El Museo de Elefantes Blancos
Gabriela Calderón de Burgos
Es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador). Se graduó en el 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Desde enero del 2006 ha escrito para El Universo (Ecuador) y sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), La Nación (Argentina), El Diario de Hoy (El Salvador), entre otros. En el 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.


Puede que no sea un proyecto rentable para quien o quienes se aventuren a financiarlo. Sin embargo, sería una contribución intangible al desarrollo a largo plazo de Ecuador, educando a las próximas generaciones para que no repitan el error de creer en megaproyectos que prometen revolucionar el país. La frase “elefante blanco” usualmente se utiliza para referirse a una cosa que es inútil o problemática, tiene un origen interesante: Los elefantes blancos eran considerados sagrados en el reino de Siam (la actual Tailandia) y no se permitía que se los ponga a trabajar. Mantener a un elefante blanco, por lo tanto, era muy costoso. El dueño tenía que darle alimentos especiales y permitirle acceso a las personas que deseaban venerarlo. Cuentan que cuando al Rey de Siam le fastidiaba alguien, le regalaba un elefante blanco, el cual casi siempre arruinaba al “beneficiario”.1

El museo podría incluir una galería de los elefantes blancos más notorios de alrededor del mundo: Brasilia, la ciudad del futuro…que nunca fue; el Hotel Ryungyong en Corea del Norte que se empezó a construir en 1987, tiene capacidad para recibir a 3.000 turistas aunque todavía no recibe a su primer huésped; entre otros. Además se podría agregar una exhibición especial para destacar los principales aportes recientes a la colección mundial de elefantes blancos donde se destacarían países como China, España y Rusia. Por ejemplo, aquí podría ir el puente a la isla Russky que conecta a los 5.000 habitantes de la isla con la ciudad de Vladivostock y que fue construido a un costo de $1.000 millones por el gobierno de Putin para que se realice allí una cumbre internacional en 2012.2

Después el museo podría aterrizar la cuestión en nuestra historia nacional. En esta sección podría incluirse el edificio del MAGAP en Guayaquil, conocido como “la licuadora” y cuyo costo de demolición en 2013 será de $3.900.000, entre muchas otras obras realizadas durante la primera bonanza petrolera de los setentas.3

Luego el museo podría adentrarse en los elefantes blancos recientes. Aquí podría ubicarse la “Colección de aeropuertos innecesarios”. Por ejemplo, el de Santa Rosa en donde el gobierno invirtió $53 millones de dólares y hoy solo opera una aerolínea;4 el de Tena, donde el gobierno invirtió $43,6 millones y que tiene una pista apta para el aterrizaje de un Boeing 767 (capacidad de 250 pasajeros) pero salen vuelos con un promedio de 5 pasajeros;5 el de Salinas donde luego de una inversión pública de $44 millones “el aeropuerto está, solo faltan vuelos”.6 Aquí también se podrían incluir los aeropuertos de Tulcán, Ibarra, Ambato, Riobamba, Portoviejo y San Vicente.7 El recorrido podría acabar con una sala donde se exhiban los “Potenciales elefantes blancos” como el megaproyecto de “Yachay, la ciudad del conocimiento”, donde se pretende invertir $1.000 millones.8

Para optimizar la experiencia didáctica se podría explicar al inicio y/o al final del recorrido que aunque las malas inversiones las pueden hacer tanto los estados como las empresas privadas, en el segundo caso —y si es que el Estado lo permite, son los mismos empresarios que se equivocan quienes asumen los costos de sus errores. En cambio, cuando los políticos se equivocan en sus decisiones de inversión, la cuenta siempre la pagan otros.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 29 de noviembre de 2013.
 

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