El dilema del Papa
Gabriela Calderón de Burgos
Es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador). Se graduó en el 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Desde enero del 2006 ha escrito para El Universo (Ecuador) y sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), La Nación (Argentina), El Diario de Hoy (El Salvador), entre otros. En el 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.



El Papa Francisco acaba de visitar Panamá y condenó explícitamente el muro que busca construir Donald Trump entre México y EE.UU. Dijo, con justa razón, que este era “una locura”. Lamentablemente, un muro inexistente le merece más definición moral que la brutal represión de la dictadura en Nicaragua o en Venezuela. El Papa utiliza un lenguaje agresivo para condenar al capitalismo global y lo culpa de la desigualdad, la pobreza, la explotación y el calentamiento global. Así que demostrado está que el Papa no es ajeno a las discusiones coyunturales de política. Precisamente por esto es que llama la atención su virtual silencio frente al elefante en la habitación: la dictadura venezolana.
Cuando Venezuela declaraba su primera independencia en abril de 1811, Juan German Roscio, uno de sus próceres, temía una confusión en las mentes y corazones de sus compatriotas. Roscio sostenía que el derecho divino de los reyes, que en ese entonces se enseñaba en los colegios y se defendía desde el púlpito, no se hallaba en las escrituras sagradas sino que era la fabricación de individuos con una ambición desmedida de poder político. Concentrándose en el Antiguo Testamento, y culminando con el “Mi reino no es de este mundo” de Jesucristo en el Nuevo, Roscio concluía que la historia de la Biblia es aquella del “triunfo de la libertad sobre el despotismo”.
El Papa Juan Pablo II en el contexto de la Guerra Fría se decidió claramente en contra del régimen totalitario que regía detrás de la Cortina de Hierro y esa claridad ha sido considerada por creyentes y no creyentes como uno de los factores que contribuyeron a la caída del muro.
Esto contrasta con la indefinición del Papa frente a Venezuela. Quizás se debe a taras ideológicas que no logra o no quiere ocultar. Poco después del inicio de su papado recibió a Gustavo Gutiérrez —a quien se le atribuye haber iniciado el movimiento de la Teología de la Liberación. La teología de la liberación es precisamente aquel movimiento que el cardenal Joseph Ratzinger, posteriormente Papa Benedicto XVI, en su “Instrucción sobre ciertos de la Teología de la Liberación” criticó de manera contundente. Refiriéndose a la visión de lucha de clases de esta teología dijo:
“La lucha de clases como camino hacia la sociedad sin clases es un mito que impide las reformas y agrava la miseria y las injusticias. Quienes se dejan fascinar por este mito deberían reflexionar sobre las amargas experiencias históricas a las cuales ha conducido”.
Este documento de 1984 concluye que el marxismo está en conflicto con la religión católica. Será por eso y por haber sufrido en carne propia los efectos del socialismo puesto en práctica que la Conferencia Episcopal de Venezuela declaró el 9 de enero que “Es un pecado que clama al cielo querer mantener a toda costa el  poder y pretender prolongar el fracaso e ineficiencia de estas últimas décadas: ¡es moralmente inaceptable! Dios no quiere que por el sometimiento a injusticias sufra el pueblo”.
¿Cómo será recordado el papel del Papa Francisco? ¿Cómo alguien que luchó contra la tiranía? O, ¿como alguien que miró para otro lado o le compró tiempo a la dictadura?


Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 1 de febrero de 2019 y en Cato Institute.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]