¿Por qué los europeos trabajamos menos horas que los estadounidenses?
Juan Ramón Rallo
Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. 



Los europeos trabajamos muchas menos horas que los estadounidenses: en concreto, el número de horas anuales trabajadas por ciudadano apenas supera las 700; en cambio, en EE.UU. se aproxima a las 850 horas. Acaso se piense que este diferencial está fuertemente vinculado a distintos estilos de vida: aquello de que "los americanos viven para trabajar y los europeos trabajan para vivir". Pero lo cierto es que durante los años cincuenta y sesenta, los europeos trabajaban muchísimas más horas que los estadounidenses: mientras que estos dedicaban menos de 800 horas anuales 'per cápita' al trabajo (y durante algunos ejercicios, menos de 700), nosotros lo hacíamos durante 1.000 horas anuales.
Así pues, a menos que se haya producido un giro 'copernicano' en la cultura europea durante las últimas décadas, no parece que la actual brecha horaria sea atribuible a factores folclóricos: en su momento, los europeos hemos sido mucho más laboriosos que los estadounidenses.
Horas trabajadas en EE.UU.
Acaso entonces tal diferencia se deba al progresivo enriquecimiento que hemos experimentado en Europa: en los años cincuenta y sesenta, el Viejo Continente estaba asolado por las inclemencias de la guerra y, en consecuencia, sus ciudadanos tenían que trabajar durante largas jornadas para posibilitar la reconstrucción y la elevación de nuestros estándares de vida.
De hecho, no es en absoluto descartable que, conforme nuestra renta 'per cápita' aumenta, los ciudadanos optemos por disfrutar de mayor tiempo libre (en términos económicos, diríamos que el efecto renta sobre la demanda de ocio resultaría más potente que el efecto sustitución). Pero, nuevamente, esta hipótesis casa mal con la realidad: durante ese mismo periodo, EE.UU. también se ha enriquecido de un modo muy notable y, de hecho, en la actualidad el estadounidense medio es bastante más acaudalado que el europeo medio (la renta 'per cápita' en la Unión Europea es de 42.500 dólares internacionales, mientras que en EE.UU. es de 60.000 dólares: un 41% más).
De hecho, en el gráfico superior también podemos observar cómo las horas trabajadas aumentan no solo en EE.UU. sino también en otro grupo de países dentro del que se incluyen economías tan o más ricas que la europea: Australia (49.300 dólares internacionales), Canadá (46.500 dólares internacionales), Hong Kong (61.600 dólares internacionales), Islandia (55.300 dólares internacionales), Japón (42.000 dólares internacionales), Nueva Zelanda (40.700 dólares internacionales), Singapur (94.100 dólares internacionales), Corea del Sur (38.800 dólares internacionales) y Taiwán (45.900 dólares internacionales).
No parece, pues, que el enriquecimiento económico conduzca indefectiblemente hacia una reducción del número de horas trabajadas: mucho menos, a una reducción de la magnitud que ha experimentado Europa desde los años sesenta. Entonces, ¿por qué? Como en tantos otros aspectos de nuestra realidad económica, los impuestos son los culpables.
Todo impuesto tiene efectos sobre el comportamiento de los agentes económicos: si mi factura tributaria aumenta conforme trabajo durante más horas (y, por tanto, conforme crecen los ingresos totales que obtengo a fin de mes), entonces tenderé a trabajar durante menos horas. En España, por ejemplo, el tipo marginal máximo del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) es del 45% a partir de 60.000 euros; en EE.UU., en cambio, es del 37% a partir de los 500.000 dólares. O dicho de otro modo, por cada euro adicional que ingresa un español a partir de 60.000 euros, el fisco le arrebata casi medio euro; en cambio, por cada dólar adicional que ingresa un estadounidense entre 82.500 y 157.500 dólares, el fisco solo le quita el 24% (la mitad que en España). La diferencia de incentivos a trabajar durante más horas en EE.UU. frente a España (o cualquier otro país europeo) resulta más que evidente.
No se trata, por cierto, de una observación casual y anecdótica. Los economistas Lee OhanianAndrea RaffoRichard Rogerson han estimado que la divergente evolución de los tipos impositivos explica la mayor parte del diferencial de horas trabajadas entre países. Más en particular, estos economistas distinguen entre tres grupos de economías: aquellas que han visto reducir el número de horas trabajadas más de un 25% durante los últimos 50 años (grupo 1), aquellas que han experimentado una caída de entre el 25% y el 10% (grupo 2) y aquellas que han sufrido una caída de menos del 10% o que incluso han registrado subidas (grupo 3). Y lo que observamos es que, si bien la cuña fiscal (la parte de nuestros sueldos de la que se apropia el Estado) ha aumentado para los tres grupos desde los años cincuenta, esta deja de crecer (e incluso se revierte) para el grupo 3 mientras continúa profundizándose para el grupo 1.
En suma: aquellos países que desangran fiscalmente más a sus trabajadores son los países donde estos ciudadanos deciden trabajar un menor número de horas. Los obreros se protegen de la parasitación estatal de su trabajo trabajando durante menos horas.
Cuña fiscal en EE.UU. y Europa
Personalmente, no tengo nada en contra de una reducción de la jornada laboral siempre que sea el resultado de una decisión voluntaria: cuando se prefiere más tiempo libre a un mayor sueldo, es lógico (y eficiente) que se opte por trabajar durante menos horas. Sin embargo, si el trabajador preferiría estar empleado durante más horas (para ingresar más a fin de mes) y el sistema impositivo altera radicalmente la que habría sido su decisión óptima, entonces sí tenemos un problema importante: no solo lo empobrecemos después de impuestos (menor renta disponible) sino también antes de ellos (menor cantidad de horas trabajadas). Europa sigue necesitando una profunda reforma fiscal.


Este artículo fue publicado originalmente en el Blog Laissez Faire de El Economista (España) el 24 de junio de 2019 y en Cato Institute.


 

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