Venezuela necesita herejes
César Yegres Guarache

Economista. MSc en Finanzas. Profesor universitario. Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio de Cumaná. Mención especial, Concurso Internacional de Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento (1810-2010), organizado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


@YegresGuarache / cyegres@udo.edu.ve





El término de “herejía” no goza de buena prensa. Su uso común está circunscrito a temas religiosos, de manera que para cualquier persona que ose mostrar, aunque sea de forma leve y privada, alguna manifestación de duda razonable respecto a los fundamentos de una religión en particular, la etiqueta de hereje será una consecuencia inevitable, suficiente para ser vilipendiado y, dependiendo de la “falta”, hasta expulsado de la feligresía sin remedio.

 
Sin embargo, la etimología de “hereje” es bastante más amplia de lo que la sabiduría convencional señala: proveniente del latín haeretĭcus y de la voz griega αἱρετικός (hairetikós), significa “libre de elegir”; por lo que un hereje, entonces, es alguien capaz de mostrar escepticismo y autonomía frente a los fundamentos de una ideología, doctrina o congregación y de seguir cualquier camino alternativo. Entonces, nada de despectivo tiene ser un hereje, sobre todo si esos dogmas de fe que muchas veces se pretende que profesemos con fidelidad irrestricta en materia política o económica sólo son perfectos en la teoría pero cuyas realidades tangibles han sido sumamente adversas para el hombre, en lo individual, y para grupos sociales, en lo colectivo.

 
Lo experimentado por Venezuela durante los últimos tiempos debe conducir a una seria reflexión, tanto a los espectadores extranjeros como a los propios venezolanos, acerca de la vigencia de ciertos credos que han permanecido latentes en los discursos de muchos dirigentes políticos, convertidos a su vez en materia prima de sus programas de gobierno una vez alcanzado el poder y cuyos peores efectos secundarios recaen precisamente sobre los fieles seguidores y casi nunca sobre los “líderes”.

 
Entre los más comunes destacan aquellos que perfilan a una Venezuela extraordinariamente rica (su PIB por habitante de US$7.399 la ubica en el lugar 126° del mundo) con las mayores reservas petroleras del planeta (considerando una tasa de recobro del 20% en la Faja del Orinoco, que nunca ha sido alcanzada comercialmente) generadoras de un ingreso petrolero abundante (las exportaciones petroleras por habitante alcanzan apenas US$675 al año) suficiente para edificar y mantener un Estado todopoderoso, que debe ser dueño de numerosas empresas, no necesita del aporte de la sociedad ni de la empresa privada para funcionar (desde 2005, ocurre una media anual de 9.500 eventos violatorios de los derechos de propiedad y de la propiedad privada) y reparte toda clase de subsidios, ayudas y prebendas a la población, en su mayoría, no condicionados a objetivos concretos de movilidad social, sino utilizados como instrumentos de parcialidad política y control social.

 
Lo vivido por la presente generación de venezolanos debería ser suficiente para haber creado conciencia, capacidad de análisis crítico e independencia de criterio para el escepticismo y la desconfianza primaria ante tantos falsos profetas. La construcción de una nueva Venezuela, posterior a la actual pesadilla, requerirá de millones de herejes, de ciudadanos libres y responsables dispuestos a romper con el maleficio de tantos dogmas, mitos y leyendas que sólo han servido para crear pobreza de forma masiva. 


 

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