Ambición… esa gloriosa virtud

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Es un simple hombre... Sin embargo su ambición no conoce límites.
Osa acometer lo que ningún hombre ni mujer se atreve a pensar siquiera.”
Philip
Pullman
¿Es posible que esta “vil palabra”, considerada el origen de casi todos los males de la
humanidad, pueda ser en realidad una virtud?
Veamos.
La RAE define a la ambición como el “deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas,
dignidades o fama. Cosa que se desea con
vehemencia”.
Si bien la definición de ambición de la RAE,
muestra cierta carga de juicio negativo (poder, riquezas, dignidades o fama),
lo cierto es que la misma también dice “especialmente”
y no “exclusivamente”, por lo tanto,
en un análisis conceptual, esas connotaciones son irrelevantes.
Pero aun aceptando estos “especialmente”, vemos que el poder, la riqueza, las dignidades y
la fama, no son enjuiciables en sí mismas; en cambio, su uso y los medios para
alcanzarlos, son los que pueden ser ética o moralmente aceptables o
reprochables.
La ambición es inseparable de todo acto humano. Las personas naturalmente desean “estar mejor”, más cómodas, más sanas,
con menos hambre; si no tuviesen estas ambiciones, simplemente “vegetarían”. La ambición no es otra cosa que el interés
propio o egoísmo (bien entendido).
La ambición per se, es neutra en cuanto a una valoración
moral. Es como si quisiésemos someter a
un juicio moral al fuego de una hoguera; de por sí este es neutro. Lo valorable es si lo encendimos para
combatir el frio o para quemar a un “hereje”
en ella. Ojo, hereje religioso o
ideológico.
Por ello es imprescindible que entendamos qué es la
ambición y por ende qué es el acto humano.
Al respecto, a nuestro rescate viene la “Praxeología”, la ciencia que estudia la acción humana.
La Praxeología dice que el ser humano actúa por un
sentimiento de insatisfacción; o sea, actúa en procura de mejorar su
situación. Ese sentimiento de insatisfacción no es otra cosa que la ambición. Si tengo hambre, ambiciono saciarme, si tengo
frío ambiciono abrigarme.
Luego, la ambición es indispensable para la vida,
por lo que es un anhelo ético positivo, es una virtud.
Si el ser humano no fuese ambicioso, si no
pretendiese vivir mejor con el menor esfuerzo posible, aún estaríamos durmiendo
en cuevas, comiendo carne cruda y muriendo a los 20 años de frio, enfermos o
cenados por alguna bestia carnívora.
Aristóteles entendía como virtud, el punto medio
entre dos extremos. En el caso de la
ambición, el extremo por exceso es la codicia
y el por escases es el conformismo. Lamentablemente, se ha inculcado la idea de
que ser ambicioso es perverso y de que el auto sacrificio es virtuosismo.
Al respecto, cabe aclarar que el auto sacrificio
(como regla de vida de una sociedad) es un mito impracticable; pues si este
fuese factible, el mismo conduciría inexorablemente a la muerte y a la
extinción del ser humano. ¿Por qué es un
mito?, porque un sacrificio es el relegar un bien superior por otro inferior y
eso nunca sucede porque es contrario al porqué de la acción humana.
Veamos algunos ejemplos. Digamos que dejo mi casa por otra más fea; si
lo hago para que otra persona (mi hijo por ejemplo) habite mi antigua casa, eso
no es un sacrificio, pues me genera más satisfacción ver a mi hijo en su nuevo
hogar, que el costo de haberme mudado.
¿Cuál sería el verdadero auto sacrificio en este
caso?, pues que abandonase mi casa más confortable por otra peor, sin razón
alguna, sin satisfacciones personales, religiosas, familiares, éticas o
ideológicas que me impulsen. Incluso aunque
lo hiciese por masoquista no sería un sacrificio, pues el masoquista siente más
satisfacción por el sufrimiento que por el bien material y por ende no es un
sacrificio.
Tampoco el padre que entrega su vida por su hijo
realiza un sacrificio, ese padre valora más el hecho de que su hijo lo
sobreviva, que la situación inversa; considera un mal menor su propia muerte,
frente al hecho de tener que sufrir la muerte de su hijo todos los días.
Entonces, ¿Por qué tanto encono contra la ambición
y por qué la glorificación del auto sacrificio?
¿Has observado que las instituciones que quieren “manejarte” (religiosas, políticas o ideológicas), son las que promueven
este ataque a la ambición?
Hacernos creer que el resignar nuestro interés y
nuestra vida por el otro (sin importar quién, cómo, ni porqué), o por la
sociedad (otra forma de expresar “el otro”)
es la herramienta con la que unos pocos nos esclavizan. Es el lavado de cerebro por el cual, nos
entregamos dóciles, como holocausto en un altar, nos convertimos en mártires en
la lucha del pueblo o nos inmolamos por ideologías totalitarias que odian al
individuo (te odian a vos) y aman la masa amorfa y gris del igualitarismo.
En su perversa estrategia, te dicen que tu éxito y
la satisfacción que este te produce, son actos egoístas; pretenden generar en
tu espíritu, un severo sentimiento de culpa, pretenden que seas tu propio
carcelero, que vos sólo te pongas los grilletes y dediques tu vida a cumplir lo
que ellos decidan.
Es por ello que reivindico a la ambición, es por
ello que la declaro libre de toda culpa y cargo, desestimando todas las
acusaciones mentirosas que los enemigos del individuo (tus enemigos, esos que
no soportan que sobresalgas y que te quieren chato, mediocre y al ras del
resto) han promovido contra ella para así poder doblegarte, someterte, usarte y
esclavizarte.
Vos, yo, todos y cada uno de nosotros somos libres
de ambicionar un futuro mejor, somos libres para seguir nuestros anhelos,
respetando la única frontera que tienen nuestros actos, el derecho del otro.
Viví, crecé, soñá y ambicioná; tu vida es tuya, disfrutala.
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