Algo más (o menos) que Boca-River
Alvaro Vargas Llosa
Director del Center for Global Prosperity, Independent Institute. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Todavía no sabemos quién ganará la Copa Libertadores porque el partido en el Monumental no necesariamente lo ganará quien jugó mejor en la Bombonera (River), ni es imposible que quien tiene mejores individualidades (Boca) supere, de visitante, a su rival, que tiene mejor entrenador y más estructura. Pero la final Boca-River (o River-Boca) nos ha permitido recordar lo que Argentina ya no es.

Desde Buenos Aires le han vendido esta final al resto del mundo como el acontecimiento de masas más importante del globo. Pero, salvo algún que otro medio español, la gran prensa europea, y no se diga nada de la estadounidense, dio a este enfrentamiento deportivo, social y político (la rivalidad de estos dos equipos tiene las tres dimensiones) un tratamiento menor, salvo para destacar la violencia potencial de los dos partidos.

Lo que eso nos dice no es tanto que el fútbol argentino no es lo que era, sino que el país ya no es lo que era. Argentina vive de su pasado y busca razones para creer que sigue siendo lo que fue. Un Boca-River -otrora un acontecimiento mundial- permite medir el deterioro que ha sufrido Argentina como sociedad. Lo que queda, en el imaginario deportivo internacional, del clásico entre los dos rivales históricos del fútbol argentino es esencialmente nostalgia, una foto color sepia, no una realidad que se actualiza con cada generación (a diferencia de lo que sucede dentro de Argentina, donde cada generación sí actualiza la trascendencia de esa rivalidad).

Pasa igual con la idea que de Argentina se hace el mundo exterior, que alguna vez se admiró tanto de sus logros (y a la que enviaba sus migrantes a raudales).

Argentina llegó a ser uno de los 10 países más desarrollados y hoy ocupa el puesto 70. Ese es un deterioro de muchas décadas; hay otro, más reciente, que se advierte en la dificultad hercúlea que supone dejar atrás la herencia populista. Argentina será este año uno de los pocos países con crecimiento económico negativo (-3%) y por todos lados están los duros síntomas de la enfermedad, desde la devaluación de más de 90% que ha sufrido la moneda este año hasta unas tasas de interés que bordean el 60% (las mayores del mundo).

Un sector de los argentinos quiere resucitar la vieja gloria de su país. No digo que tengan sólo nostalgia de esa gloria, sino que están decididos a rescatar a su país de las fauces del subdesarrollo. El propio Mauricio Macri es uno de ellos.

Pero el populismo ha acogotado a la sociedad a tal punto que ese mismo sector ha estado desde el fin del gobierno kirchnerista dividido entre quienes creen que es posible cortar el nudo gordiano de golpe y quienes creen que el gradualismo es la única forma de modificar algo que una mayoría probablemente se resiste a modificar.

Desde hace unos meses, con motivo de la recaída en la crisis, sin embargo, parece haber un mayor consenso entre los que quieren resucitar la antigua gloria del país sobre la necesidad de actuar con firmeza: de allí que el gobierno se haya propuesto, por ejemplo, reducir el déficit a cero para 2019. Pero, independientemente de ello, la realidad por ahora es que mientras buena parte de la región goza de un cierto crecimiento económico, en Argentina sigue siendo muy lejana la prosperidad, la del pasado y la del futuro.

De allí que el Boca-River/River-Boca, con su carga de nostalgia de algo que ya no es, sea una alegoría melancólica del país seguirá un buen tiempo sin ser lo que fue.



Publicado en La Tercera.

 

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