La solución pasa por el rumbo alberdiano

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“El
Gobierno no ha sido creado para hacer ganancias, sino para hacer justicia, no
ha sido creado para hacerse rico, sino para ser el guardián y centinela de los
derechos del hombre.”(J.B.Alberdi)
Juan
Bautista Alberdi el padre fundador de la Constitución de 1853, nos señaló al
explicarla, con claridad, que en el artículo 14 están sus fines primordiales:
todos los habitantes deben gozar de los derechos de trabajar y ejercer toda
industria lícita, navegar y comerciar, entrar y permanecer, transitar y salir
del territorio, usar y disponer de su propiedad, de asociarse con fines útiles,
de profesar libremente el culto, de enseñar y aprender. Además, que la Constitución no solo enumera
los fines, sino que fija los límites del
poder de los legisladores.
Toda
ley que se oponga a la libertad del hombre es, como bien lo explicó Alberdi, un
ataque a la prosperidad del país y a los fines de la Constitución.
Es por
ello que quienes tenemos fe en la libertad como motor de la prosperidad y al
progreso somos contrarios a las políticas dirigistas e intervencionistas.
Desde
que el presidente Macri asumió la presidencia, se ha presentado como un
gobernante partidario de la libertad. Es cierto en el plano político, pero más que a medias verdadero, en el plano
económico-financiero.
Continuar un rumbo similar al anterior, en lo
económico, nos condujo a la situación actual, donde el Gobierno no se puede
sentir con demasiadas esperanzas de ganar las elecciones.
A pocos meses de que los partidos reclamen la
elección del elector, el Gobierno intenta, tímidamente, algunos cambios, luego de seguir con la trasnochada política de
aumentar el gasto público, para poder mantener a un Estado elefantiásico que
sigue complicándolo todo.
A esta
altura, la única probabilidad de éxito de los dirigentes del Gobierno es,
tomar decisiones políticas atrevidas. Fue atinada, una
de ellas, la de recurrir al Fondo Monetario Internacional a tiempo. Tuvieron
que dejar atrás la arrogancia de considerarse unos iluminados, para someterse a
los dictados de una realidad que se les mostraba adversa. Pero, como siempre lo
subrayamos, no hay suficientes rectificaciones como para lograr ponderables
resultados. Y las elecciones ya están en puerta, con la amenaza de una vuelta
de uno de los peores gobiernos de la historia argentina. No solo el Gobierno,
también la ciudadanía, se enfrenta a un
grave peligro institucional.
Habría
que restaurar la confianza, ya que es un factor decisivo, sin el cual no hay
esfuerzo que valga .Se necesita que el presidente prometa en la campaña un
cambio rotundo que vaya a suplantar el debilucho seguido hasta ahora. Un cambio
que ponga a cada argentino por delante de sus preocupaciones, dejando de culpar de la asfixia lenta que soportamos
al anterior gobierno, presentándolo como el único responsable. Sus errores
fueron los que nos han hecho perder una gran oportunidad de cambio favorable, por perseverar en políticas keynesianas y
desarrollistas. No se decidió por una política económica capaz de superar a la
del gobierno kirchnerista.
Es hora de animarse a tomar decisiones sin
esperar a las elecciones. Estamos ante problemas urgentes, aunque allegados al
presidente traten de oscurecerlos, aconsejando que se espere los resultados
electorales, haciendo la plancha. No se pueden quedar con declamaciones como
“el kirchnerismo no puede volver”. Así no se inspira confianza, ni se
solucionan problemas acuciantes que inciden en la vida personal de los argentinos.
La
única manera de salvar la situación angustiosa que vive el Gobierno, que le
permita una chance de ganar las elecciones o regresar al poder en un futuro, es
atraer otra vez a quienes le dieron su voto, agrupando a todos los argentinos
que aún conservan una débil esperanza y aprovechando la aversión que produce la
ex mandataria en importantes sectores sociales. Debería rechazar abiertamente y
a viva voz, la doctrina peronista, que aún está prendida como garrapata a toda la oposición. Decidirse y encarar en
el discurso y en la práctica, con coraje de estadista, una doctrina liberal,
que no es otra que la de la Constitución alberdiana , promoviendo, con seriedad,
un gran cambio socio-económico, con el imprescindible sostén político, para que
sea posible.
