Pobreza, igualdad y justicia social

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Gracias
a que el Gobierno actual, recuperó el INDEC, sabemos que el índice de la
pobreza alcanzó el 32% en 2018, muy alto, considerando las expectativas que
tenían los argentinos al asumir Mauricio Macri la presidencia.
Si
bien la desigualdad social , es tolerable porque se sabe ineliminable en
cualquier sociedad donde la cooperación es imprescindible para la supervivencia,
la pobreza no lo es. La economía es una manera particular de administrar
recursos escasos, y supone siempre desigualdad social. Si algunos pueblos
primitivos parecieron practicar la igualdad es porque vivían en la miseria. Pero,
en la actualidad, en un país que tiene todos los recursos para morigerarla,
este índice de pobreza, no es admisible. Ante un escenario electoral, la gente
piensa en la economía y son muchos a los que le cuesta llegar a fin de mes. Por
ello a la imagen de un presidente devaluado, se le suman los efectos psicológicos destructivos en todo
el ámbito social incluida la ética del trabajo.
Ya se
puede apreciar que el Gobierno no ha entendido la imposibilidad de atacar la
pobreza sin decisiones políticas, destinadas a que existan condiciones para crear riqueza, única forma de que,
espontáneamente, ésta llegue a los sectores más pobres, hoy sin posibilidades de acceder a una digna
calidad de vida.
Los
gobiernos, en general, han igualado el término desigualdad con el de pobreza. De esta forma se ha recurrido a
miles de planes sociales en busca de justicia social, quitando a los sectores productivos, para darle
no solo a quienes están en la indigencia, sino también, a quienes no lo
necesitan, motivados por fines políticos. De esta forma la pretendida distribución de la riqueza ha derivado
en más pobreza general. En vez de dar beneficios temporarios o permanentes a
discapacitados, enfermos, y gente que realmente precisa ayuda, han extendido
subsidios y prebendas a sectores que no lo necesitan y que procuran, no solo
mantener, sino aumentar sus ventajas extorsionando al poder.
No han
comprendido, como lo ha hecho Chile y otros países, que el mercado es el mejor
método de asignación de recursos, no desestimando la enorme responsabilidad del
Estado en hacer respetar la igualdad ante
la ley, de todos los que participan en él, incluso alguna intervención
deliberada que permita mejorar la acción social de todos los miembros de la
sociedad.
Como
hemos visto, en los regímenes comunistas, la utópica decisión de hacer
desaparecer las desigualdades sociales debió apoyarse en dictaduras terribles y
crueles. Venezuela un ejemplo cercano va camino a ello, incitada desde hace
tiempo por los gobernantes cubanos. Se ha desestimado allí, como aquí en menor
medida, que el sistema de desigualdad espontánea que provoca el mercado, genera
condiciones no solo para generar riqueza, sino también para la responsabilidad
y la competencia, que permiten la movilidad social de sus miembros, como
también la posibilidad de un sistema democrático, al fortalecer la sociedad
civil.
En
nuestro país, salvo honrosas excepciones, es el Gobierno, no el mercado, el que pretende, en buena medida, determinar
“iluminadamente” qué sectores deben desarrollarse, creando desigualdades
mayores a las que pretende erradicar, aunque se beneficien algunos. La ayuda e
inversión estatal está provocando enormes injusticias, gasto, e ineficacia,
además de decisiones demagógicas que acrecientan la pobreza, dejando fuera a
los que tienen menos posibilidades de vida.
Marx se equivocaba cuando consideró que podría
alcanzarse la igualdad suponiendo que cada uno podría tomar lo que necesite del
producto global y que todos los miembros de la sociedad merecían igual
recompensa. Olvidaba que las necesidades humanas son infinitas y los bienes escasos. Los gobiernos comunistas
intentaron llevar a la práctica las ideas marxistas, distribuir o repartir, por
medio de decisiones autoritarias, eliminando al mercado como mecanismo
espontaneo y automático de distribución. El resultado fue la opresión, el
terror, y la degradación de la condición humana. A pesar de ello, esas ideas tienen aún, influencia.
Como ha sido para los países desarrollados,
para nuestro país, una economía
capitalista es la solución. Viene acompañada de desarrollo científico y
tecnología, igualdad solo en el plano jurídico, resguardo de la propiedad
privada, y democracia.
Aquí,
los gobiernos detienen al capitalismo, el cual es, en síntesis, un sistema de
reglas que le permiten surgir como resultado final, y que consciente a las
personas que hagan lo que desean pero haciéndose cargo, responsablemente, de lo que ocurra por sus acciones y
elecciones. Solo una resurrección capitalista puede incrementar la creatividad,
potenciar la producción, la productividad, el trabajo, y mejorar
espectacularmente la calidad de vida de los argentinos. Distorsionar los
mercados, modificar o influir en la direccionalidad de las inversiones y de la
psicología y el comportamiento de los agentes económicos, no ayuda.
Para
todo cambio hay que tener preparado el reemplazo de lo que se destruye. En
estos tres años Mauricio Macri, predicó por
un cambio favorable, pero no se elaboró un plan para cambiar las condiciones
que paralizan una economía de mercado. Es así como no se han hecho las reformas
del Estado, laboral, previsional e impositiva, capitales para atraer las
inversiones. El futuro se corporiza en
la inversión, de allí su importancia, debe ser respetada por el estado de
derecho.
Los
inversores apostarán a la Argentina solo si la institucionalidad es estable y
el Estado les da las seguridades necesarias. La igualdad ante la ley morigera
las desigualdades, no las elimina, pero crea un ámbito de equidad a fin de neutralizarlas en el momento de dirimir los conflictos que generan. Crea una instancia arbitral superior
a la que todos deben sujetarse. No es ni será en ningún caso, infalible. No
produce igualdad en poder, prestigio, educación y ocupación .La igualdad en
todos los planos significaría que todos
los comportamientos fueran iguales y merecieran el mismo valor o lo mismo.
Aunque la política ha permitido vivir a
muchos, como zánganos, es porque otros
los mantienen además de mantenerse a si mismos.
Los argentinos debemos
dejar de desear cosas imposibles y los políticos no prometer lo que es irrealizable.
Ello nos ha llevado a la pérdida de confianza en la democracia el único método
que conocemos, para quitarnos de encima a malos gobernantes, sin utilizar la
fuerza. Es así como muchos son los que callan, inconscientes del peligro, ante
la sentencia de la ex presidente de cambiar las instituciones liberales, si
asume otra vez el poder.
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