar con el aval y la aprobación de los entes burocráticos del área.

No es extraño, entonces que, desde la infancia, las personas se "eduquen" en un ambiente estatista, que da por sentado que hay una entelequia superior que debe imponerse sobre las voluntades particulares y dictar a los individuos que es lo mejor para ellos y cuál es la más óptima manera de conducirse, por encontrase imaginariamente las personas que ocupan circunstanciales posiciones de poder "más preparadas" que las "inferiores" para elegir por estas últimas.

Se está, pues, dando por sentado que, el campo estatal es un ámbito donde existen jerarquías que, por el sólo hecho de adscribirse a dicho campo, han de suponer conocimientos superiores a los existentes en la órbita privada, sin caer en la cuenta que esa manera de pensar no es otra cosa que fruto de un lavado de cerebro que nos han acostumbrado a llamar (sin serlo) "educación". El cumplimiento de funciones públicas electivas de ningún modo implica en los electos condiciones especiales ni la adquisición de dotes sobrenaturales tal como existe consenso en la actualidad de que efectivamente así sucede para quienes llegan al poder.

Hitler dijo una vez: "Yo he quitado al pueblo alemán la pesada carga de pensar. Yo lo he liberado de la facultad de decidir", lo que consiste un resumen preciso de lo que implica la doctrina estatista, que termina centrándose en un sólo y único individuo que pretende tener dotes sobrenaturales para poder resolver por otros. Poco cuenta si el proceso comienza siendo colectivo para irse transformando en otro de tipo individual como muestran los casos históricos del nazismo, fascismo y comunismo. La dictadura de uno no es demasiado diferente a la de un sinnúmero. Y una vez que se comienza este camino si no se revierte a tiempo el desenlace es siempre el mismo.

Pero, retomando la cita con la que iniciamos estas reflexiones, no tenemos constancia de que exista ningún ser humano que pueda poseer, contener y procesar en su cerebro toda la información necesaria que le permita planificar por el resto de las personas a ningún nivel, ni individual, grupal, regional, nacional, ni -menos aun- internacional. Los burócratas que de ello presuman no son más que soberbios ignorantes pretenciosos, como bien los describió en la obra antes citada el fenomenal Friedrich A. von Hayek.





[1] Alberto Benegas Lynch (h), "A propósito del conocimiento y la competencia: punto de partida de algunas consideraciones hayekianas". Disertación del autor en la Academia Nacional de Ciencias Económicas el 18 de junio de 2002, pág. 7
 

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