Pero no
le conviene quedarse en declamaciones. Se ha prometido mucho, cumplido poco, y
lo que es peor, se ha dicho una cosa y
se ha hecho otra. Así no hay confianza que valga ¿Cómo se puede tener fe en un
Gobierno que parece ir a la deriva? Los argentinos no estamos en la luna, es por ello que se nos debe el
respeto que merecemos.
La
campaña, dicen, que se basará, entre otras cosas, en inaugurar obras
públicas. Sería mejor se explicara un programa de emergencia para bajar la
inflación adecuadamente. Cualquier plan para que sea exitoso, debe atender al
fenómeno inflacionario. No podemos pensar en el “desarrollo” en vez de, cómo
bajar apresuradamente los índices de inflación. Ya sabemos, por experiencia, que con
políticas de desarrollo no disminuye. No
sirve que la emisión sin respaldo sea para hacer obra pública, nos lleva a que
perdamos el control sobre ella. Lo padecemos en la actualidad, la inflación nos
lleva a devaluaciones forzosas, al deterioro del nivel de vida de la gente,
suben las tarifas de electricidad, la nafta, los servicios que dependen directa
o indirectamente del Estado. Mas gasto, más impuestos, emisión o deuda, para
que el Estado pueda sostenerse.
Es
peligroso resignar las libertades que en el plano económico proclama la
Constitución. También apoyar lo que empobrece. La oposición ha sido cómplice de
que se siguiera con una política de gasto público, ahora debería unirse para ayudar
a erradicarla y no esconder la cabeza como el avestruz. A todos les conviene el
ajuste de los gastos, debe hacerse cueste lo que cueste, o aumentarán los
grados de pobreza y pueden aparecer conflictos sociales.
Más
que pensar en las elecciones deberían tomar medidas que mejoren la situación
económica. No basta con sinceridad y buenas intenciones, hay soluciones ya
probadas en otros países con éxito. Con políticas de reducción del gasto
público, equilibrio fiscal, liberación de los mercados y eliminación del
déficit cuasi-fiscal, entre otras disposiciones, salieron adelante.
Cuando
uno se acerca al precipicio lo que desea es tener un conductor valiente que dé
el golpe de volante antes de caer y así poder salvarse. El presidente Macri no
tiene opción, no es cierto que deba seguir con el mismo plan, como dice. Si lo
hiciera nos acercaríamos, una vez más, a la catástrofe.
Se
necesitan acciones racionales donde el gobierno abandone la soberbia y haga una
evaluación crítica de la situación actual, de las metas por las que optar, así
como de los medios para alcanzarlos, evaluando costos y beneficios. Aunque sea
dificultoso, en un año electoral,
separar lo racional de lo emocional e irracional, si sus intenciones son
buenas, como la mayoría creemos, no debe dudar en hacerlo. Corresponde comenzar
una lucha, imprescindible, contra las normas y valores anticapitalistas,
apegados aún a las tradiciones heredadas del fascismo peronista, donde la
fuerza de las corporaciones era muy fuerte y por lo tanto había menos horizonte
para la iniciativa individual.
Somos muchos los que le
deseamos éxito y puede lograrlo si acierta en el diagnóstico de la realidad- para estar más cerca de alcanzar soluciones
correctas que disminuyan al mínimo la pobreza, la desocupación, la inflación,
entre otros males- sin confundirla con
sus deseos. Que el presidente esté de
acuerdo en abolir la pobreza y ofrecer más posibilidades en calidad y nivel de
vida a todos, no nos asegura que utilice
procedimientos adecuados para conseguirlo. Es lo que observamos. Esperemos, si
se decide a crear condiciones que mejoren la economía, no se equivoque y se anime, también, a
enfrentar alguna consecuencia no deseada en pos del bien de los argentinos.
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